Bichos
El alcalde de la localidad alicantina de Benissa acababa de mostrarnos, con hospitalidad parsimoniosa, la sombr¨ªa amplitud de unas cuantas mansiones antiguas, cuando, de buenas a primeras, tuvo que despedirse de los fuere?os porque, en su condici¨®n atinada de veterinario a la vez, ten¨ªa que practicarle la ces¨¢rea a una perra que se hab¨ªa puesto de parto. Y a m¨ª me pareci¨® muy bien que un alcalde lo fuese por igual de todo bicho viviente, de los animales racionales y de los irracionales. Comenc¨¦, pues, a fabular con un Levante no s¨®lo oasis en s¨ª, sino r¨¦plica milagrosa, con excelente clima, adem¨¢s, de un As¨ªs entregado al placer de amar con equidad: igual al carnicero que al lagarto, por poner un ejemplo poco esforzado. Y con esta estampita en la mente, me entregu¨¦ al ensue?o pagano; insensible a la crisis del Golfo e insensible al tif¨®n period¨ªstico de lo conspiratorio con mucha espuma.Pero la brevedad de todo idilio, materia prima de la prensa rosa y de la asalmonada sobrina cuando tiene que ver con el bolsillo, me la impuso el diario Las Provincias, donde se relataba que agentes de la Guardia Civil de la Comandancia de Alicante y del puesto principal de Gand¨ªa-Oliva acababan de cerrar, cual si aqu¨ª se tratase del fin de la ces¨¢rea, "sendas operaciones contra el contrabando del marfil y la compra-venta ilegal de animales ex¨®ticos". Total, que la Benem¨¦rita se hab¨ªa adue?ado de 32 colmillos de elefante asi¨¢tico (Elephas Maximus) y africano (Loxodonta Africana), al par que de 444 piezas (suena a cifra de rito) labradas en marfil pur¨ªsimo, "cuyo valor no ha sido estimado todav¨ªa".
De igual o parecida manera, retrasando con ello la valiosa estima del incisivo primer lote, tuvo la Benem¨¦rita que incautarse, tal cual, de tres graciosas aves tropicales: una cacat¨²a, un loro australiano y otro loro rosella, en plan tricornio tricolor o tr¨ªo mestizo, dispuesto a interpretar, para ganarse el pan con el pico, lo de Alejandro Sanz: Coraz¨®n part¨ªo. ?Qu¨¦ cuadro! Y, como hasta lo breve acaba dando en contagioso, lleg¨® la hora de la cena. Alguien dijo: "?Conoc¨¦is el restaurante liban¨¦s de Benissa?". Otro le replic¨®, interes¨¢ndose: "No, pero hemos o¨ªdo hablar mucho". A partir de ah¨ª, sin salir del Levante, lo normal es que una pregunta as¨ª, fundamental a la hora de establecer un par¨¦ntesis gastron¨®mico entre grano y grano de arroz azafranado ("?Si es que yo no me canso!"), va a percibir en el acto el "inter¨¦s extraordinario" de la respuesta. Y no se queda ah¨ª. Desencadena un t¨ªtulo perfecto de sobremesa, un final de sal¨®n intelectual, paladeado a coro, para cerrarle la bocaza al siglo, para demostrarle o decirle a la cara la impresi¨®n que nos ha causado: "Hemos o¨ªdo hablar mucho".
Mucho de todo: de millones y millones de seres humanos machacados por otros seres humanos. Y despu¨¦s, a rengl¨®n seguido, desencantados, nos dispusimos a o¨ªrlo todo a prop¨®sito de los bichos, esa reserva moral, esa agarradera. Mucho bichito, mucho bichito. Para la siesta frente al televisor. Para reconocerle, como no hace tanto a los negros, cierta posibilidad remota de venir tambi¨¦n de Dios, v¨ªa Mach¨ªn. Mucho bichito haciendo cola para elegir a qui¨¦n sentar a la mesa en recambio del pobre navide?o o del navide?o m¨¢s bien pobre.
En Benissa, como pr¨®logo a una cena ex¨®tica, te hac¨ªas a la idea en el rinc¨®n de espera, asentado, fumando un cigarrillo. Aunque en seguida vimos sobre la mesita del centro, a la altura de espinilla, un mont¨®n atractivo de papeles, con este sobresalto escrito en letras negras y may¨²sculas: "Espa?a, el pa¨ªs de las mil y una torturas". Pas¨¦ de largo por el arco de las mil y una en un restaurante ¨¢rabe, pero me detuve a conciencia en el contenido. Era un comunicado de una asociaci¨®n contra la tortura y el maltrato de los animales. All¨ª se recog¨ªan los pormenores del jolgorio pueblerino cuando alg¨²n animal de los otros recibe, por el hecho de serlo, su merecido. Para que sepa que, en el fondo, para nada somos iguales.
Y, denunciar eso est¨¢ bien. (Como lo est¨¢ sugerir que este art¨ªculo sea ilustrado con una serpiente pit¨®n). Pero luego se pone uno a cenar y ya no le aprovecha el pastel de pich¨®n ni el cordero ba?ado en pulpa de d¨¢tiles. Y, para colmo, te entra esa sensaci¨®n de tomar por arena el ajonjol¨ª. Y todo, porque se te ha quedado grabada la frase con la que se cerraba el piadoso panfleto: "Si pasas por alguno de estos pueblos, viajero, sac¨²dete el polvo de los zapatos". Menos mal que esa noche recuper¨¦ el vigor soberano y me lanc¨¦, de madrugada, a la lectura de Bichos, libro de Miguel Torga. A eso vuelvo ahora.
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