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Me lo cont¨® a¨²n excitado y melanc¨®lico, como si hubiera ca¨ªdo sobre ¨¦l el peso del futuro. Le sab¨ªa feliz y ufano, y ahora le encontraba abatido y perplejo. Lo cuento como me lo cont¨®, con sus comillas, como si fuera la memoria de un amigo que se acerca al hombro de cualquiera a contar c¨®mo le ha ido despu¨¦s de una aventura en el desierto. ?sta es su historia.?Mi vida cambi¨® el d¨ªa en que me llam¨® la head hunter.
Nunca me hab¨ªan hecho una encuesta de opini¨®n, jam¨¢s me hab¨ªan entrevistado despu¨¦s de un debate televisado, en ningun partido de f¨²tbol me preguntaron sobre el resultado previsible, jam¨¢s tuve oportunidad de pronunciarme sobre mi opci¨®n entre Almunia o Borrell, ni siquiera he deshojado una margarita. Y por supuesto nunca me hab¨ªa llamado un head hunter. Ese d¨ªa por fin me llam¨® la head hunter y sent¨ª que quiz¨¢ cambiaba mi vida. Su voz son¨® apresurada pero experta, lac¨®nica y definitiva. "No te conozco", me dijo, "pero me interesas. ?Puedes ahora?". Yo me hice de rogar: ahora no, tengo ocupaciones, acaso m¨¢s tarde, s¨ª, m¨¢s tarde podr¨ªas llamarme de nuevo... Ella acept¨®, y desde ese instante las expectativas de mi vida dieron un vuelco total; ni siquiera sent¨ª la incertidumbre como un mal augurio: ?qu¨¦ querr¨ªa de m¨ª la cazadora de talentos? ?Qu¨¦ habr¨¢ sabido que le ha impulsado a telefonearme? ?Qui¨¦n le habr¨¢ hablado? ?A qui¨¦n habr¨¢ descartado mientras tanto?
En medio de estas especulaciones, me imagin¨¦ a la head hunter. Su voz era en¨¦rgica y saludable; me la dibuj¨¦ de pelo casta?o y suelto, sedoso y suave, un pelo amable que camina con el viento mientras maneja con destreza las llaves de un coche de anuncio; yo mismo me vi parte de ese anuncio, ¨¢gil y requerido, mirado de nuevo como si adem¨¢s hubiera vuelto a los 20 a?os y fuera aquel fabuloso profesor chiflado de Jerry Lewis, convertido en un ser irresistible, juvenil, plet¨®rico; ella deb¨ªa de ser, adem¨¢s, alta, muy h¨¢bil para recordar tel¨¦fonos, pues enseguida repiti¨® el de mi m¨®vil, aunque al tiempo que advert¨ª esta habilidad suya record¨¦ que los tel¨¦fonos de recepci¨®n registran tambi¨¦n los n¨²meros de quienes llaman... Ten¨ªa -deb¨ªa tenerlas- las manos largas y limpias, con u?as discretas, y sus ojos eran verdes, no me cab¨ªa duda, verdes y un poco llorosos, emocionados y tranquilos, los ojos de un anuncio.
Fue tan familiar, tan adorable, que de pronto sent¨ª a la head hunter del c¨ªrculo de mis amigos, de la gente a la que le pedir¨ªa dinero en un apuro; con ella compartir¨ªa incluso un helado de chocolate al final de una comida de camarader¨ªa. Pero ella me lo hab¨ªa advertido: "No soy tu amiga; ni siquiera te conozco; debo ser discreta, de modo que me he presentado como si te conociera de siempre". Yo lo hab¨ªa entendido: nadie pod¨ªa saber que aqu¨¦lla era la llamada de una cazadora de talentos; desde esa hora en que se produjo el golpe de tel¨¦fono -que se parec¨ªa a un golpe de suerte, o de viento, un vendaval- hasta el instante en que yo tuviera m¨¢s informaci¨®n sobre sus intenciones, yo mismo tambi¨¦n deb¨ªa ser discreto, ensimismado, nadie deb¨ªa saber que me hallaba en un instante profesional de zozobra positiva.
