Fantasmas jacobinos
El hemiciclo del Congreso es como un aula escolar demasiado grande donde nadie se calla y nadie se est¨¢ quieto. Hacia el techo c¨®ncavo y poblado de pinturas de figurones hist¨®ricos y damas aleg¨®ricas sube siempre como un rumor escolar que puede convertirse en desmadre de alumnos que se le suben a las barbas al maestro o en broncazo de mala tarde taurina. El rumor, de vez en cuando, desmaya hacia un oc¨¦ano de aburrimiento, del que no se salvan ni los parlamentarios m¨¢s adictos al orador de la tribuna. El presidente del Congreso se parece a un maestro con vocaci¨®n de severidad, pero con pocas virtudes para el mando: alza el dedo ¨ªndice como un maestro, y cuando golpea la mesa llamando al orden a uno le extra?a que los golpes no los d¨¦ con una palmeta de pedagog¨ªa terminante.Al cabo de unos minutos de escuchar al presidente del Gobierno yo ya hab¨ªa sucumbido a una sugesti¨®n escolar de tiempo eterno, como cuando de ni?o me quedaba modorro oyendo las explicaciones cansinas del maestro. La prosa del discurso del presidente es un prodigio ling¨¹¨ªstico digno de estudiarse, una prosa tan sin atributos distinguibles que ni siquiera tiene latiguillos ni rutinas verbales. Sus palabras se estabilizan en un tono monocorde que apenas se distingue del ruido escolar de fondo. Tienen virtudes no ya narc¨®ticas, sino hipn¨®ticas: lo amansan a uno, lo amagan, lo convencen, lo amodorran en una confomidad como de mesa camilla, de clase media sin muchos sobresaltos ni expectativas de nada, de aburrimiento virtuoso, eterno, beat¨ªfico. Al presidente del Gobierno sus adversarios le acusan de mediocridad, pero lo suyo es una neutralidad perfecta, sobrehumana, la misma que tiene su aspecto f¨ªsico, su capacidad de convertirse, a una cierta distancia, en la figura de alguien id¨¦ntico a cualquiera, dif¨ªcil de recordar en cuanto uno deja de mirarlo y escucharlo, incluso mientras uno lo mira y lo escucha.
Yo lo escuchaba y me iba dejando adormecer, notaba con alarma que iba estando de acuerdo con todo lo que dec¨ªa, que se me iba torciendo el cuello hacia un lado, como a algunos diputados de edad provecta. Por la tarde, cuando empez¨® a hablar Borrell, todav¨ªa no acababa de despertarme. M¨¢s que sus palabras, lo que me despabil¨® por completo fue el espect¨¢culo de los parlamentarios gubernamentales, que adem¨¢s estaban sentados justo frente a m¨ª. Si llegan a estar en una escuela, en vez de en un Parlamento, a una gran parte de ellos los hubiera expulsado el maestro m¨¢s paciente, los habr¨ªa puesto al menos contra la pared. Las filas de diputados del PP parec¨ªan las de uno de esos coros populosos del carnaval de C¨¢diz, donde cada figurante gesticula y hace aspavientos con las manos. A Borrell le cruzaban los dedos, le hac¨ªan pedorretas, se o¨ªan voces que le llamaban chulo y trilero. Hab¨ªa diputados que hablaban por tel¨¦fono o conversaban entre s¨ª, que le¨ªan el peri¨®dico, que se levantaban y volv¨ªan a sentarse, como esos alumnos d¨ªscolos que no hay forma de que se queden sentados en su pupitre.
La gran expectativa del d¨ªa era la intervenci¨®n de Jos¨¦ Borrell, pero da la impresi¨®n de que cuando termin¨® su debate con el presidente lo que prevalec¨ªa en la C¨¢mara era un cierto sentimiento de decepci¨®n. El rumor de fondo, el ruido, la bronca, apenas le permit¨ªan levantar el vuelo de su oratoria. Se le vieron maneras, como dicen los taurinos, breves llamaradas de energ¨ªa verbal que contrastaban mucho con el desmayo mon¨®tono del presidente del Gobierno, incluso se permiti¨® alguna met¨¢fora de cierto lustre antiguo: "Con la marea alta todos los barcos flotan", dijo, aludiendo a la coyuntura econ¨®mica, "pero a ustedes les falta rumbo y cartas de marear".
Pero tend¨ªa a ponerse demasiado prolijo, y de vez en cuando se empantanaba en prolijidades t¨¦cnicas que costaba mucho entender, sobre todo si se ten¨ªa la mente ya embotada por el rumor de fondo y por el otro rumor no mucho m¨¢s articulado del discurso presidencial. De pronto hubo un chispazo de verdadero debate: el presidente dijo que despu¨¦s de la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn ya no hab¨ªa m¨¢s que un ¨²nico modelo de sociedad en el mundo. En su respuesta, Borrell se aproxim¨® a una cierta ¨¦pica de la nueva socialdemocracia europea, aunque sus palabras parece que agravaron el gesto p¨¦treo de Julio Anguita: "Debajo de los cascotes del muro de Berl¨ªn est¨¢ enterrado el comunismo, no el socialismo democr¨¢tico". Debe de ser por cosas as¨ª por las que sus adversarios le llaman jacobino. Un nuevo fantasma recorre Europa, se ha instalado ya en Londres y en Par¨ªs. En el Congreso de los Diputados, por encima del rumor de fondo, a pesar del tedio, de la lenta duraci¨®n de los discursos y las horas, hubo momentos en los que se vio m¨¢s cerca la posibilidad de que ese fantasma, el de una socialdemocracia renovada y necesaria, empiece a instalarse entre nosotros
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