El m¨®vil
De sobra s¨¦ que el asunto de los tel¨¦fonos m¨®viles es territorio bien ganado de Juan Jos¨¦ Mill¨¢s. Si no resisto la tentaci¨®n de inmiscuirme es por la ¨ªndole del caso y la responsabilidad de desentra?ar, en cooperativa, una interrogaci¨®n capital. La interrogaci¨®n es ¨¦sta: ?por qu¨¦ si un m¨®vil usado por un hombre induce el rechazo y hasta la repulsi¨®n f¨ªsica, en manos de una mujer adquiere acicate sexual?Podr¨ªa creerse que se trata de cuesti¨®n menor, pero Espa?a es hoy el pa¨ªs donde mayor presi¨®n publicitaria existe en torno al m¨®vil y el ¨¢mbito social donde su gran reproducci¨®n ha adensado m¨¢s r¨¢pidamente las pasiones que crecen en su entorno. El m¨®vil pulula como una incesante secuencia de est¨ªmulos, masculino-negativos, femenino-positivos. Un caf¨¦ se erotiza cuando el tel¨¦fono suena en el oscuro interior de un bolso y se convierte en perturbador cuando vibra por los adentros de una americana o de un pantal¨®n.
Mi teor¨ªa es que aquello que el hombre saca al fin evoca un ¨®rgano sexual deforme y de su propiedad; mientras la mujer lo que coge es una invitaci¨®n ajena y fija; en clave para una cita entre lo ¨ªntimo. Lo que llega por el o¨ªdo del m¨®vil masculino es materia mercantil, basura conversacional, palabras gordas, mientras por el fono femenino acuden mensajes ce?idos, celadas, intercambios de voces que son el centro de la confidencialidad.
La representaci¨®n simb¨®lica aparece como una contempor¨¢nea edici¨®n del arma en las manos. Un rev¨®lver otorga a un hombre la estampa de un malvado, pero confiere a ella, sin embargo, la fama de mujer fatal. El m¨®vil hoy, obsesivo, omnipresente, adensa la dial¨¦ctica de los sexos y multiplica, con una densidad de ahogo, el cruce entre lo carnal m¨¢s exquisito y la carnaza; lo concupiscente y lo letal.
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