Prestancia
"Lo que Luis D¨ªez del Corral tiene", dijo el gran don Ram¨®n Carande en la respuesta al discurso de entrada de aqu¨¦l en la Real Academia de la Historia, ''es prestancia". M¨¢s de un codazo mal¨¦volo se intercambi¨® a mi alrededor. En vez de un elogio intelectual, parec¨ªa una ir¨®nica alusi¨®n a la imponente figura del nuevo acad¨¦mico, a su porte de pr¨®cer. Hoy, al enterarme de la muerte de don Luis, me viene a la mente la palabra "prestancia" y miro el diccionario: "Excelencia, calidad superior entre los de su clase". Me impresiona, una vez m¨¢s, nuestra ceguera, la de la juventud antifranquista, obsesionada por las urgencias de la lucha inmediata e incapacitada para apreciar cualidades y valores que -en cantidades poco abundantes, sin duda- exist¨ªan a nuestro alrededor.Esos valores que hoy desaparecen con D¨ªez del Corral son los del intelectual que es a la vez de excelente calidad y gran se?or; que sabe leer, escribir, pensar y hacer pensar a otros, sin contorsiones, sin alterar la voz, sin imponer su autoridad, sin dar espect¨¢culo ni esc¨¢ndalo. Con calma y elegancia, lo que le gustaba era profundizar en los grandes problemas, no dejarse urgir por las presiones cercanas. Nunca le interes¨® el cotilleo de la oposici¨®n al r¨¦gimen, ni el ¨²ltimo manifiesto o reuni¨®n clandestina, como no le interesaron otra clase de oposiciones: las de las plazas docentes, colmo de la excitaci¨®n pasional para tanta parte del mundo acad¨¦mico. Le interesaban, por el contrario, las ideas de Francis Bacon o Campanella, o las consecuencias de la reforma protestante para la libertad pol¨ªtica, o la buena o mala fama de la monarqu¨ªa hisp¨¢nica en la edad moderna. Le interesaba, sobre todo, Alexis de Tocqueville y la grandeza del liberalismo, que hab¨ªa sabido prever los peligros de una sociedad obsesionada por la igualdad y despreocupada por poner diques morales o legales para un poder sancionado por la voluntad popular.
Su mundo era el polo opuesto a lo que nos hab¨ªan ense?a do en los colegios de frailes del franquismo, donde todo eran recelos ante cualquier idea posterior a santo Tom¨¢s, donde los profesores se mofaban de Darwin, de Pirandello o de Picasso. D¨ªez del Corral hablaba de Pirandello y de Picasso con el m¨¢ximo respeto, hac¨ªa leer a Lutero o a Rousseau, salt¨¢ndose discretamente la necesidad de permisos eclesi¨¢sticos; y cuando firmaba la autorizaci¨®n para hacer copias facsimiles del Manifiesto comunista destinadas a los estudiantes, hac¨ªa como que no se enteraba de que a escondidas nosotros reproduc¨ªamos muchos m¨¢s ejemplares de los autorizados. Toleraba eso, y mucho m¨¢s. Lo que no toleraba, era la falta de calidad intelectual a su alrededor.
Pero tambi¨¦n se hallaba muy lejos de quienes por entonces pretend¨ªan ya hacer un nuevo tipo de historia, que se llamaba "social", y en particular una historia de Espa?a que pudiera enfrentarse con la versi¨®n oficial del nacionalcatolicismo. ''?Por qu¨¦ no se dedican ustedes a los grandes autores, a los cl¨¢sicos? ?Por qu¨¦ esa obsesi¨®n con Espa?a?''. No pod¨ªa comprender que uno pudiera hacer una tesis sobre el anarquismo espa?ol: "?Pero si el anarquismo, y mucho menos el espa?ol, nunca ha producido un gran pensador!". Hab¨ªa que leer a Plat¨®n, a Hobbes. Con ellos se aprend¨ªa, y adem¨¢s se educaba el gusto. No con Anselmo Lorenzo o con Pablo Iglesias.
Ese fue su drama de los ¨²ltimos a?os. En un mundo universitario que vivi¨® el ¨²ltimo franqu¨ªsmo y la transici¨®n en extrema tensi¨®n, un D¨ªez del Corral a quien disgustaba la pelea se fue recluyendo en una soledad no exenta de amargura. No poco contribuy¨® a este proceso aquel "juicio cr¨ªtico" al que ingenuamente se someti¨® ante una asamblea estudiantil. Es sintom¨¢tico que los estudiantes radicalizados no se atrevieran a enjuiciar a los profesores de extrema derecha (que no faltaban en la Facultad de Pol¨ªticas), a los que pasaban lista en clase, a los que llamaban a la polic¨ªa o aterrorizaban con un pu?etazo en la mesa. Enjuiciaron a Diez del Corral, al liberal bondadoso; y ¨¦l, por liberal y por bondadoso, lo acept¨®. Y por all¨¢ and¨¢bamos los j¨®venes ayudantes, con el coraz¨®n dividido entre la necesidad de subvertir las estructuras acad¨¦micas, de la que est¨¢bamos convencidos, y el viejo profesor liberal, cuya generosidad y saber conoc¨ªamos como nadie.
D¨ªez del Corral perteneci¨® a la generaci¨®n, y al grupo de amigos, de Maravall, Aranguren, La¨ªn o Ridruejo. Dif¨ªcilmente sabremos estar a su altura.
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