Historia y 98
Aunque no sea ni mucho menos un error, no creo que deba asociarse la figura de Men¨¦ndez Pidal,(1869-1968) a la generaci¨®n del 98. Que su idea de Espa?a -Castilla, origen de la nacionalidad espa?ola; el Cid, arquetipo del esp¨ªritu nacional castellano- ten¨ªa puntos en com¨²n con la obsesi¨®n por Castilla de los hombres del 98 es evidente. Pero ni su personalidad ni su talante intelectual coincid¨ªan en modo alguno con los que se suponef ueron elementos definidores de aquella generaci¨®n: autodiactismo, subjetividad apasioada, egolatr¨ªa, conciencia generacional (e inicialmente, cierta afinidad personal), negatividad, patriotismo cr¨ªtico y desenga?ado. Men¨¦ndez Pidal era un hombre sereno, de vida retirada y tranquila, de estilo intelectual y moral mesurado y discreto, un hombre sin vanidad, y un historiador y fil¨®logo de erudici¨®n y rigor excepcionales, con una idea positiva y afirmativa de Espa?a. Men¨¦ndez Pelayo, persona que suele citarse como antecedente y maestro de Pidal y que, a diferencia de ¨¦ste, era una personalidad combativa, desordenada y hasta arrebatada, dej¨® algunas grandes intuiciones, pero ninguna tesis duradera. Men¨¦ndez Pidal, en cambio, junto a alg¨²n libro desafortunado (Las casas) y una visi¨®n global de la historia decididamente equivocada -continuidad de un hipot¨¦tico esp¨ªritu nacional espa?oles de la romanizaci¨®n-, dej¨® un n¨²mero alt¨ªsimo de aportaciones monogr¨¢ficas esenciales (sobre los or¨ªgenes del espa?ol, el romancero, la poes¨ªa ¨¦pica, el reino de Le¨®n, los or¨ªgenes de Castilla).Pero, en efecto, los hombres del 98 y Pidal -y enseguida, Ortega, S¨¢nchez Albornoz y Am¨¦rico Castro- pensaron y escribieron obsesivamente sobre Espa?a y su historia. Seg¨²n Juli¨¢n Mar¨ªas, Espa?a habr¨ªa tomado as¨ª posesi¨®n de s¨ª misma. No le falta raz¨®n. Antes del 98 lo que se sab¨ªa de Espa?a era pura ret¨®rica sentimental y patri¨®tica: Covadonga, Guzm¨¢n el Bueno, Otumba, Lepanto, el Dos de Mayo. La literatura del 98, la obra de Pidal, pudieron re-inventar la historia de Espa?a y hasta crear nuevos y peligrosos mitos, y en especial el mito de Castilla como clave de la nacionalidad espa?ola; pero al menos dieron a los espa?oles una conciencia menos grandilocuente y est¨²pida de la historia de su pa¨ªs.
El problema fue que esa visi¨®n hist¨®rica implicaba una suerte de reflexi¨®n metaf¨ªsica sobre el ser, el alma, la significaci¨®n hist¨®rica de Espa?a, una visi¨®n esencialista de ¨¦sta, desde la perspectiva adem¨¢s -en la generaci¨®n del 98, no en Men¨¦ndez Pidal- de que Espa?a no era sino un fracaso como naci¨®n, y su historia, la historia de una interminable decadencia. Metaf¨ªsica, brillantes met¨¢foras (Espa?a como problema, como preocupaci¨®n), hicieron desde luego Ganivet y Unamuno, sin duda Ortega, en buena medida S¨¢nchez Albornoz (Espa?a, enigma hist¨®rico) y Am¨¦rico Castro (Espa?a, "vivir desvivi¨¦ndose"), y menos, pero tambi¨¦n, Men¨¦ndez Pidal.
