Lluvia
El mayor placer de estos d¨ªas -ocurre, al menos, en Madrid- me llega cuando, crecida la media tarde, empieza a oscurecerse el aire y, de la lejan¨ªa, nos acometen heraldos de tempestad. Ese ser incontrolable, lascivo, que se derrama sobre la pacata y previsible silueta de nuestra ciudad, ese furor que juega a echar agua y retenerla y volverla a expandir, entre bell¨ªsimos, teatrales aspavientos: me recuerda que somos criaturas descalzas y desnudas, y que todo lo dem¨¢s, excepto los libros que he le¨ªdo, las personas que amo y el perro que me acompa?a -y el vino que bebo-, resulta aplastantemente innecesario. Recibo sonriente la visita del exotismo a nuestra meteorolog¨ªa, la irrupci¨®n de la furia tropical y del arco iris que le pisa los talones, y quisiera caminar por las aceras como si me acabaran de rescatar del cr¨¢ter de un volc¨¢n, pura y escueta.Mientras, lo urgente ocurre. En Melilla, 250 refugiados argelinos est¨¢n siendo repatriados a su pa¨ªs-verdugo por nuestro Gobierno, porque, seg¨²n la ley que nos hemos dado, s¨®lo reconoceremos que se encuentran en peligro cuando les veamos degollados. Por eso les devolvemos: para que reciban, con la tortura y la muerte, el derecho a quedarse aqu¨ª y lustrarnos los zapatos. Como esp¨ªritus descabezados.
Mientras, el acontecimiento m¨¢s importante de nuestra vida pol¨ªtica, aquel que determinar¨¢ qu¨¦ queremos ser y qu¨¦ tipo de Estado perseguimos, se desarrolla en el Tribunal Supremo. Y tan necesario como saber qui¨¦n infringi¨® la ley y tortur¨® y asesin¨® y qu¨¦ provecho obtuvo, lo es averiguar nuestra actitud ante los hechos. Y saber lo insoportable: si somos hijos del tali¨®n o del derecho, para poder vivir el resto de los d¨ªas con la respuesta.
Pura y escueta y descalza y empapada en la lluvia, quiero recordarme, recordarnos: no matar¨¢s. Ni por la democracia.
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