Virtualidades posmodernas
Tiene un interesante punto de arranque esta l¨²gubre y borrascosa anticipaci¨®n cient¨ªfica que es Dark City. Unos innominados extraterrestres, vestidos como inequ¨ªvocos hombres de las SS, calvos, relucientes en su lechosa blancura, se han instalado en alg¨²n lugar de la Tierra, donde permanecen ocultos (?los ocultos? es como los llama su principal colaborador, el doctor Schreiber/Sutherland) para realizar extra?os experimentos sobre la memoria. Tiene el filme, igualmente, una inopinada vuelta de tuerca que afecta al conjunto de la peripecia, y un aire g¨®tico, siniestro en todos y cada uno de sus fotogramas.Tiene, en fin, una voluntad de homenaje excesiva, que le lleva a construir su trama, su look general y su puesta en escena concreta, que le hace parecer un trocito de muchas cosas: de Nosferatu a Brasil, de Desaf¨ªo total a Metr¨®polis, el filme parece plantear a su espectador, como m¨¢ximo gancho, que se lance a identificar esas huellas del pasado en su tejido textual, una operaci¨®n entretenida para quien vaya al cine a demostrarse lo listo que es, pero que en general lastra al producto final de un aire de d¨¦j¨¤ vu que, por lo menos a este cronista, se le antoja lo estrictamente contrario a la coherencia textual y narrativa, necesaria para hacer de un filme algo valioso por s¨ª mismo.
Dark City Direcci¨®n: Alex Proyas
Gui¨®n: Lem Dobbs y David Goyer, seg¨²n un argumento de A. Proyas. Fotograf¨ªa: Dariusz Wolski. Producci¨®n: Andrew Mason, EE UU, 1998. Int¨¦rpretes: Rufus Sewell, William Hurt, Jennifer Connelly, Kiefer Sutherland, Richard O'Brien. Estreno en Madrid, cines: Excelsior, Vaguada, Palacio de la Prensa, Velazquez, Bristol, Ciudad Lineal, Liceo, Victoria y Real Cinema, entre otros.
No obstante ello, Proyas, que es uno de esos directores que son capaces de dar uno de sus brazos para crear efectos que emboben al personal se las ingenia para mantener un dif¨ªcil equilibrio entre futurismo y filme negro, para lo que le ayuda no poco la solidez de sus actores, entre los cuales William Hurt compone un cl¨¢sico detective s¨®lido como una roca... o tal vez no tanto; una hero¨ªna directamente salida de un filme de los a?os cuarenta y un h¨¦roe que ha perdido la memoria que es algo as¨ª como el eje de todo el filme.
Se mueve la pel¨ªcula con aplomo cuando discurre por los senderos del g¨¦nero negro, pero pierde definitivamente el oremus cuando hacen irrupci¨®n esos artilugios que tanto le gustan a Proyas -recu¨¦rdese su filme anterior, El cuervo, primera entrega-, los efectos especiales. Ah¨ª, donde el director imagina que reside lo m¨¢s original del filme, es donde ¨¦ste termina abierto en canal y desangrado como res en matadero, muerto. Millones y millones de d¨®lares se habr¨¢n gastado en tal cosa, pero esa ciudad virtual que aparece y desaparece cada d¨ªa, esas persecuciones que desembocan en dantescos escenarios igualmente virtuales, esas explosiones mayores de lo imaginable terminan, sencillamente, resultando sopor¨ªferas y restando el deje de vida que una historia interesante ten¨ªa en la primera mitad del filme.
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