Un lugar donde drogarse en paz
Los adictos sin techo tienen en Amsterdam 'narcosalas' municipales
Dirk de Vries no quiere recordar por qu¨¦ se enganch¨® al caballo. S¨®lo cuenta que apenas era un ni?o cuando se meti¨® la primera dosis y desde entonces ha pasado m¨¢s de la mitad de sus 38 a?os fum¨¢ndose la hero¨ªna que el cuerpo le pide a gritos en las cabinas de tel¨¦fono y, cuando es d¨ªa de suerte, en el portal que alg¨²n vecino despistado deja abierto. No tiene trabajo, apenas le quedan amigos, de la familia no sabe nada y carece de domicilio. Con este curr¨ªculo, unido a que ha pasado en vano por varios programas de desintoxicaci¨®n, De Vries se ha convertido para las autoridades en un CEP: Caso Extremadamente Problem¨¢tico.Los CEP son adictos que, adem¨¢s de no tener casa, son considerados casos perdidos. Para ellos, el Ayuntamiento de Amsterdam ha abierto unos centros con narcosalas -as¨ª prefiere llamarlos la concejal de salud, Jikkie van der Giessen, impulsora de la idea-, donde pueden consumir sus dosis con tranquilidad.
En los apenas seis metros cuadrados de la salita, las autoridades se aseguran concienzudamente de que nada falte: jeringuillas desechables, agua destilada, algod¨®n y una cucharilla para los que se inyectan la hero¨ªna, y el encendedor y el papel de aluminio que necesitan los que se la suministran fumada. Los tonos pastel de la pared, y las flores y velas sobre una mesa tratan con bastante ¨¦xito de restar la frialdad que dan el espejo, el lavabo y los muebles baratos.
"Esto es otra cosa, aqu¨ª podemos sentarnos tranquilamente a consumir. En la calle siempre est¨¢s con prisa y con miedo a que aparezca alguien", dice De Vries, que necesita unos cuatro gramos diarios de hero¨ªna.
Para usar las instalaciones, donde adem¨¢s es posible ducharse, tomar t¨¦ y caf¨¦ gratis, cambiarse y lavar la ropa, los adictos tienen que suscribir un contrato. En el documento se comprometen a respetar el horario de apertura -de 10 a 16 y de 18 a 20 horas-, a someterse peri¨®dicamente a revisiones m¨¦dicas, a no llevar amigos o conocidos y a no vender ni comprar drogas en las cercan¨ªas. ''Los adictos tienen que traer sus propias dosis, no queremos que esto se convierta en un mercado", dice Ingeborg Schlusemann, directora de uno de los centros.
En el resto de la casa est¨¢ terminantemente prohibido cualquier droga -incluso medicamentos, alcohol y marihuana-, robar y mostrar un comportamiento agresivo, f¨ªsico o verbal. A quien quiebra las reglas, se le echa.
Los asistentes sociales del centro velan por el buen orden en la casa, pero tienen expresamente prohibido presionar a los adictos para tratar de convencerles de que se acojan a programas de desintoxicaci¨®n o que abandonen las drogas. "Si requieren ayuda habr¨¢ personas para asesorarlos y llevarlos a los sitios adecuados, pero la prioridad ¨²nica aqu¨ª es que tengan un lugar donde consumir libremente, sin sentirse agobiados", recalca Schlusemann.
Entre los primeros participantes, todos viejos conocidos de la polic¨ªa y de los asistentes sociales, hay un porcentaje elevado de extranjeros que llevan varios a?os vagando por las calles de Amsterdam.
Para evitar malentendidos, los contratos a suscribir han sido realizados en varios idiomas. Junto al holand¨¦s, hay textos en ingl¨¦s, alem¨¢n e italiano. As¨ª, adictos como Susan Klier, una alemana de 35 a?os que hace cuatro que rueda por los parques y las estaciones de metro de Amsterdam, no pueden ampararse en que desconocen las normas. "He estado detenida en casi todos las comisarias de la ciudad, cuenta Klier, que asegura estar dispuesta a somerterse a las reglas que le pongan para no tener que seguir pinch¨¢ndose a toda prisa en la primera esquina que encuentre. "En Alemania no hay casi ninguna ayuda a los drogadictos, esto es fant¨¢stico", dice mirando con satisfacci¨®n a su alrededor.
No es la primera vez que en Holanda se acomete un proyecto de estas caracter¨ªsticas. Aparte los experimentos del Padre Visser, un pastor protestante que ha convertido su parroquia de Rotterdam en centro de peregrinaci¨®n de adictos, las autoridades locales de Amsterdam ya trataron 15 a?os atr¨¢s de abrir centros de este tipo.
Cerca de la estaci¨®n central de trenes, punto de cita tradicional de adictos y prostitutas, el Ayuntamiento abri¨® un barco para que los que los que no tuvieran otro lugar m¨¢s tranquilo pudieran consumir sus dosis en paz. El asunto se le escap¨® pronto de las manos y las quejas de los vecinos por el aumento de la delincuencia en el barrio dieron al traste con la idea.
"Ahora tenemos un concepto nuevo", explica Van der Giessen, que est¨¢ segura del ¨¦xito en esta ocasi¨®n. "En la sala de consumo s¨®lo pueden entrar de uno en uno y los asistentes sociales que se encuentran en el centro velar¨¢n porque se respeten las normas", asegura.
Para evitar la acumulaci¨®n de los adictos en una misma zona, el Ayuntamiento abrir¨¢ varios centros en la ciudad y s¨®lo admitir¨¢ una quincena de adictos por centro.
El proyecto se aplicar¨¢ en varias fases. Para la primera se han abierto tres primeras narcosalas y habr¨¢ que esperar unos meses para que haya otras 15 diseminadas por la ciudad. "A fines de a?o estaremos en situaci¨®n de prestar ayuda continuada a los cerca de 400 adictos graves sin techo que hay tirados ahora por Amsterdam, dice la concejal.
Henk Eissens, presidente de la asociaci¨®n de vecinos de una de las zonas donde ya hay un centro funcionando, no alberga dudas sobre el programa. "Es mucho mejor que se pinchen aqu¨ª dentro, controlados, que encontrarte las jeringuillas tiradas o sorprenderlos en tu portal con el riesgo de que reaccionen agresivamente", asegura. Su postura respalda los resultados de una investigaci¨®n realizada a solicitud del Ayuntamiento que revel¨® que la mayor¨ªa de los habitantes de Amsterdam apoya que se tolere el consumo controlado de drogas duras en centros especiales. Casi el 60% de los ciudadanos ve peligrosos a los adictos en la calle y prefiere que fumen o se pinchen a buen recaudo.
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