Pinochet: el gran travestido
Un curioso fen¨®meno de travestismo moral practicado por los que hoy gobiernan Chile y por los que est¨¢n en la oposici¨®n de derechas ha conseguido que la dictadura militar se travestiera en gobierno militar, luego en gobierno autoritario, m¨¢s tarde en gobierno de las fuerzas armadas y finalmente en "modelo chileno". Este mismo fen¨®meno permite que Pinochet pase de dictador a senador vitalicio, y proclama que, una vez asumido su puesto senatorial, la transici¨®n chilena a la democracia habr¨¢ finalizado. Es decir, que la normalidad institucional democr¨¢tica se conseguir¨¢ cuando el s¨¢trapa se haya travestido de tribuno."A la universidad no se viene a pensar, se viene a estudiar, y si quedan energ¨ªas, para eso est¨¢ el deporte", declar¨® en 1978 el futuro senador, y en 1989, en otra brillante pieza de oratoria, proclam¨® su respeto por la legalidad: "Yo no amenazo, no acostumbro a amenazar. No he amenazado en mi vida. Yo s¨®lo advierto una vez... Nadie me toca a nadie. El d¨ªa que me toquen a alguno de mis hombres se acab¨® el Estado de derecho. Esto lo he dicho una vez y no lo repito m¨¢s, pero sepan que va a ser as¨ª". El mat¨®n travestido de chantajista.
A partir del 11 de septiembre de 1973, miles de chilenos fueron asesinados o desaparecidos. Tal vez un d¨ªa se sepa la cantidad exacta, pues no todos los familiares o amigos de las v¨ªctimas han tenido el valor de denunciar los cr¨ªmenes de la dictadura. Una sola v¨ªctima de la barbarie militar hubiera sido m¨¢s que suficiente para condenar a los gestores de la tragedia chilena, y sobre todo al responsable de ejecutar un plan cuyo ¨²nico norte era el terror, pero el travestismo moral se ha negado incluso a reconocer la magnitud de la pesadilla. Cuando en 1990 Chile recupera un gobierno civil, aunque vigilado por Pinochet, el presidente Alwyn, con los ojos irritados de llanto -pero no de emoci¨®n, sino fruto de las bombas lacrim¨®genas que la polic¨ªa chilena arrojaba sobre los miles de chilenos que ingenuamente ped¨ªan justicia aquel primer d¨ªa de democracia-, pronunci¨® un discurso en el que t¨ªmidamente habl¨® del sufrimiento de muchos a causa de los excesos cometidos por pocos y llam¨® a la reconciliaci¨®n. Qu¨¦ f¨¢cil es travestir el crimen en exceso. Qu¨¦ ejercicio tan burdo de travestismo es propo ner que se olvide la justicia y obligar al perd¨®n. Qu¨¦ ruin es invocar el dolor de muchos cuando los pocos causantes de tal dolor se mofan de las v¨ªctimas. Y qu¨¦ felon¨ªa may¨²scula es aquella practicada por los defensores a ultranza del "modelo chileno", sobre todo por los que anta?o compartieron el digno camino de la izquierda y que ahora, pol¨ªticamente correctos, se fotograf¨ªan junto al futuro senador mientras se cambian las ropas y declaran: "Es cierto que hubo hechos lamentables, pero tambi¨¦n lo es que el general levant¨® el pa¨ªs". Y entretanto, Pinochet sonr¨ªe porque, entre todos esos travestidos menores, ¨¦l es el gran travestido.
Su carrera de travestido se inicia en 1959. Aquel a?o, la presidencia de Chile era ocupada por un ser repugnante llamado Gabriel Gonz¨¢lez Videla, un ex comunista que, en una demostraci¨®n de servilismo frente a los Estados Unidos, decidi¨® proscribir a sus ex camaradas y encerrarlos en un campo de concentraci¨®n. Pisagua se llam¨® tal lugar de tr¨¢gico recuerdo. A dos mil kil¨®metros de Santiago, en pleno desierto de Atacama, cientos de obreros, profesores, estudiantes, mor¨ªan o sobreviv¨ªan seg¨²n los dictados de un s¨¢dico con rango de capit¨¢n del Ej¨¦rcito: Augusto Pinochet.
