El muerto
A veces suceden cosas que no est¨¢n en el gui¨®n. El jueves pasado, mientras Madrid se rend¨ªa a uno de esos proveedores de sentido trascendental que son los clubes de f¨²tbol, el sal¨®n de actos de la Facultad de Filosof¨ªa de la Universidad Aut¨®noma se llenaba hasta la bandera para contemplar la entrada de una interrogaci¨®n dentro de un ata¨²d. Un grupo de alumnos de tercero, en colaboraci¨®n con algunos de sus profesores y el artista Domingo S¨¢nchez Blanco, hab¨ªa organizado el traslado de un cad¨¢ver momificado desde la Facultad de Bellas Artes de Salamanca hasta la universidad madrile?a. Un gran panel, a la entrada de la facultad, relataba las incidencias del viaje transmitida por los ocupantes del furg¨®n a trav¨¦s de un m¨®vil: "11.35. Nacional 501. Adelantando tres camiones. En una situaci¨®n as¨ª, el contraste de la enorme temporalidad externa y el vaciamiento de la vida interior hace a¨²n m¨¢s intensa la experiencia humana de la fugacidad del tiempo y de la vida. Una se?ora nos ha preguntado si el muerto es una obra de arte y cu¨¢nto cuesta".Dos chicas, en el hall de la facultad, hablan excitadas.
-?Pero es un muerto o un cad¨¢ver?
-?Y qu¨¦ m¨¢s da una cosa que otra?
-Los cad¨¢veres son m¨¢s asquerosos. Si te fijas, la misma palabra, cad¨¢ver, ya huele a descompuesto.
Son las 13 horas cuando el cortejo f¨²nebre anuncia que se encuentra a 20 kil¨®metros de la universidad, de manera que nos precipitamos al sal¨®n de actos, donde enseguida no cabr¨¢ un alfiler. El representante de los alumnos explica que se trataba de dinamizar una universidad pr¨¢cticamente muerta, y a fe que lo han conseguido con m¨¢s de lo mismo (?pura homeopat¨ªa?).
Interviene el profesor Carrillo haciendo una aproximaci¨®n entre el arte y la muerte, y, tras ¨¦l, el profesor Castro, que ilustrar¨¢ sus paradojas con la lectura de un fragmento de Hamlet y un poema de Baudelaire. Pero suena el m¨®vil y es el coche f¨²nebre, que se encuentra a la altura de Valdelatas.
Todav¨ªa da tiempo, sin embargo, a que se nos diga algo del difunto, del que al principio se crey¨® que proced¨ªa del siglo XVIII, pero no era eso, sino que hab¨ªa fallecido hac¨ªa 18 a?os. No fue reclamado por nadie y se momific¨® espont¨¢neamente mientras esperaba un destino, transform¨¢ndose en una hermosa pieza de arte mortuorio.
-Un colega -a?ade el profesor Castro- me ha preguntado esta ma?ana si ven¨ªa a examinarse, por las fechas. En cualquier caso, est¨¢ exento de tasas.
El muerto se encuentra ya a las puertas de la facultad. Risas nerviosas, parecidas a las de los funerales, tal vez una excitaci¨®n ven¨¦rea semejante: estamos en primavera y la media de edad del p¨²blico ronda los 20 a?os.
Entra el cad¨¢ver dentro de un ata¨²d de acero y recibe la salutaci¨®n de Am¨¦rico Rodr¨ªguez, un artista portugu¨¦s que emite sonidos inusuales por la boca. Abren despu¨¦s la caja y sacan una envoltura de piel, una especie de bolso de viaje gigantesco lleno de cremalleras, del que extraen un bulto envuelto en pl¨¢stico blanco del que emerge al fin un se?or momificado, con un bigote rubio y la boca en forma de "o", como si hubiera entrado en estado de desecaci¨®n mientras hac¨ªa volutas.
Hay un silencio enorme seguido de una ovaci¨®n estremecedora. Acabamos de comprender que ese muerto ha venido a interrogarnos. Tiene una vocaci¨®n de sentido exagerada. Su traslado exigi¨®, entre otros, un permiso de Sanidad, y el furg¨®n fue acompa?ado durante todo el camino por dos coches de la Guardia Civil.
La obra de arte de Domingo S¨¢nchez Blanco reside en el mismo hecho del traslado tras la superaci¨®n de todos estos obst¨¢culos; en la demostraci¨®n de que estar muerto es para las instituciones un estado m¨¢s, equiparable al de casado o viudo.
Salimos a la calle con la impresi¨®n de haber asistido, por fin, a un espect¨¢culo vivo. La ciudad que en tiempos de D¨¢maso ten¨ªa un mill¨®n de muertos se prepara, enloquecida, para recibir al Real Madrid con la Cibeles llena de cad¨¢veres. Pero quienes hemos asistido al hermoso espect¨¢culo de la Aut¨®noma ya sabemos.
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