Historias de lo que pudo no ser
Cuenta Claudio Magris que cierto general famoso, interrogado acerca de qu¨¦ hab¨ªa sentido cuando participaba en una c¨¦lebre batalla, respondi¨® diciendo que no hab¨ªa sentido nada especial "porque aquel momento no era aquel momento". La caracterizaci¨®n de un momento como algo hist¨®ricamente relevante es siempre posterior a los hechos. La celebridad de una batalla es un asunto de historiadores, no de militares. En el curso de la batalla, los participantes desconocen si est¨¢n participando en un acontecimiento hist¨®rico o jug¨¢ndose la vida por una estupidez. Es la historiograf¨ªa posterior la que reparte las medallas y los papeles, la que decide qui¨¦n de aqu¨¦llos es ahora el traidor o el h¨¦roe, integrando unos hechos confusos en la epopeya de la historia universal. Que esa interpretaci¨®n sea revocable y que, con frecuencia, los historiadores truequen despu¨¦s las condecoraciones por los desprecios o el simple olvido no contradice el funcionamiento selectivo e interpretativo de toda memoria hist¨®rica.Me pregunto qu¨¦ hubiera opinado aquel general sobre la reciente discusi¨®n acerca de la ense?anza de la historia, que se ha intentado zanjar con la determinaci¨®n de una serie de acontecimientos y circuristancias que los programas correspondientes deber¨ªan recoger. Apenas se han hecho valer, sin embargo, las virtualidades m¨¢s propias del aprendizaje hist¨®rico y la conciencia que el estudio de nuestro pasado nos proporciona. M¨¢s importante que el estudio de una batalla que marc¨® decisivamente el curso de la humanidad es caer en la cuenta de que el curso de la humanidad pueda cambiar en una batalla y que los combatientes no tengan ni idea de cu¨¢l pueda ser el curso de la historia. Entonces se comprende bien que la historiograf¨ªa sea un intento complejo y siempre revisable de obtener un significado que no est¨¢ presente en las secuencias cronol¨®gicas ni en las intenciones de los que fueron sus protagonistas.
La historia, m¨¢s que un registro de datos, es una escuela que ense?a lo contingentes que son los acontecimientos humanos. La historia es fundamentalmente un medio para cultivar la memoria de nuestra contingencia, para recordar la futilidad de toda categor¨ªa definitiva, la provisionalidad de nuestras definiciones. Hay historia all¨ª donde las intenciones subjetivas son derrotadas por un resultado imprevisible. Pese a la ret¨®rica de que se sirven los anunciadores de decisiones hist¨®ricas (apenas hay pol¨ªtico que resista la tentaci¨®n de bautizar algo como tal), la historia es algo que pasa y no algo que se hace. La importancia hist¨®rica de una determinada resoluci¨®n no es decidida por el protagonista, sino por el curso posterior de los acontecimientos, cuya interpretaci¨®n es misi¨®n de los historiadores.
Esto es lo que le pasa a nuestra identidad, que es un asunto hist¨®rico y no un acto de la voluntad. Que la identidad es el resultado de una historia quiere decir que no es el resultado de una acci¨®n consciente, de un plan para conseguir precisamente ese producto. Las peculiaridades hist¨®ricas resultan de la interferencia de intenciones muy diversas. Las identidades de los sujetos y las peculiaridades de los pueblos no se deben a la persistencia de una voluntad de serlo. La identidad no es el resultado de una acci¨®n, sino de una historia, es decir, de un proceso desarrollado bajo condiciones que se comportan azarosamente frente a las propias pretensiones. Nadie debe su existencia a un acto de aprobaci¨®n hacia ella.
Las historias son series de acontecimientos que desobedecen a las intenciones de los sujetos. No son la realizaci¨®n de un plan, ni lo que hacemos cuando podemos lo que queremos. Aquello que somos no permite ser entendido como el resultado de nuestra voluntad. Esto no significa que no estemos en condiciones de ampliar nuestras posibilidades de actuaci¨®n en la historia; podemos hacer proyectos, pero el futuro de esos procesos complejos que nosotros u otros contar¨¢n como nuestra historia cuando el futuro se haya hecho presente, escapa finalmente a nuestras intenciones y pron¨®sticos. La historia sirve para apuntar una identidad, pero no a la manera de una esencia necesaria por la que hubieran trabajado intencionadamente nuestros antepasados. La identidad es lo que resulta del complejo de intenciones discrepantes que pugnan antes de ser derrotadas finalmente por lo imprevisto. Lo que somos hist¨®ricamente resulta siempre de la mezcla entre la intenci¨®n y la contrariedad.
Por eso la historia no refuta ni demuestra proyecto pol¨ªtico alguno. Es absurdo buscar en la historia pruebas de nuestra falta de libertad y esperar el descubrimiento de unos designios necesarios que nos exoneren del dif¨ªcil ejercicio de nuestras libertades. La historia es un mal argumento en favor o en contra de cualquier pol¨ªtica de la identidad, porque en la historia hay m¨¢s azar que necesidad. ?sta es la ense?anza m¨¢s apreciable del estudio de la historia: mostrando las casualidades que han dado lugar a lo que somos, permite adivinar qu¨¦ indeterminadas est¨¢n las posibilidades de lo que vayamos a ser.
En tanto que cultivadora de la propia contingencia, la historia despolitiza nuestra relaci¨®n con la historia. Pero esa despolitizaci¨®n tiene una gran importancia pol¨ªtica. Proporciona una lucidez especial contra la tendencia a suscribir una racionalidad de acciones, fines y planificaciones a las historias que constituyen nuestra identidad. Nos ayuda a entender cu¨¢nto debe nuestra peculiaridad actual a las inconsecuencias y casualidades del pasado, qu¨¦ poco alcance tiene nuestra voluntad en el gigantesco escenario de los humanos y qu¨¦ necesaria es la historia como remedio contra el fanatismo. Los devocionarios para la exaltaci¨®n del destino ineludible de los pueblos son otra historia.
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