Esp¨¦rame en Santiago, vida m¨ªa
La Cumbre de las Am¨¦ricas que se celebrar¨¢ esta semana en Santiago de Chile tiene una agenda visible y otra invisible. El libre comercio y la educaci¨®n encabezan el temario aceptado. Cuba y la carrera armamentista, la orden del d¨ªa oculta.Los jefes de Estado que habr¨¢n de reunirse en la capital andina son todos fervorosos partidarios del libre comercio, convencidos de que un creciente intercambio de capitales, bienes y servicios en un mundo interdependiente no constituye un juego de suma cero, dado que ni la inversi¨®n ni la producci¨®n en el mercado est¨¢n fijados de una vez por todas. La conclusi¨®n es que, mediante el libre comercio, las econom¨ªas deber¨ªan prosperar juntas, no unas a expensas de las otras.
El libre comercio es un juego de suma positiva. ?sta es la filosof¨ªa que ha estimulado el Tratado de Libre Comercio entre Canad¨¢, M¨¦xico y los EE UU, as¨ª como el Mercosur entre Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay. En Santiago, el presidente Bill Clinton har¨ªa muy mal en forzar el ritmo de ambas asociaciones a fin de llegar cuanto antes a una zona continental de libre comercio, "de Alaska al cabo de Hornos", como dice el inquilino de la Casa Blanca.
El hecho es que tanto el TLC como el Mercosur est¨¢n apenas encontrando sus amarres y corren a¨²n el peligro de navegar al garete. A ambas asociaciones les falta descubrir la medida de las cargas que deben compartir y los obst¨¢culos que deben superar. El TLC tiene como epicentro la poderosa econom¨ªa de EE UU. ?ste no es el caso del Mercosur, una asociaci¨®n mucho m¨¢s diversificada que el TLC, ya que comparte m¨¢s de la mitad de su comercio con ?frica y Europa. Nada se gana, en la etapa que vivimos, con a?adir los problemas particulares de la relaci¨®n comercial M¨¦xico-EE UU a los desequilibrios, por ejemplo, de la relaci¨®n Brasil-Argentina.
El presidente Clinton, por lo dem¨¢s, llega a Santiago con una muleta distinta de la que trajo a M¨¦xico. Su actual rengueo se lo debe a un Congreso notoriamente provinciano y carente de visi¨®n internacional que le ha negado al presidente una facultad que parecer¨ªa inherente al privilegio ejecutivo de concluir tratados internacionales: la de presentarlos al Congreso como una sola pieza legislativa, lo que en la jerga jur¨ªdica norteamericana se llama fast track authority. Desprovisto de esta autoridad, el presidente Clinton mal puede prever su grandioso esquema "de Alaska al cabo de Hornos". Bien har¨ªa, m¨¢s bien, en escuchar las buenas razones del presidente brasile?o, Fernando Henrique Cardoso, a favor de una integraci¨®n m¨¢s cauta, m¨¢s lenta, pero m¨¢s firme, al cabo.
M¨¢s all¨¢ de estos argumentos, lo que deber¨ªa preocupar a los estadistas reunidos en Santiago es la flagrante ausencia del factor humano en los debates sobre el libre comercio. Nos hemos acostumbrado, da?inamente, a hablar s¨®lo de cosas y nunca de personas. ?Cu¨¢ndo empezaremos a preocupamos seriamente por la gente, los trabajadores, el medio ambiente?
Es en este punto donde la educaci¨®n, el otro tema estelar en la junta cumbre, hace su aparici¨®n y nos propone unir, finalmente, la educaci¨®n y el trabajo. De acuerdo con Jeremy Rifkin, el mundo desarrollado se enfrenta al dilema de producci¨®n creciente y empleo decreciente. No es un dilema nuevo. Lo conoci¨® la primera revoluci¨®n industrial y dio lugar al movimiento ludita, la violencia de los seguidores de Ned Ludd, que destru¨ªan las m¨¢quinas acusadas de arruinar el trabajo agr¨ªcola y artesanal. Al cabo, se logr¨®, en el siglo XIX, un cierto equilibrio, como acaso se logre entre la tecnolog¨ªa y el empleo en el siglo XXI.
Mientras tanto, los ¨ªndices de desempleo en Espa?a, Francia y Alemania son alarmantes y, en EE UU, aunque bajo, el factor desempleo se presenta -todos lo sabemos- disfrazado. ?Es digno trabajo que un egresado universitario dedique su juventud a calentar hamburguesas en un Macdonald's? Esto, lo digo de paso, no puede disfrazar tampoco la necesidad del trabajo migratorio, que cumple tareas que no est¨¢ dispuesto a aceptar ning¨²n ciudadano de EE UU. Es m¨¢s: sin la contribuci¨®n del trabajador mexicano la econom¨ªa de EE UU sufrir¨ªa escasez de alimentos, aumento de precios e inflaci¨®n creciente. No hagamos, pues, pleitos rateros a costillas del trabajador mexicano.