Ah¨ª se inici¨® en la costumbre de la tortura, y cuando, alarmados por las noticias que consiguieron filtrarse, una delegaci¨®n del Parlamento acudi¨® a Pisagua, el torturador travestido de samaritano les impidi¨® el paso esgrimiendo su deber de mantenerlos alejados de un foco epid¨¦mico terrible. Nunca se conocer¨¢ la cantidad de muertos que hubo en Pisagua porque, tras cerrar el campo por presi¨®n popular, Pinochet se encarg¨® de hacer desaparecer los registros de prisioneros.
En 1968, los mineros de El Salvador, un yacimiento de cobre en el desierto de Atacama, se declararon en huelga exigiendo mejoras salariales. Pinochet, que ya era coronel, fue enviado para mantener el orden en el mineral. El presidente Frei, antecesor de Allende, lo nombr¨® incluso mediador. Y vaya si medi¨®. Una tarde convoc¨® a los ocho dirigentes de la huelga y los asesin¨®. Meses m¨¢s tarde, el asesino travestido en defensor de estudiantes justific¨® el crimen arguyendo que esos obreros fueron muertos cuando se dispon¨ªan a atacar una escuela.
En 1971, ya con Allende en la presidencia, un grupo de ultraizquierda asesin¨® a un ex ministro del Gobierno anterior. El caso conmovi¨® al pa¨ªs y Allende dispuso que el Ej¨¦rcito tambi¨¦n colaborara en la b¨²squeda y captura de los criminales. A la polic¨ªa civil no le cost¨® gran trabajo encontrarlos, y tras un breve tiroteo decidieron entregarse. En eso estaban cuando apareci¨® el entonces coronel Pinochet y dispuso que no hab¨ªa que hacer prisioneros. Captor, juez y ejecutor de sentencia en un solo acto de travestismo.
Al saber de esos cuatro muertos, rendidos y desarmados, AIlende llam¨® a Pinochet. Nunca se sabr¨¢ qu¨¦ lo llev¨® a aceptar la explicaci¨®n del militar, que habl¨® de un enfrentamiento muy duro, pese a los muchos testigos de aquella masacre. En cierto momento, Allende le pregunt¨® si ¨¦l era el mismo oficial de apellido Pinochet que estuvo a cargo del campo de concentraci¨®n de Pisagua en el 59 y que fue responsable de la matanza de El Salvador en el 68. Pinochet neg¨®. Respondi¨® que se trataba de otro, de un tal Manuel Pinochet. Varios a?os m¨¢s tarde, en sus "memorias", se ufan¨® de su habilidad de p¨ªcaro al haber enga?ado a Allende, y termin¨® indicando que nunca hubo un oficial llamado Manuel Pinochet en el Ej¨¦rcito chileno. El arte de travestirse frente al poder. El arte de travestirse que hizo escuela en Chile.
En 1988, el ministro alem¨¢n de Trabajo, Norbert Bl¨¹mm, viaj¨® a Chile en un clara muestra de apoyo a la oposici¨®n democr¨¢tica y se entrevist¨® con el dictador. Pinochet, arrogante, le dijo que se sent¨ªa injustamente difamado, tan injustamente como lo fue Hitler. Sorprendido, Bl¨¹mm consult¨® por qu¨¦. Pinochet le indic¨® entonces que, seg¨²n su conocimiento de la historia, Hitler no hab¨ªa matado a seis millones de jud¨ªos, sino solamente a cuatro. Una sola persona habr¨ªa bastado para condenarlo, replic¨® el ministro alem¨¢n. Cuatro millones. Usted no entiende la diferencia, concluy¨® Pinochet.
As¨ª, el mayor travestido de Chile llegar¨¢ al Senado, pero los familiares de las v¨ªctimas seguir¨¢n pidiendo justicia. Los intelectuales del travestismo seguir¨¢n cantando loas al "modelo chileno", pero los desaparecidos continuar¨¢n en un paradero que s¨®lo Pinochet conoce. Los travestidos menores, de derecha e izquierda, lo llamar¨¢n honorable, pero las manos cercenadas de V¨ªctor Jara seguir¨¢n rasgueando la guitarra del recuerdo de los que no olvidan ni perdonan, ni a ¨¦l ni a ninguno de los hijos de puta culpables de un herida que permanece y permanecer¨¢ abierta hasta que se abran esas amplias alamedas por las que transitar¨¢n los chilenos que han resistido el arrogante travestismo del poder, los que siguen buscando entre las hienas, los que no vendieron ni la dignidad ni la memoria.
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