Una orejita
Hubo una oreja para confomidad del p¨²blico orejista. Se la dieron a Rivera Ord¨®?ez y, concedida, se oyeron discrepancias por el tendido. Una oreja: qu¨¦ m¨¢s dar¨¢, a estas alturas de la pel¨ªcula. El nuevo p¨²blico de los toros quiere ver orejas. Le ense?an una oreja peluda y se le saltan las l¨¢grimas. A veces se la implora al presidente con voz lastimera, mientras flamea el pa?uelo: "Aunque s¨®lo sea una orejita, ande, porfa". Y lo normal es que el presidente vaya y la otorgue. Los presidentes tambi¨¦n son muy orejistas de suyo. Luego se justifican: "Por m¨ª no la habr¨ªa dado, pero me v¨ª obligado a darla porque la ped¨ªan". Lo que no dice es la cuant¨ªa de la petici¨®n. As¨ª, a ojo, quienes pidieron la orejita -porfa- para Rivera Ord¨®?ez no deb¨ªan de ocupar ni un cuarto de plaza. El resto se limitaba a contemplar at¨®nito la alborotada manifestaci¨®n del orejismo contumaz.
Torrestrella / Romero, Joselito, Rivera
Toros de Torrestrella, sin trap¨ªo, varios sospechosos de afeitado, manejables.Curro Romero: estocada corta y rueda de peones (pitos); media descaradamente baja a paso banderillas, descabello y se echa el toro (aplausos y saludos). Joselito: estocada y rueda de peones (palmas y pitos tambi¨¦n cuando saluda); pinchazo y bajonazo infamante (silencio). Rivera Ord¨®?ez: estocada corta ca¨ªda, rueda insistente de peones, cinco descabellos y se echa el toro (aplausos y saludos); estocada baja (oreja). Plaza de la Maestranza, 25 de abril. 8? corrida de feria. Lleno.
No es que el p¨²blico, orejista o de distinto bando, fuera riverista militante. El p¨²blico era de todo el mundo; quiere decirse, de la terna. Quien menos -y un servidor no tendr¨ªa por qu¨¦ excluirse- llevaba la ilusi¨®n de asistir a una de esas m¨¢gicas recreaciones art¨ªsticas de Curro Romero, a las magistrales ense?anzas de Joselito, a la generosa entrega de Rivera Ord¨®?ez en la ejecuci¨®n del toreo cl¨¢sico.
Pero una cosa es el vuelo de la fantas¨ªa y otra la cruda realidad. Y result¨® que ni a Curro le ven¨ªa el estro, ni a Joselito la ciencia, ni Rivera Ord¨®?ez resolv¨ªa con clasicismo sus valerosas porf¨ªas. Y nos quedamos sin ver torear.
No precisamente por culpa de los toros. Los toros no se com¨ªan a nadie. Los toros no ten¨ªan presencia, tampoco potencia, y en su mayor parte desarrollaron la suficiente boyant¨ªa para poderlos torear sin excesivas complicaciones.
El toreo convertido en rutina, las suertes de la tauromaquia en adefesio: eso ocurri¨®. Mal camino lleva la fiesta si tres figuras son incapaces de ofrecer una muestra del arte de torear. Curro Romero lo intentaba mas no lo consegu¨ªa. Curro Romero ensay¨® repetidas veces la ver¨®nica sin reunirse en los lances; a su segundo toro le amagaba insistentemente el derechazo, que le sal¨ªa un churro, y finalmente le peg¨® la pu?al¨¢ poniendo pies en polvorosa. Al primero apenas lo toc¨® de capa y con la muleta lo machete¨® desastrado, en franca huida.
Lo de Curro no constituy¨® sopresa alguna: ya viene de a?os, quiz¨¢ de siglos. Lo de Curro ten¨ªa perd¨®n, pues as¨ª est¨¢ convenido, y le ovacionaron largamente. Los aficionados saben que a Curro no se le puede reprochar nada porque en el momento menos pensado le viene el estro y acaba con el cuadro.
Distinto es el caso de Joselito, que va de maestro por la vida, y no ser¨ªa demasiado pedir que diera pruebas de su maestr¨ªa. Tampoco habr¨ªa sido para herniarse si se faja con sus toros, los domina, les da un buen morir. Y, sin embargo, hizo todo lo contrario: en las ver¨®nicas, medios lances; en la brega, vulgaridad; en las suertes de muleta, distanciamiento y des¨¢nimo; en la de matar, sartenazo.
Joselito se dobl¨® con su primer toro y sufri¨® varios enganchones y un desarme. Luego se puso a dar vueltas. Llevaba tres minutos y a¨²n no hab¨ªa empezado la faena. Cuando se decidi¨® lo hizo con la t¨¦cnica de los pegapases. Citaba fuera de cacho, daba medio muletazo, rectificaba terrenos, iniciaba otro... Su segunda faena posey¨® similar corte, ahora le silbaban lo que antes le hab¨ªan aplaudido, y la coron¨® perpetrando un infamante bajonazo.
De rodillas, a porta gayola, recibi¨® Rivera Ord¨®?ez a su primer toro. Cay¨® el toro al salir, al incorporarse embisti¨® incierto y estuvo a punto de arrollar a Rivera cuando le tiraba la larga. La emoci¨®n del lance continu¨® en las apretadas ver¨®nicas rodilla en tierra que dio Rivera y puso en pie la Maestranza. El toro acab¨® prob¨®n y Rivera intent¨® sacarle partido, sin ¨¦xito, pese a sus valerosas porf¨ªas. Al sexto, de mejor embestida, le aplic¨® una dilatada faena por derechazos y naturales, en la que se amalgamaron a partes iguales el pundonor y la mediocridad. Y cay¨® la orejita. ?Albricias!
Los orejistas se intercambiaban parabienes comentando que, al menos, hab¨ªan visto una orejita. Bien mirada era sanguinolenta y peluda. Pero tampoco hace falta entrar en detalles.
Babelia
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