El sol de Octavio Paz
Frente a la p¨¢gina en blanco, llena no de limpidez sino de muerte, de su muerte, me propongo lo imposible: hacer justicia a su vida. ?Qu¨¦ decir? Ning¨²n recuento, por m¨¢s detallado que sea, puede expresar la pasi¨®n, la inteligencia, la grandeza que puso en todos sus empe?os. Pero este pa¨ªs desmemoriado suele ser cruel con sus mejores hombres, por eso importa combatir el olvido, por eso, ahora y siempre, importa recordar. Fue ante todo un poeta. As¨ª se defin¨ªa y as¨ª quer¨ªa ser recordado. Un poeta del amor y de la poes¨ªa. Alguna vez escuch¨¦ de parte de un familiar suyo una an¨¦cdota m¨ªnima, nunca recogida. De muy ni?o, jugando en Puebla con sus primos, Octavio dijo de pronto, muy serio, que la palabra calcet¨ªn deber¨ªa corresponder, no a una prenda de vestir, sino a una campanita, por el sonido final: ?tin?. Desde entonces, hasta aquel d¨ªa en Coyoac¨¢n, cuando convoc¨® al sol del altiplano para que nos alumbrara de esperanza, y las nubes obedecieron y se disiparon, y el sol ilumin¨® su rostro de profeta desafiante y tierno, Octavio Paz fue un pose¨ªdo, un sacerdote, un amante de las palabras. Un poeta. Fue tambi¨¦n un pensador. Occidente ha sido desde?oso de los ensayistas de habla hispana. No los ha tomado en serio. Lo nuestro, para ellos, es la poes¨ªa y la novela, no el pensamiento. Octavio Paz logr¨® lo que s¨®lo Jos¨¦ Ortega y Gasset pudo en nuestro siglo: poner su pica en el Flandes del pensamiento occidental. Su curiosidad era insaciable, y toda ella dio frutos: hizo suya la tradici¨®n occidental y las culturas del Este; explor¨® el arte de los pueblos, su filosof¨ªa, su historia, su ciencia; escribi¨® textos luminosos sobre los temas l¨ªmites del hombre: la libertad, la creaci¨®n, la justicia, el amor; se exig¨ªa y exig¨ªa como el que m¨¢s; habitaba los linderos ¨²ltimos del conocimiento y all¨ª se deten¨ªa. Aunque a veces, en su poes¨ªa, alguien nos deletrea.
Fue el m¨¢s grande, y el m¨¢s generoso de los escritores mexicanos. Nadie como Octavio Paz escribi¨® tanto sobre literatos y artistas de M¨¦xico, de sor Juana In¨¦s de la Cruz hasta los escritores de Medio Siglo que se formaron en sus obras. Desde que comenz¨® a publicar, a principio de los a?os treinta, hasta nuestros d¨ªas, varias generaciones intelectuales reconocieron la calidad solar de su obra: Vasconcelos escribi¨® con entusiasmo sobre sus libros, los transterrados emprendieron con ¨¦l la revista Taller, los Contempor¨¢neos lo adoptaron desde un principio como el hijo pr¨®digo, fue la figura tutelar en la generaci¨®n que hizo la Revista Mexicana de Literatura, regres¨® a M¨¦xico en los a?os setenta, no para presidir o imperar en la cultura, sino para fundar Plural y luego Vuelta, para ponerle casa a la disidencia, a la diversidad, a la tolerancia, a la cr¨ªtica, para declarar la guerra a las abstracciones armadas que en nuestro siglo asesinaron a millones de personas concretas. En esas revistas, en esos textos l¨²cidos e implacables, Octavio puso la libertad a buen resguardo, puso la libertad bajo palabra. Y, venturosamente, vivi¨® para ver a esa misma libertad, en todas las latitudes, reivindicada. Fue un minero del alma mexicana. Por el r¨ªo subterr¨¢neo de su sangre corr¨ªan vetas cat¨®licas y liberales, andaluzas y aztecas, reformistas y revolucionarias. Buscando la salida al laberinto de su soledad, las recogi¨® a todas. Por eso vio en la Revoluci¨®n la co muni¨®n de M¨¦xico consigo mismo, la fugaz reconciliaci¨®n de este pa¨ªs con sus pasados. Y luego, con el pensamiento que vigila al pensamiento, escribi¨® que ?la cr¨ªtica es el aprendizaje de la imaginaci¨®n en su segunda vuelta, la imaginaci¨®n curada de fantas¨ªa y decidida a afrontar la realidad del mundo?. Y pens¨® que ?M¨¦xico no tiene esencia sino historia? y que esa historia no era un advenimiento m¨ªstico sino una tarea de todos los d¨ªas.
Fue valeroso ante la vida, leal en la amistad, dichoso y pleno cuando encontr¨® el amor, y estoico ante la presencia de la muerte. Hubiera querido morir, como don Ireneo -cuyo rostro se dibujaba cada vez m¨¢s en el suyo-, de una muerte instant¨¢nea, como de rayo. Esa gracia final no le fue concedida. Pero m¨¢s que su propia muerte, al final lo perturbaba la sombra de anarqu¨ªa que -seg¨²n sus palabras- parece cernirse, por momentos, sobre M¨¦xico. Hab¨ªa nacido en 1914, el a?o de la anarqu¨ªa en M¨¦xico y el mundo; era nieto de un rebelde e hijo de un revolucionario. Pero no aspiraba al orden de las falsas utop¨ªas que detestaba o, menos a¨²n, al orden impuesto por la fuerza. Aspiraba a un salto hist¨®rico, un salto hacia la libertad responsable ejercida por todos en esta casa nuestra que es M¨¦xico.
Fue, alguna vez, el sol naciente de la literatura mexicana. Cruz¨® el cielo y se detuvo en su centro por casi un siglo. Ahora nos duele el oro viejo de su luz crepuscular. Pero ma?ana descubriremos que Octavio Paz nos deletrea.
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