Dos fines de siglo
Los finales de siglo tienen cierta calidad solemne, como si la humanidad ajustara sus ritmos colectivos a una pura convenci¨®n como nuestro calendario. Parece que de todo hace 100 a?os. Y la muerte decide haberse tomado demasiado tiempo para su cita con un intelectual que convivi¨® con algunas de las cosas m¨¢s serias de este siglo. Cuando una universidad espa?ola decidi¨® nombrarlo doctor honoris causa, muchos comentaristas decidieron que Ernst J¨¹nger era un testigo de nuestra ¨¦poca, frase que recauda, al mismo tiempo, el car¨¢cter pomposo y neutral del homenaje. El intelectual de Heildeberg fue algo m¨¢s que un testigo, aunque es verdad que, unas veces bajo su altivez y otras bajo su estupor, circul¨® buena parte del agua sucia de la fontaner¨ªa ideol¨®gica del periodo de entreguerras. Pero eso no le convierte en un inocente espectador. Ni siquiera en un intelectual acobardado por las estr¨ªas de la realidad. J¨¹nger a?adi¨® al torrente de desvar¨ªos culturales de la derecha alemana el sabor a estanque de sus propias reflexiones, la espesura de un l¨ªquido chocando obsesivamente sobre las orillas de una crisis de conciencia que acabar¨ªa en los arrabales mentales del Tercer Reich.Ya s¨¦ que los tiempos son ejemplares para el olvido, pero el recuerdo es el inter¨¦sque se cobra la muerte en d¨ªas como estos, cuando tenemos que evitar sepultar nuestra memoria com¨²n. Estamos tan acostumbrados a las absoluciones selectivas que no nospreocupa pasar por el tr¨¢mite indecoroso dela confesi¨®n. J¨¹nger fue un escritor admirable cuyas Tempestades de acero ingresaron en el cuadro de honor de la aterradora experiencia de la Gran Guerra, un episodio delque algunos volvieron convertidos en pacifistas, mientras otros consideraban los valores del conflicto como la g¨¦nesis de una nueva moral. Tambi¨¦n fue el te¨®rico de una sociedad organizada de acuerdo con los sentimientos heroicos de los cr¨ªticos de la decadencia en uno de sus textos sagrados, El trabajador. Se incluy¨® en un estado de esp¨ªritual que disgustaba c¨®mo se organizaba elmobiliario cultural democr¨¢tico de la primera posguerra. Y ese movimiento, que sellam¨® la revoluci¨®n conservadora, conect¨®con los diversos no conformismos europeosque habr¨ªan de alfabetizar el fascismo. Paramayor desatino, a J¨¹nger le molestaron los nazis, un movimiento plebeyo que cre¨ªa serla nueva aristocracia.
A tantos a?os de distancia, Ernst J¨¹nger era un venerable anciano cuya calidad estil¨ªstica y cuyo retiro parec¨ªa merecerse el silencio de esa debilidad de esp¨ªritu que empuj¨® a tantos intelectuales a mostrar su coqueter¨ªa con ciertas ideas-fuerza del fascismo. Tal vez ¨¦l se haya ganado por fin el silencio, pero las v¨ªctimas efectivas de aquel desorden moral no se merecen el olvido. Ni siquiera el de las complicidades furtivas.
Ferr¨¢n Gallego es profesor de Historia Contempor¨¢nea de la Universidad Aut¨®noma de Barcelona.
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