Nuestros otros
En el a?o 1198 tuvo lugar una escena altamente simb¨®lica cuando el joven Ibn Arabi presenci¨® en C¨®rdoba el entierro de los restos de Averroes, trasladado desde Marruecos, donde hab¨ªa fallecido tres meses antes. La descripci¨®n que hace de la ceremonia parece intuir este simbolismo: "Cuando fue colocado sobre una ac¨¦mila el ata¨²d que encerraba su cuerpo, pusi¨¦ronse sus obras en el costado opuesto para que le sirvieran de contrapeso... Dije para mis adentros: a un lado, el maestro, y a otro van sus libros, pero sus anhelos, ?vi¨¦ronse al fin cumplidos?".Ibn Arabi, trasladado a Oriente y muerto en Damasco, alcanzar¨ªa a ser uno de los pensadores m¨¢s decisivos de la m¨ªstica isl¨¢mica y, por supuesto, de la m¨ªstica universal. Averroes representaba y culminaba otra etapa hist¨®rica, anterior, de la filosof¨ªa del mundo isl¨¢mico, influyendo enormemente en las culturas medieval y renacentista de Europa. Para defender la autonom¨ªa del pensamiento frente al dogma recurri¨® a los griegos, y de modo muy particular a Arist¨®teles, del que fue, como escribi¨® Dante en la Divina comedia, el "gran comentarista". Su talante cr¨ªtico era suficientemente poderoso como para ser observado como un precedente de las corrientes ilustradas que conducen a la modernidad, tanto por la dimensi¨®n de su fuerza anal¨ªtica cuanto por su audacia acerca de la libertad individual.
Averroes e Ibn Arabi eran europeos, occidentales, nacidos, respectivamente, en C¨®rdoba y Murcia, pero, transcurridos exactamente ocho siglos desde aquella escena simb¨®lica, ninguno de los dos forma parte de nuestra historia del pensamiento, salvo para voces todav¨ªa muy minoritarias. Es cierto que en los ¨²ltimos tiempos se han publicado, en buenas ediciones, diversas obras de Ibn Arabi y, probablemente, la commemoraci¨®n de la muerte de Averroes dar¨¢ lugar a unas cuantas ex¨¦gesis, pero, en lo sustancial, para nuestras escuelas y universidades, su presencia quedar¨¢ diluida en el silencio como hasta ahora.
Mientras se perpet¨²en estas circunstancias de poco servir¨¢n las buenas intenciones sobre la confluencia de las civilizaciones que, de tanto, en tanto, se proclama desde los ¨¢mbitos oficiales de la pol¨ªtica o de la cultura. El viraje, en profundidad, deber¨ªa pertenecer a una nueva pedagog¨ªa sobre el relativismo de las identidades o, si se quiere, sim¨¦tricamente, sobre la pluralidad de toda tradici¨®n. Apenas importa, en consecuencia, si de vez en cuando recordamos, a efectos casi propagand¨ªsticos, que un Averroes o un Ibn Arabi son europeos (geogr¨¢ficamente) y no s¨®lo orientales (espiritualmente); lo importante ser¨ªa asumir que pertenecen a nuestra tradici¨®n occidental sin dejar de ser grandes maestros del pensamiento isl¨¢mico.
Son, desde una estricta intimidad espiritual, nuestros otros. Pero los prejuicios que ostentamos frente a ellos son tanto m¨¢s poderosos cuanto mayor es su proximidad. Graduamos en cierto modo nuestra relaci¨®n con la alteridad civilizatoria en proporci¨®n inversa a la distancia espacial, temporal y, particularmente, mental. As¨ª, mientras acostumbramos a sentirnos encantados con el exotismo de los primitivos, excitados por la magia del antiguo Egipto o reverentes ante las honduras filos¨®ficas de China o la India, nos mostramos inc¨®modos con el h¨¢lito demasiado cercano de las culturas musulmanas.
A este respecto, el pasado se superpone con el presente. Aunque podemos reconocer las glorias art¨ªsticas y literarias del islam cl¨¢sico o del Imperio Otomano, apenas podemos desgajarlas todav¨ªa de la contradicci¨®n secular entre los mundos cristiano e isl¨¢mico. A los ojos de amplias mayor¨ªas europeas y, paralelamente al silencio c¨®mplice de los sistemas educativos, el Cor¨¢n o una mezquita, por grande que sea su valor art¨ªstico, a¨²n est¨¢n llenos de violencia y peligro.
