Relojes de arena
El lector conocer¨¢ sin duda esos estados de ¨¢nimo y esos ambientes en los que un objeto, que tanto puede ser uno del que nos servimos a diario como uno al que s¨®lo dedicamos una fugaz mirada, se pone a hablarnos y se nos vuelve as¨ª simp¨¢tico. Es el inicio de todas las aficiones y de todos los coleccionismos. Empezamos a profundizar en el objeto y vamos adentr¨¢ndonos en su interior. Entonces ¨¦l nos revela sus secretos; y si tenemos paciencia, hallaremos que un secreto sigue al otro. Aun la flor m¨¢s peque?a tiene ra¨ªces en lo infinito, y lo que las descubre es la afici¨®n que sentimos por ella. Lo inaparente de las cosas es s¨®lo un velo que las disimula.Algo as¨ª me ha ocurrido a m¨ª con los relojes de arena. El primero me lo regal¨® Klaus Valentiner, quien, como tantos otros amigos queridos, desapareci¨® en Rusia, por desgracia. Durante mucho tiempo estuve mirando aquel reloj como uno de esos objetos curiosos que nos gusta tener encima de las estanter¨ªas o entre los libros. Hasta mucho m¨¢s tarde no me llam¨® la atenci¨®n, en el curso de mis trabajos nocturnos, que de aquella "ampolleta" -de aquel Stundenglas, aquel "vaso de horas", como tambi¨¦n se llama en alem¨¢n el "reloj de arena"-, que estaba all¨ª encerrada entre sus fusiformes columnillas de hierro como en una jaula de grillos, se desprend¨ªa una calma peculiar, una vida tranquila. Aquel opalino brillo suyo, aquella sutil veladura que mostraba y que tambi¨¦n encontramos en los vasos antiguos desenterrados en las excavaciones, ?se los hab¨ªan proporcionado a aquella ampolleta los muchos a?os que ten¨ªa? Sin ruido iba escurri¨¦ndose de un recipiente de vidrio al otro la blanca arena. En el de arriba se ahuecaba formando un embudo y en el de abajo se abombaba en forma de cono. Aquel mont¨ªculo que all¨ª iba cre¨¢ndose con instantes perdidos pod¨ªa tomarse por un consolador signo de que el tiempo se esfuma, ciertamente, pero no desaparece. En la profundidad va enriqueci¨¦ndose.
A menudo se ha subrayado ese parentesco de la ampolleta, del "vaso de horas", con la calma de los estudios eruditos y con la grata atm¨®sfera dom¨¦stica. De las dos cosas poseemos el testimonio de grabados c¨¦lebres: Melancol¨ªa y San Jer¨®nimo en su celda, de Durero. Vemos en el primero a un caviloso ¨¢ngel que sostiene con una mano un comp¨¢s y se encuentra rodeado de instrumentos f¨¢usticos entre los que aparecen cristales, balanzas, series de n¨²meros. Contra un fondo c¨®smico arde un fuego de alquimista. El segundo de los grabados nos muestra a san Jer¨®nimo escribiendo en su celda. El mobiliario lo componen libros, candelabros, vasijas, hojas de papel cubiertas de anotaciones, una calavera, un crucifijo. Debajo del banco hay un par de zuecos; la luz del sol. penetra a trav¨¦s de los cristales emplomados.
En ambos grabados resulta notable un gran reloj de arena, un verdadero "vaso de horas". En ambos el reloj se encuentra a mitad de su recorrido, lo que quiz¨¢ significa que la mirada del grabador ve plenamente entregados a su actividad tanto al ¨¢ngel como al santo. Con ello est¨¢ en consonancia el que en el grabado Melancol¨ªa la balanza se halle en equilibrio, la campana oscile, el fuego arda. Nos encontramos en las profundidades del tiempo.
(Extracto del ensayo de
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