En alguna ocasi¨®n se ha reprochado a mi generaci¨®n -nacida en la d¨¦cada de 1940- no ocuparse ya del problema de Espa?a. Pero eso no es cierto. Lo que ha ocurrido es, primero, un cambio en el pensamiento historiogr¨¢fico, que desde los a?os cincuenta pondr¨ªa el ¨¦nfasis en la doble dimensi¨®n econ¨®mica y regional de la historia espa?ola, cambio que es convencional ya asociar a la obra y personalidad de Vicens Vives (1910-1960); y segundo, un desplazamiento del inter¨¦s historiogr¨¢fico hacia el conocimiento de los siglos XIX y XX, por entender que fue en esos siglos (y no en Recaredo ni en el Cid) donde deben estudiarse los or¨ªgenes de los problemas de la Espa?a contempor¨¢nea: la revoluci¨®n liberal, los pronunciamientos militares, el atraso econ¨®mico, la construcci¨®n del Estado moderno, el caciquismo, el 98, los nacionalismos, la guerra civil. Tal perspectiva podr¨¢ ser err¨®nea y hasta empobrecedora. Desde luego, cualquier historiador contemporane¨ªsta envidia (o debiera hacerlo) la formidable erudici¨®n que exigen obras como las de Albornoz, Castro y Pidal, y la ambici¨®n de sus proyectos historiogr¨¢ficos, y reconoce la vigencia que, a todos los efectos, sigue teniendo la historia de los siglos X a XVI, sin duda los siglos en que fueron gest¨¢ndose, cristalizando y transform¨¢ndose la lengua, el Estado, la naci¨®n y la nacionalidad espa?olas.
Pero el an¨¢lisis contemporane¨ªsta encierra perspectivas no menos relevantes. Toda la historia contempor¨¢nea gira desde la d¨¦cada de 1960 en torno a una preocupaci¨®n dominante: las peculiaridades de la revoluci¨®n liberal espa?ola, el fracaso de las distintas experiencias democr¨¢ticas del pa¨ªs, los problemas para la construcci¨®n de un orden democr¨¢tico estable y duradero. Parecer¨ªa incluso que hemos terminado por sustituir un mito -Castilla y su centralidad en la forja de Espa?a, la obsesi¨®n del 98- por otro no menos determinante: el problema de la democracia en Espa?a.
La perspectiva, en cualquier caso, no puede ser m¨¢s diferente. La historiograf¨ªa espa?ola, inspirada no s¨®lo por Vicens, sino tambi¨¦n por Carande, Caro Baroja, Dom¨ªnguez Ortiz, Maravall, Artola (y para algunos de nosotros por Raymond Carr), se despoj¨® hace ya tiempo de todo esencialismo nacional y colectivo a la hora de entender la historia del pa¨ªs (esencialismo, por cierto, tan palmario en Am¨¦rico Castro como en Albornoz y Men¨¦ndez Pidal, aunque se pretenda otra cosa y por m¨¢s que las tesis de Castro -que lo espa?ol se constituy¨® a partir del siglo XIII, no antes, por la convivencia antag¨®nica de jud¨ªos, moros y cristianos- resulten, si no definitivas, al menos en extremo provocadoras, atractivas y estimulantes). Por ejemplo, aunque discreparan sobre su antig¨¹edad y realidad, Men¨¦ndez Pidal, Albornoz y Am¨¦rico Castro cre¨ªan en la existencia de una identidad espa?ola en la historia. Hoy nos resultan m¨¢s cercanas y certeras las tesis de Caro Baroja al respecto: que toda identidad nacional es por definici¨®n una identidad abierta, variante y din¨¢mica. Por venir a la historia contempor¨¢nea, en la primera p¨¢gina de su Espa?a. 1808-1939, Raymond Carr escrib¨ªa: "Ser¨ªa err¨®neo, sin embargo, adoptar como clave de su historia la imagen de la Espa?a inmutable, inm¨®vil, que difundieron por Europa los literatos viajeros del movimiento rom¨¢ntico".
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