Al tiempo que los ex¨®ticos primitivos, los m¨¢gicos egipcios o los fil¨®sofos indios o chinos se dibujan en una pulcritud atemporal sin asomo de sombras de amenaza, la cultura isl¨¢mica, adem¨¢s de representarse sumergida en la san gre de las grandes guerras del pasado, aparece tumultuosamente confundida en el remolino negativo de esencialismos o integrismos, cuando no, bajo las miradas m¨¢s xen¨®fobas, con el terror suscitado por las migraciones contempor¨¢neas de trabajadores.
A decir verdad, la perplejidad occidental ante el mundo isl¨¢mico es tan grande que, a excepci¨®n de los especialistas o de los conocedores directos de sus realidades, apenas hay capacidad para distinguir los fen¨®menos que ocurren en su interior ni, tampoco, de separar el pasado del presente. Para gran parte de la poblaci¨®n europea, aqu¨¦l es un mundo fan¨¢tico, miserable, detenido en el tiempo, que antes export¨® guerreros y ahora inmigrantes, con el temor de que ¨¦stos puedan, en un futuro pr¨®ximo, transformarse en aqu¨¦llos. Aunque silenciosamente compatriotas, un Averroes o un lbn Arab¨ª siguen perteneciendo a este mundo amenazante, y nuestras escuelas y universidades se resisten a proponer otra visi¨®n.
De ah¨ª el valor excepcional de un libro de entrevistas reci¨¦n aparecido, Mil y una voces, en el que su autor, Jordi Esteva, gran conocedor de los pa¨ªses musulmanes, consigue, mediante las sucesivas conversaciones con sus interlocutores, una suerte de desarticulaci¨®n coral de los m¨¢s arraigados prejuicios occidentales. La principal virtud del libro es que logra trasladarnos a un mirador opuesto al habitual, desde donde, en lugar de observar un paisaje ¨²nico, compacto e inquietante, en el que se yuxtaponen pasado, presente y futuro, contemplamos una riqu¨ªsima diversidad de escenarios que desaf¨ªan cualquier estereotipo.
Atento no s¨®lo a Oriente, sino tambi¨¦n a Occidente -s¨®lido perceptor de las ra¨ªces m¨¢s profundas del prejuicio Esteva se esfuerza en desgranar las im¨¢genes deformadas en nuestro espejo, procurando que cada di¨¢logo resulte un abordaje desmitificador. El resultado es extrema-
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damente fruct¨ªfero, puesto que no s¨®lo aparece ante el lector una radiograf¨ªa radicalmente distinta del islam, rica en matices, caminos y diferencias, sino, asimismo, una radiograf¨ªa distinta de Occidente. En otras palabras: nuestra visi¨®n estereotipada de "lo isl¨¢mico" ha distorsionado en muchos aspectos la visi¨®n de nuestra propia diversidad cultural y moral.
Un islam, como un Oriente (aunque, en realidad, siempre habr¨ªa que utilizar el plural), detenidos en el tiempo, congelados en su lejano esplendor, son intelectualmente controlables. Lo que desconcierta y se erige en doblecivilizatorio de nuestra tradici¨®n, es percibir un organismo m¨²ltiple, din¨¢mico y lleno de vida, que, si bien ha sufrido las alternancias de consagraci¨®n y decadencia, vierte sobre nuestra ¨¦poca un caudal tan enorme que ya no podernos ignorar, a no ser que estemos dispuestos a continuar mutilando nuestra concepci¨®n del mundo. Mil y una voces es una gu¨ªa del islam, oculto tras nuestro mito -demasiado resistente, demasiado temeroso- de "lo isl¨¢rnico". Pero, complementariamente, es tambi¨¦n una gu¨ªa de viaje al interior de nuestro miedo y nuestra arrogancia para dialogar con lo que se presenta como m¨¢s enigm¨¢ticamente pr¨®ximo. Nuestro miedo y nuestra arrogancia nos hacen preferir el islam de una sola voz: integrista, fundamentalista, fan¨¢tico grito de guerra, f¨¢cilmente comprensible y rechazable.
Un islam con "mil y una voces" nos obligar¨ªa a aceptar que, como sucede con las de un Averroes o un lbn Arabi, muchas de estas voces son tambi¨¦n nuestras. Afortunadamente.
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