Padorno en la playa
Si Manuel Padorno despertara un d¨ªa lejos del mar seguir¨ªa escribiendo en la playa. Pas¨® a?os de silencio, en la meseta madrile?a, donde tapi¨® sus versos detr¨¢s de su oficio de editor; abri¨® las puertas de ese oficio a poetas de su generaci¨®n, la de los cincuenta, y tambi¨¦n en eso fue desprendido y f¨¦rtil; ¨¦l sigui¨® en silencio;como editor -que adem¨¢s era impresor, dise?ador, con el sobrenombre de Rodrigo Alem¨¢n- public¨® libros raros entonces, al principio de los setenta, e introdujo, con su esposa, Josefina Betancor (llamaron a su editorial Taller de Ediciones JB), el riesgo expresamente literario en la tarea de publicar a otros. En los primeros setenta lo que se ve ahora como aventura era, simplemente, una apuesta por respirar mejor, por ser felices y m¨¢s libres con la materia inasible de los sue?os literarios.Esa funci¨®n p¨²blica de la vida de Manuel Padorno, que culmin¨® porque la administraci¨®n y la ganancia no corrieron parejas con la ilusi¨®n, ocult¨® al poeta y lo redujo a un silencio que ¨¦l pobl¨® para sus amigos con una noble apariencia bohemia: com¨ªa a deshoras en grandes perolas cuarteleras, hacia la existencia al rev¨¦s, con el sue?o cambiado, como Onetti, y parec¨ªa que siempre quer¨ªa cambiar de territorio, ser otro en La Mancha, ocultarse en la meseta detr¨¢s del humo poblad¨ªsirno de su cuarto oscuro.
?l hab¨ªa viajado a Madrid en los cincuenta, en el mismo barco que Elvireta Escobio, Mart¨ªn Chirino, Manuel Millares y Juan Hidalgo; no hac¨ªan el viaje exactamente desde Las Palmas, su tierra, sino desde la Playa de las Canteras, que es un lugar a¨²n m¨¢s preciso del mundo, con su aire peculiar y con su luz potente e inolvidable, como si estuviera quieta. Con la experiencia de esa luz en la retina, estos artistas prosiguieron en Madrid sus distintos caminos po¨¦ticos; pero aquella luz tan poderosa ya les hab¨ªa atrapado para siempre. No se sabe qu¨¦ hubiera hecho Millares, que muri¨® hace 25 a?os, pero tanto el escultor Chirino como el poeta Padorno y el m¨²sico Hidalgo, de una u otra manera, han regresado al ¨¢mbito de aquella luz. Y en el caso concreto de Padorno, que es el que hoy nos ocupa, ese regreso ha tenido unas consecuencias po¨¦ticas, vitales, extraordinarias. All¨ª, en la playa, despojado de la timidez que quiz¨¢ le confiri¨® su oficio editorial, ha escrito en pocos anos una docena de libros, ha tenido tiempo para enmara?arse, con la buena intenci¨®n que le hizo bueno, en los errores y aciertos de la contienda cultural de la pol¨ªtica y ha construido sin quererlo la imagen que uno quisiera ver en el retrato de los poetas: preocupado m¨¢s por las palabras y el lenguaje que por la fama y la ambici¨®n; el resultado de su reencuentro con la playa ha sido explosivo: recuper¨® la edad, la edad juvenil, como si el viento de la playa fuera la mano maternal de la que habla Horacio Guaran¨ª, e hizo del mar -de la orilla del mar, ese es su espacio- el tema y la finalidad de su vida po¨¦tica.
Aunque la casa ya estaba hecha, puede decirse que convirti¨® para su gusto un caser¨®n en un barco frente a la Playa de las Canteras; la acondicion¨® para que fuera una especie de patio de agua y desde su estudio atestado de libros y de gatos y de nietos se ve esa raya sin fin que ¨¦l ha dibujado tanto en sus poemas como en sus cuadros, pues Padorno es tambi¨¦n un pintor que adquiere este oficio con el prop¨®sito de retratar el mar, las rayas de colores infinitos que tiene esa visi¨®n recuperada de su infancia.
Ahora Padorno ha escrito y publicado su ¨²ltimo libro de poemas, Para mayor gloria, una b¨²squeda realmente esforzada y limpia del sentido que tiene la monoton¨ªa feliz del hallazgo de los sentidos despu¨¦s de una traves¨ªa por la. parte gris del paisaje. Esta obra, publicada por Pretextos, es la expresi¨®n po¨¦tica de un hombre feliz con l¨¢grimas, que advierte en la existencia de las cosas interrogantes cotidianos que resuelve como quien se admira de que los objetos sean tambi¨¦n palabras. Es el libro de un solitario ("yo soy un solitario muchas veces"), que se entiende tambi¨¦n como la autobiograf¨ªa de un ojo que regresa al Atl¨¢ntico para jugar con las palabras de madera -como un orfebre- en las orillas de la playa que no le abandon¨®. Ante un poeta as¨ª, en su mayor gloria,se advierte la salud de una generaci¨®n que traz¨® sobre la literatura de esta lengua una robusta manera de describir la realidad: poetas preocupados por el paisaje humano, por el cotidiano paseo a trav¨¦s del tiempo, contado todo ello desde la exigencia del verso, descarnadamente, "sin vuelo en el verso", como dice Hierro y dej¨¢ndose la piel en esta zona colectiva pero ¨ªntima de su escritura. Tocar estos versos de Padorno, ver c¨®mo ha construido la exigencia personal de su vida de poeta, ayuda a ver la playa, a entender c¨®mo su luz cambia y profundiza la manera mejor de ver la vida.
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