M¨¢s bien, preocup¨¦monos de que la ecuaci¨®n de Rifkin -mayor producci¨®n y menos empleo- no contagie de un pesimismo fatal al proceso de la educaci¨®n. ?Para qu¨¦ educar a los ciudadanos si no se les puede emplear? Latinoam¨¦rica, regi¨®n de baja productividad y alto desempleo, debe preguntarse ya si puede lograr, en las condiciones actuales de las econom¨ªas locales y de, la econom¨ªa global, crecimiento econ¨®mico con m¨¢s educaci¨®n y creciente empleo. Si este tema no es encarado en la cumbre, sus protagonistas habr¨ªan cometido una grave falta.
El hecho mismo de que todos en Am¨¦rica Latina vivamos en dos naciones -lo que los brasile?os llaman "Belindia", mitad B¨¦lgica mitad India- quiz¨¢ nos ofrezca la oportunidad de desarrollar nuestras hinterlands -al sur de M¨¦xico, al norte de Argentina, el techo andino, el noroeste brasile?o- con programas funcionales que reh¨²sen divorciar el crecimiento de la educaci¨®n y la educaci¨®n del trabajo otorg¨¢ndoles un destino inseparable. Crecimiento, educaci¨®n y trabajo.
Por fortuna, la educaci¨®n ocupa un primer¨ªsimo lugar en el programa del presidente Clinton. Su muy inteligente secretario del Tesoro, Robert Rubin, ha enfatizado varias veces que, sin educaci¨®n, m¨¢s y mejor educaci¨®n, EE UU -todos los Estados de EE UU- dejar¨¢ de prosperar.
La cultura es otro asunto. Latinoam¨¦rica y EE UU son culturalmente diferentes. Pero la invasi¨®n de chatarra consumista y de espumosa diversi¨®n norteamericana es acaso s¨®lo una chapa transparente que nos permite observar mejor la fuerza subyacente de la cultura indo-afro-ib¨¦rica que se extiende de M¨¦xico al cono sur, pero tambi¨¦n m¨¢s all¨¢ del r¨ªo Bravo a Tejas y California, a Chicago y Nueva York.
La cultura de EE UU es, cada vez m¨¢s, una multicultura definida, cada vez m¨¢s, por el componente iberoamericano. Aprovechemos lo que cada parte le puede dar a la otra. Faulkner es tan parte de la cultura latinoamericana como Garc¨ªa M¨¢rquez lo es de la cultura norteamericana. Despu¨¦s de todo, las civilizaciones crecen gracias al contacto con otras civilizaciones. Cultura aislada es cultura muerta. El chovinismo y la jenofobia nos han conducido a las terribles cat¨¢strofes humanas del siglo XX.
El hu¨¦sped no invitado a la Cumbre de Santiago, una vez m¨¢s, es Cuba. S¨®lo EE UU, pose¨ªdo de una ro?osa arrogancia, mantiene cerrada esa puerta. El resto del hemisferio cree que es la empecinada oposici¨®n de EE UU la que le renueva y prolonga al poder a Fidel Castro. Gracias a EE UU, Fidel, durante cuarenta a?os, ha podido presentarse ante el mundo como el defensor de Cuba contra el imperialismo yanqui.
Poner fin al embargo, desechar la rid¨ªcula ley Helms-Burton no s¨®lo significar¨ªa un golpe contra el autoritarismo castrista, sino que. dar¨ªa luz verde al propio pueblo cubano para generar cambios democr¨¢ticos internos sin temor a ser denunciado como "traidor" a la patria.
El otro fantasma que revolotear¨¢ sobre la mesa de los presidentes en Santiago es la renovada carrera armamentista latinoamericana. Los ej¨¦rcitos latinoamericanos no se pelean entre s¨ª. Combaten a sus propios ciudadanos. Y arruinan las econom¨ªas. Un solo avi¨®n de caza para una fuerza a¨¦rea latinoamericana cuesta tanto como ochenta millones de libros de texto para las escuelas primarias. No importa. Nadie se tom¨® el trabajo de alfabetizar a Pinochet o a Videla.
La Administraci¨®n de Clinton, pretextando que los Gobiernos latino americanos adquirir¨ªan armas de los vendedores europeos, da?ando a los mercaderes de armas norteamericanos, ha derogado la sabia disposici¨®n del presidente Carter que prohib¨ªa la venta de armas de alta tecnolog¨ªa a Am¨¦rica Latina. Antes de viajar a Santiago, el presidente Clinton har¨ªa bien en escuchar los consejos del ex presidente de Costa Rica y premio Nobel de la Paz ?scar Arias. EE UU deber¨ªa proponer una moratoria de dos a?os a una carrera armamentista que no s¨®lo desviar¨ªa recursos mejor empleados en la educaci¨®n y el desarrollo econ¨®mico, sino que resucitar¨ªa los consabidos apetitos de una clase castrense latinoamericana acostumbrada, al cabo, a ejercer mayores poderes que los que nuestras nuevas democracias les conceden.
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