Resnais elabora una cuidada comedia con muchas canciones y poca gracia
Tristeza y bostezos con el denso melodrama dan¨¦s "B¨¢rbara"
On connait la chanson es la 40? pel¨ªcula que dirige Alain Resnais. Aunque se mantienen vivas algunas, la mayor¨ªa de las obras de este c¨¦lebre cineasta franc¨¦s no han soportado bien el paso de las casi cinco d¨¦cadas que abarca su carrera. A los 76 a?os, Resnais mantiene su notable talento para hilar encadenados de gran precisi¨®n y elegancia, pero el que fue siempre su mayor defecto, la artificiosidad, se ha acentuado y esta pel¨ªcula lo prueba: construye con primorosa precisi¨®n un castillo de naipes.
ENVIADO ESPECIALHace cinco a?os, en la Berlinale de 1993, Alain Resnais nos abrum¨® con la versi¨®n integral de su Smoking, no smoking, derecho y rev¨¦s de una temeraria incursi¨®n en los territorios de una comedia despojada aposta y concienzudamente de agilidad y rebuscadamente morosa y repetitiva. Al no dar Resnais ning¨²n respiradero a la comodidad y la alegr¨ªa del espectador e ignorar su necesidad de participar en el juego, uno se sent¨ªa expulsado de la pantalla e incluso de la sala.Casi cinco a?os ha necesitado Resnais para decidirse a rebajar su b¨²squeda de originalidades y rarezas formales. El resultado es On connait la chanson, una comedia musical m¨¢s llevadera que aquel enorme ladrillo coloreado de exquisiteces, pero que tambi¨¦n est¨¢ da?ada por el exceso de voluntad de distinci¨®n, de ser algo in¨¦dito. La musicalidad del filme encuentra su pista de despegue, seg¨²n Resnais, "en la propia musicalidad de los di¨¢logos de Agn¨¦s Jaoui y Jean-Pierre Bacri", y esta lectura sonora del gui¨®n le condujo a incrustar, sin ruptura o transici¨®n, como parte de las r¨¦plicas y las contrarr¨¦plicas de los int¨¦rpretes, nada menos que 36 viejas canciones francesas en sus versiones originales, de manera que ¨¦stas forman parte natural de los di¨¢logos.
Al principio de la pel¨ªcula, la ocurrencia se agradece y genera una respuesta participativa en el p¨²blico. Pero, a medida que la duraci¨®n avanza, descubrimos que tal ocurrencia es tan s¨®lo eso, una ocurrencia, y que la originalidad inicial, despu¨¦s de repetirse diez, veinte, treinta veces, satura, se hace rutinaria y va perdiendo progresivamente la gracia inicial. Ver y o¨ªr a Pierre Arditi, Sabine Azema, Lambert Wilson y Jane Birkin mover los labios de modo que ¨¦stos se acompasen a las voces de, entre otros muchos cantantes franceses, Gilbert B¨¦caud, Charles Aznavour, Maurice Chevalier, Edith Piaf, L¨¦o Ferr¨¦, Sylvie Vartan y Johnny Halliday, se agradece primero y luego acaba empachando. Una guinda es un pastel, pero 36 guindas es una pasteler¨ªa. De esta forma, el gancho digestivo de la pel¨ªcula se convierte precisamente en lo que peor se digiere de ella. Y es l¨¢stima, porque debajo de este artificio, en el desarrollo escalonado de los encuentros y los desencuentros de los personajes, se percibe que est¨¢ en plena forma la seda que segrega el viejo laboratorio mental de Alain Resnais, que sigue haciendo maravillas con sus encadenamientos invisibles y logra todav¨ªa su inimitable milagrito de dar la impresi¨®n de un ¨²nico plano a una secuencia compuesta por cinco o por 10 planos. Pero esto son alquimias para cin¨¦filos o para estudiantes de cinematograf¨ªa, singulares delicias de cinemateca. No choca por ello que este, exquisitamente elaborado, filme venga avalado desde su pa¨ªs por los premios M¨¦li¨¦s y Delluc, preciados. galardones sacramentales que arrastrar¨¢n a unos miles de personas, pero que no har¨¢n bailar a nadie fuera de Francia al son de una comedia con mucha m¨²sica y poca gracia, que ayer aqu¨ª s¨®lo hizo re¨ªr a los franceses, y eso es (por refinado que sea) aldeanismo, falta de universo.
Otro tanto, pero al rev¨¦s, ocurre en el s¨®lido mazacote del filme dan¨¦s B¨¢rbara, de Nils Malmros, relato de pasiones eclesi¨¢sticas luteranas localizado en las g¨¦lidas islas F¨¦ro¨¦ a finales del siglo XVIII, que no ganar¨¢n un solo turista del siglo XXI tras esta paliza de aguas melodram¨¢ticas estancadas durante dos horas, que luego se derraman a destiempo en una devastadora riada de sexo, pecado, cuernos, honor, arrepentimiento y venganza tan completamente escandinava que vista desde los calores de Sevilla o de La Habana puede partir de risa al personal moreno, que no acostumbra a hacer teolog¨ªa con historias de entrepiernas t¨®rridas.
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