?Qu¨¦ querr¨¢ la head hunter? ?Me ofrecer¨¢ un minuto de trabajo y por ello me har¨¢ rico? Repas¨¦ todas las posibilidades profesionales que pod¨ªan abrirse en la carpeta de una head hunter contempor¨¢nea y poco a poco fui entrando en otro tipo de zozobra, la zozobra realista: ?qu¨¦ puede ofrecerse que sea verdaderamente placentero aparte de lo que uno desea en los sue?os que sit¨²an la playa, los libros, la m¨²sica y el cine, la compa?¨ªa y el silencio como los objetivos del empleo ideal? ?Me van a ofrecer m¨¢s trabajo, nuevas oficinas, m¨¢s reuniones, un destino en Indochina, un trabajo de boxeador en Las Vegas, o se habr¨¢ dado cuenta de cu¨¢les son los ideales de mi vida? ?Lo tendr¨¢ todo tan computadorizado que me habr¨¢ le¨ªdo el pensamiento? ?No sabr¨¢ nada de m¨ª y todo ha sido un maldito equ¨ªvoco? ?Alguien le habr¨¢ dicho: ya tengo qui¨¦n puede sustituir a Butrague?o en el Celaya? ?Ser¨¢ un malentendido?
De pronto me descubr¨ª dudando de la head hunter; empec¨¦ a pensar que sus intenciones eran las de desplazarme de los escasos placeres de los que a¨²n pod¨ªa disfrutar, e incluso pens¨¦ que alg¨²n amigo me hab¨ªa jugado una broma: ll¨¢male y dile que est¨¢s buscando a un probador de pimientos, es muy buen probador de pimientos, se cri¨®, de hecho, probando pimientos en una finca de Galicia... Tuve la tentaci¨®n de buscar el tel¨¦fono de la head hunter, deshacer la cita telef¨®nica y explicarle, sin escucharla siquiera, que todo se deb¨ªa a un enorme disparate al que la hab¨ªa inducido alg¨²n amigo maldito que le hab¨ªa hablado de habilidades de las que yo siempre carec¨ª: no podr¨ªa sustituir a Butrague?o en el Celaya, ni puedo probar los pimientos, ni tengo vocaci¨®n de cambiar de trabajo... Y adem¨¢s jam¨¢s ser¨ªa boxeador en Las Vegas.
La zozobra positiva venci¨® a la zozobra negativa con respecto a las intenciones de la head hunter y segu¨ª alimentando con fruici¨®n el deseo de que pasaran las tres horas que mediaban entre la primera y la segunda llamada de la cazadora de talentos. Mientras tanto, cumpl¨ª el pacto de silencio y no dije a ninguna de las personas que me acompa?aron durante aquella largu¨ªsima incertidumbre el motivo de mi nerviosismo tan poco satisfecho: ¨¦stos no saben -pensaba yo- que me acaba de llamar una head hunter, que lo que ahora estamos dilucidando puede convertirse en historia en el minuto siguiente y que en este instante se est¨¢ cumpliendo aquel famoso poema de Rudyard Kipling: los sesenta segundos que pueden cambiar tu vida.
No aguant¨¦ m¨¢s. Yo necesitaba saber qu¨¦ quer¨ªa de m¨ª la head hunter, si pretend¨ªa mi talento para el f¨²tbol, mis habilidades para el boxeo, mi nunca descartada habilidad para probar pimientos o si, al contrario, pretend¨ªa que siguiera haciendo lo que hago en la vida, pero en otro sitio. Decid¨ª salir de dudas, busqu¨¦ entre mis papeles su n¨²mero, marqu¨¦ y sali¨® ella al otro lado, con su voz color casta?o, sus u?as claras, sus ojos al viento, y cuando ya se serenaron la llamada y los saludos y la vi m¨¢s clara, como se ve a una cazadora de talentos, me identifiqu¨¦ y ella me dijo:
-?Ah, eres t¨², Juan!
-S¨ª, soy yo. ?Qu¨¦ quer¨ªas de m¨ª?
-Antes que nada me gustar¨ªa saber tu edad. Respond¨ª lac¨®nico, como si el universo se convirtiera en dos d¨ªgitos y el tiempo fuera de pronto un espejo vagando en el mar:
-Cuarenta y nueve, 49 a?os. Ella me escuch¨® paciente, abrumada, ya entonces creyendo que yo hab¨ªa sido innecesario; esto sent¨ª yo antes de que me dijera desde detr¨¢s de la enorme distancia a la que enseguida iba a arrojar mi vida la voz de la head hunter:
-?Huy, que l¨¢stima! !Buscaba a alguien de 35
-?Es todo? -le pregunt¨¦ a mi amigo, levantando su frente de mi hombro.
-?Todo? S¨ª, todo; supongo que ya no me llamar¨¢ nunca m¨¢s.
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