El cincuentenario de "Jud¨ªos, moros y cristianos"
Medio siglo despu¨¦s de su aparici¨®n en Buenos Aires, Jud¨ªos, moros y cristianos , la obra mayor de Am¨¦rico Castro, mantiene sorprendentemente la vigencia y frescura de sus planteamientos respecto a la historiograf¨ªa tradicional espa?ola, planteamientos que suscitaron en pasadas d¨¦cadas una encendida pol¨¦mica con algunos de sus colegas en la medida en que minaban los fundamentos de su saber y lo despachaban, como una antigualla, al desv¨¢n de los trastos viejos. Los virulentos ataques de S¨¢nchez Albornoz, Otis Green o Eugenio Asensio, y otros m¨¢s solapados y aviesos de los defensores de la occidentalidad romano-visigoda de Espa?a y de los ?legisladores literarios? aferrados a conceptos abstractos (Renacimiento, barroco, etc¨¦tera), ajenos del todo a la enjundia de la sociedad y cultura castellanas, fueron sustituidos m¨¢s tarde por el espa?ol¨ªsimo ninguneo: la omisi¨®n cuidadosa de toda referencia escrita a la persona y obra del ninguneado a fin de escribir y reescribir la historia more maj¨®rum .Un reciente art¨ªculo de Carlos Pereda ("Historia y desprecio", Vuelta , M¨¦xico, agosto de 1997) describe ese complicado y sutil mester de clerec¨ªa consistente en eliminar a quienes perturban las aguas quietas del saber consensuado en unos t¨¦rminos que merecen su reproducci¨®n in extenso:
?Nos comportamos como si esa persona no existiera; no obstante, sabemos -y c¨®mo- que est¨¢ ah¨ª. As¨ª, este pliegue de la conducta se convierte en un comportamiento doble: oficialmente se suprime a la persona y, sin embargo, otra cosa es el puntual desprecio que se le dirige a sus espaldas. De este modo, m¨¢s all¨¢ del silencio declarado, en la concreta charla cotidiana, ese nadie, la persona ninguneada, es el centro de una multitud de discursos: sugerencias despectivas, rumores agresivos, discursos oblicuos. En el ninguneo hay, pues, reconocimiento, aunque se trate de un reconocimiento negado, no aceptado, no asumido por quien reconoce / desconoce?.
Am¨¦rico Castro, como otros escritores e investigadores m¨¢s recientes, es un ejemplo cabal de ese reconocimiento indirecto del silencio activo en un medio cultural como el nuestro, en el que a¨²n, como en tiempos de Larra, Clar¨ªn y Cernuda, una cosa es lo que se piensa, otra lo que se dice, otra lo que se escribe y otra todav¨ªa lo que por A o por B sale publicado.
A diferencia de tantos platos recalentados y repeticiones vendidas por novedades, Jud¨ªos, moros y cristianos conserva su carga explosiva y justifica el api?amiento de los misone¨ªstas relegados por Castro al gremio de los anticuarios. Pues lo que, seg¨²n sus adversarios, eran meras ?intuiciones? o ?corazonadas? -la cultura moz¨¢rabe de Juan Ruiz, el origen jud¨ªo de Vives, etc¨¦tera- son hoy verdades establecidas y apoyadas en documentos y hechos fehacientes. El cambio de rumbo emprendido audazmente por Castro ha abierto paso a un n¨²mero creciente de obras que convalidan la justeza de su singladura: los efectos perdurables de la Espa?a de las tres castas despu¨¦s de la ruptura definitiva de su convivencia por los Reyes Cat¨®licos; el terror antiintelectual y antijudaico del Santo Oficio; el integralismo de la persona de los cristianos viejos y su rechazo del comercio y de la t¨¦cnica, tildados de judaicos; la denominaci¨®n mud¨¦jar del Libro del Arcipreste y, en general, de la literatura castellana desde el Cantar de M¨ªo Cid hasta el siglo XIV; los or¨ªgenes ¨¢rabes del tema alcahuetesco de La Celestina; la singularidad art¨ªstica y literaria de Espa?a en el conjunto occidental europeo...
Las gruesas anteojeras de los historiadores imbuidos de la certeza del canon occidental, latino-eclesi¨¢stico, de nuestra cultura son producto, como se?ala agudamente Castro, de la funesta ?man¨ªa de la especializaci¨®n?. Mientras los arabistas -con algunas raras excepciones, como la de As¨ªn- se atrincheraban en la fortaleza de su saber erudito y desde?aban el estudio del influjo de las costumbres, instituciones y formas de vida ¨¢rabes en las surgidas en Castilla a partir del siglo XI, los romanistas, desconocedores de aqu¨¦llas, las analizaban con criterios exclusivamente latinos o con concesiones a Vossler y, en su b¨²squeda ansiosa de fuentes explicativas de una originalidad percibida como anomal¨ªa, acud¨ªan a la influencia -en realidad parcial o escasa- de la ¨¦pica goda o franca, de la obra amatoria de Ovidio y del pesimismo filos¨®fico de Petrarca... Explicaciones paticojas, como la labor de los estudiosos posteriores a Castro se ha encargado de demostrar.
Entre otras muchas cosas, el autor de Jud¨ªos, moros y cristianos fue el primero en advertir, al desespecializarse, que junto a los incontables arabismos vivos o extintos de la lengua espa?ola exist¨ªan en ¨¦sta injertos o giros sint¨¢cticos con seudomorfosis ¨¢rabes, como la personalizaci¨®n de verbos intransitivos o de formas reflexivas, ajenas a las dem¨¢s lenguas neolatinas, con excepci¨®n del portugu¨¦s: Amanec¨ª cansado, anocheci¨® borracho, nos ha llovido poco, me desayun¨¦, no me toques a mi ni?o, no me lo mates, etc¨¦tera. Si a estos injertos, verificados por m¨ª gracias a mi contacto con el ¨¢rabe dialectal marroqu¨ª, agregamos la traducci¨®n pura y simple de exclamaciones, f¨®rmulas religiosas o de cortes¨ªa y met¨¢foras eufem¨ªsticas, tenemos que admitir la conclusi¨®n formulada por Castro: ?Por lo que hace a la lengua, el espa?ol es un idioma occidental, aunque moteado y estructurado a veces por el ¨¢rabe. (...) En el lenguaje y en todo lo restante, la historia hispana es una realidad sui g¨¦neris, biselada, que no se entiende sino conjugando lo latino-eclesi¨¢stico-europeo con lo isl¨¢mico, judaico?.
En nuestra sociedad de nuevos ricos, nuevos l¨ªderes y nuevos europeos, el mero recordatorio de un pasado distinto del de los dem¨¢s miembros del Club de los Cresos resulta desestabilizador y molesto. A causa del secular complejo de inferioridad respecto a nuestros vecinos del Norte, somos a menudo incapaces de percibir que la principal aportaci¨®n espa?ola al conjunto europeo consiste precisamente en esta diferencia: no s¨®lo la presencia en la Pen¨ªnsula del arte y los monumentos del ?ndalus, sino tambi¨¦n nuestra extraordinaria arquitectura y literatura mud¨¦jares, desde el Libro o Librete del Arcipreste hasta el Quijote y Gaud¨ª.
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