Sainetes
En este a?o de centenarios, evocaciones y rememoranzas, parece que pega hablar del sainete, ?no? De modo que cojo y hablo: con antecedentes en nuestro Siglo de Oro como pieza cortita, se consolida cual entrem¨¦s o divertimento. Divertir es, por encima de todo, lo que pretende. Ser¨¢ una obra salada, sazonada las m¨¢s de las veces con sal gorda, muy gorda. En el XVIII deviene intermedio, incorpora la m¨²sica y el baile y logra infiltrarse en lo que m¨¢s tarde se llamar¨¢ "g¨¦nero chico", con l¨ªneas divisorias entre sus diversas modalidades no siempre bien delimitadas. Por cierto, que en aquella centuria cohabitar¨¢ pac¨ªficamente con la tonadilla, ef¨ªmera y de car¨¢cter distinto.Es esta pieza m¨¢s aguerrida. Nace en Madrid, y, como los blues de Nueva Orleans o el cante jondo del sur espa?ol, brota del pueblo y constituye una protesta, una queja contra las costumbres sociales, el amaneramiento y el dilettantismo. Evolucionar¨¢ desde la pieza cortita, recitada y a veces cantada por un d¨²o, hasta un r¨¢pido apogeo, con m¨¢s personajes y figuras de tanto relumbr¨®n, como la Tirana y la Caramba, dos nombres que se quedaron prendidos en la historia.
?Surge tambi¨¦n el sainete, no menos madrile?o, de las gargantas del pueblo? Yo dir¨ªa sin dudarlo que no. No es su misi¨®n impugnar nada, increpar a nadie, lo que resultar¨ªa totalmente il¨®gico, ya que quienes lo inventan y mantienen son, digamos para entendernos, los se?oritos. Esta autor¨ªa no excluye la posibilidad de que en el curso de la representaci¨®n (y lo mismo puede decirse de la zarzuela) aparezca un malvado protagonista perteneciente a la aristocracia y con intenciones de pellizcar, o vaya usted a saber, a la moza de turno. Lo que pasa es que enseguida acuden al quite, muy nobles, el pretendiente de la chica y el pueblo todo, dispuestos a impedir que se consume el pellizco, o lo que sea, y el p¨¦rfido caballero, a su vez muy noble, comprende con gran prontitud que la moza, garrida of course, no es para ¨¦l, se resigna, seguramente pide perd¨®n y hace mutis soltando un parlamento sensat¨ªsimo, o cant¨¢ndolo.
Es decir, la sangre nunca llega al r¨ªo y los posibles conflictos esc¨¦nicos se resuelven a gusto de todos, con conmovedoras moralejas. No hay ning¨²n af¨¢n de agraviar a las gentes "comunes y bajas". S¨ª lo hay, aqu¨ª entre nosotros, de representar en los escenarios, y exprimirlas con ¨¢nimo jocoso, las vidas de dichas gentes, sus decires, achares, cultas, pasiones y farras. Todo ello con paternalista piedad de ropero: los pobres son graciosos, al menos para re¨ªrse de ellos, son divertidos, en su ignorancia, y acaso hasta valga la pena re¨ªrse con ellos, puede que sean buenos en el fondo, aunque tan zafios... (recordemos el Perico y la Nicasia de La Dolorosa, ya que he mencionado la zarzuela), de modo que ri¨¢monos todos, incluidas, desde sus palcos, tras sus impertinentes, las recamadas damas de la buena sociedad.
Los escenarios se llenan de chulapos, de manolos y chisperos en menos que canta un gallo, aunque en los a?os subsiguientes la tem¨¢tica se ir¨¢ ampliando, surgir¨¢n los grandes templos del g¨¦nero, como el Apolo, el Lara o el Variedades (v¨ªctima durante la dictadura de Primo de Rivera de un pavoroso incendio, cuando estaba lleno hasta la bandera y con un elevado tributo de cad¨¢veres). Y lo m¨¢s curioso es que ese pueblo llano y bajo que triunfa, reinventado, sobre los escenarios, ha ido accediendo al gallinero de los teatros en cuesti¨®n y se ha gustado. El teatro se convertir¨¢ en leit motiv de las conversaciones populares, como hoy sucede con la programaci¨®n de la tele, el f¨²tbol o los amores y desamores de famosas y famosos. Y no es eso todo: la naturaleza imita al arte, y los chulapos remedan lo que ven en escena, reinvent¨¢ndose a su vez. El ¨¢ngulo de la gorrilla, el mant¨®n ajustao o terciao, el contoneo m¨¢s o menos jacarandoso que ha llegado hasta nosotros a trav¨¦s de nuestros agonizantes castizos proviene m¨¢s del teatro que de la vida misma. Para Fines del siglo XIX, la ¨¦poca que en estos d¨ªas conmemoramos, puede decirse que el sainete ha saltado a la calle. Prolifera el contubernio entre "modistilla" y "se?orito calavera", ya sin novio ni pueblo salvadores, conviven farra, desgarro y cachondeo.
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