Solidaridad, no limosna
En muy poco tiempo, han coincidido dos apelaciones a la solidaridad que parecen situarse un poco contra la corriente. La m¨¢s reciente, el lema del 1 de mayo, que este a?o incluye la solidaridad con los parados, y es dif¨ªcil pensar en un destinatario m¨¢s pr¨®ximo y m¨¢s justificado del impulso solidario. Poco antes, el entonces candidato Borrell hizo hincapi¨¦ como uno de los elementos de su programa en la afirmaci¨®n "la solidaridad no es limosna", sino un derecho y una obligaci¨®n que el Estado debe garantizar. Las palabras del ex-ministro Borrell pod¨ªan interpretarse como fruto del fervor electoral de las primarias. Ser¨ªa un mensaje de aliento destinado a los leales para confirmar la imagen de quien pretende ocupar "el centro de la izquierda" y por ello centra sus cr¨ªticas en la pol¨ªtica del Gobierno del PP, orientada a desmantelar el Estado de bienestar. Al mismo tiempo, subraya la idea de que esos logros fueron tambi¨¦n aportaci¨®n del propio autor del mensaje, que luch¨® como protagonista en diferentes responsabilidades p¨²blicas. Pues bien, aunque as¨ª fuera, la virtud de ese slogan es ofrecer una oportunidad de elevar el debate pol¨ªtico de nuestro pa¨ªs al obligar a los profesionales de la pol¨ªtica a dar respuestas a una cuesti¨®n clave que hasta ahora tiene como ¨²nicas alternativas lo que nos viene de fuera, los programas expuestos por Jospin y Blair. En Espa?a hoy tambi¨¦n parece haber cobrado carta de naturaleza una visi¨®n de la solidaridad -a mi juicio, no demasiado lejana de la que inspira el programa de Blair- que insiste en la recuperaci¨®n de ese principio como un ejemplo m¨¢s de la primac¨ªa de la sociedad civil ante el "fracaso del modelo estatalista", uno de cuyos s¨ªmbolos ser¨ªa la solidaridad impuesta. En esta concepci¨®n, la solidaridad es entendida sobre todo como virtud personal -aun reconociendo su indudable proyecci¨®n social- ligada al ejercicio del altruismo, casi como una alternativa laica de la caridad, y es ah¨ª donde nace una particular vinculaci¨®n entre solidaridad y voluntariado: la solidaridad aparece como sin¨®nimo de actividad voluntaria y desinteresada, probablemente de quienes apuestan como objetivo prioritario por la "excelencia" personal, al margen de la presencia esp¨²rea, amenazadora, del Derecho y del Poder. Los ¨²nicos sujetos "aut¨¦nticos" de la solidaridad ser¨ªan las ONG y el fen¨®meno del voluntariado. El hecho de que tales argumentos hayan alcanzado el rango de t¨®picos, de ideas recibidas que parece obligado repetir, es lo que impone la precauci¨®n de analizar con detalle ese pretendido planteamiento "radical", que presume de recuperar la ra¨ªz de la noci¨®n de solidaridad aunque -en mi opini¨®n- la arranca de su suelo: hay que deconstruir ese planteamiento, que esgrime un concepto "aut¨¦ntico" de solidaridad, definido sobre todo por oposici¨®n al concepto "juridizante". Lo que pretendo se?alar es que esa noci¨®n de solidaridad es funcional para la ideolog¨ªa neoliberal que propone como remedio a todos nuestros males la recuperaci¨®n de la "hegemon¨ªa de la sociedad civil", un socorrido eufemismo que habr¨ªa que entender como recuperaci¨®n de la libertad de mercado como premisa b¨¢sica y casi exclusiva, frente a la maldad intr¨ªnseca del Estado. No son pocas las "trampas del discurso de la solidaridad", como he intentado apuntar en alguna otra ocasi¨®n. Aqu¨ª quisiera subrayar s¨®lo lo que considero el mayor riesgo de esa aparente defensa de la solidaridad, y es que acabe desembocando, en la mayor¨ªa de las ocasiones, en una nueva versi¨®n de la pr¨¦dica humanitaria, porque buena parte de ese tipo de recuperaci¨®n de la idea de la solidaridad tiene mucho de religi¨®n inmanente, como nueva fe en la que pueden comulgar de un lado quienes desde la trascendencia buscan una mayor "encarnaci¨®n", un mayor arraigo en el mundo y as¨ª convierten su actividad religiosa en actividad asistencial, y de otro los que perdieron su fe en las iglesias en las que hab¨ªan cre¨ªdo (desde las tradicionales guardianas de lo sagrado a las iglesias del "progreso", del "hombre nuevo", de la "sociedad sin clases" o cualesquiera otras del g¨¦nero) y han llenado ese vac¨ªo con su adscripci¨®n al nuevo sujeto universal, las ONG. Por consiguiente, la apuesta por este modelo de solidaridad puede ser la coartada para una sustituci¨®n solapada de las exigencias pol¨ªtico-jur¨ªdicas de la igualdad por un m¨¢s o menos vaporoso alegato en pro de la solidaridad que las m¨¢s de las veces oculta una mentalidad que se retrotrae al modelo de la beneficencia, o, en todo caso al del asistencialismo, en las que la solidaridad, dig¨¢moslo otra vez, es un suced¨¢neo laico de la caridad, o, para ser m¨¢s exactos, de la limosna, porque la caridad en sentido estricto es mucho m¨¢s exigente para el creyente. Para quienes se encuentran en el paro, la soluci¨®n no es esa solidaridad asistencial. Para quienes mueren de hambre en Somalia, en Bangla Desh o en Haiti, la soluci¨®n no es (s¨®lo) el activismo de ONG. Para quienes ven violados sus derechos humanos por su condici¨®n de mujer, en Argelia o en Kabul, la soluci¨®n no son los mensajes de solidaridad en Internet. En estos casos la solidaridad en serio exige medidas jur¨ªdicas, acciones pol¨ªticas: redistribuir la riqueza, el trabajo, castigar a quienes violan los derechos, incluso por encima del respeto a un acartonado principio de soberan¨ªa, como repet¨ªa B. Kouchner por en¨¦sima vez, ahora en Valencia. Para empezar por casa, tomar en serio la universalidad de los derechos exige tomar en serio la solidaridad como deber exigible: pagar impuestos para contribuir a esa redistribuci¨®n, para que, por ejemplo, tengan tambi¨¦n servicios sanitarios y de comunicaciones quienes viven en autonom¨ªas o municipios m¨¢s pobres, aunque nosotros jam¨¢s los vayamos a usar y aunque no sean rentables en t¨¦rminos de beneficio. Y a eso, hasta ahora, lo llamamos Estado social. Tomar en serio la solidaridad, pues, significa apostar por ese modelo.
Javier de Lucas es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa del Derecho y Filosof¨ªa Pol¨ªtica de la Universidad de Valencia.
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