?Viva quien vence!
?Bien se parece, Sancho, que eres villano y de aquellos que dicen: ?viva quien vence!?. En el hidalgo es principio inapelable mantener las posiciones que se consideran adecuadas, aunque a menudo haya que asumir el ingrato papel del perdedor, mientras que al que lucha a diario por la sobrevivencia no le queda otro remedio que ir acomod¨¢ndose con el ganador de turno. El aparato del PSOE, descalificado por sus bases en las primarias, sin hacer remilgos de caballerosidad, se traslad¨® inmediatamente al campo del vencedor.Nadie reprochar¨¢ a los dirigentes del PSOE, sin otro oficio ni beneficio que el puesto en el escalaf¨®n y unidos por la misma necesidad de subsistir cuando gira la veleta, que hayan hecho suyo un comportamiento tan propio de aquellos que dicen representar. Lo ¨²nico intolerable es que un oportunismo tan a ras de suelo lo disfracen de respeto por la democracia, en todo caso, de una despojada de la rebeld¨ªa cr¨ªtica que le es inherente. Con los repentinos conversos al vencedor, dif¨ªcilmente puede llevarse a cabo la renovaci¨®n de nada.
Los que proclamaban que, si no ganaba el secretario general, habr¨ªa que convocar un congreso extraordinario -es decir, el triunfo del candidato alternativo, como lleg¨® a formularlo uno de los barones auton¨®micos, implicar¨ªa de suyo una cat¨¢strofe-, en cuanto se conocieron los resultados, pasaron a defender la tesis contraria, que la cat¨¢strofe la supondr¨ªa convocar un congreso, que no quer¨ªa, desde luego, un aparato que se encontraba en sus horas m¨¢s bajas, pero tampoco el triunfador, sin equipo ni programa alternativo. Un congreso en estas condiciones hubiera abierto la caja de los truenos, sin que nadie hubiera podido predecir el final. Cuando se levantan las compuertas y se deja a los de abajo decidir sin canales preestablecidos, ocurren sin duda los lances m¨¢s extraordinarios y se producen los efectos m¨¢s asombrosos, pero, hasta ahora, s¨®lo as¨ª se ha logrado remozar las instituciones. Sin riesgo, no hay cambios, y nada comporta mayor albur que el libre juego democr¨¢tico.
Asimismo, los defensores a ultranza de la unidad en la c¨²spide, seg¨²n el principio impuesto desde Suresnes de que secretario general y candidato a presidente de Gobierno tendr¨ªa que ser una y la misma persona, descubrieron de repente, si sab¨ªan repartirse las tareas y actuar coordinados, las ventajas de una direcci¨®n bic¨¦fala, y aun tric¨¦fala. Claro que Borrell, convencido de que s¨®lo pod¨ªa aspirar a quedar bien colocado en un segundo puesto, facilit¨® las cosas al haber hecho una campa?a basada en exhibir la devoci¨®n que sent¨ªa por los poderes establecidos, incluido el culto al antiguo superl¨ªder, preocupado ante todo por eliminar de ra¨ªz la sospecha de que su elecci¨®n pudiera interpretarse como un vuelco que implicase, antes o despu¨¦s, una renovaci¨®n sustanciosa. En repetidas ocasiones reiter¨® la misma consigna, que a discusi¨®n estar¨ªa tan s¨®lo qui¨¦n era el candidato mejor colocado para ganar las pr¨®ximas elecciones generales, dando adem¨¢s por sobreentendido que el triunfo electoral no depend¨ªa de presentar un programa coherente -rehuy¨® manejar cualquier idea innovadora o que pudiera tacharse de izquierda-, sino exclusivamente de proyectar una imagen que cumpliera los requisitos que se requieren para forjar un l¨ªder.
Un diputado socialista, realmente de izquierda, que apoy¨® a Borrell desde el primer momento, m¨¢s a¨²n, que le empuj¨® a lanzarse a la piscina antes de saber si hab¨ªa agua suficiente, me reconoc¨ªa en privado, con pesadumbre y resignaci¨®n que el triunfo de Borrell, m¨¢s que un deslizamiento de las bases hacia la izquierda, hab¨ªa que interpretarlo como el af¨¢n de los afiliados, despu¨¦s de que el superl¨ªder hubiera dejado de hacer milagros, de encontrar uno que los condujera de nuevo al Gobierno. Lejos de haber puesto de manifiesto una renovaci¨®n democr¨¢tica desde las bases que corrigiese el papel dominante del l¨ªder m¨¢ximo en los partidos de masas, la inesperada victoria atestigua el ansia generalizada de contar con un nuevo liderazgo. Tendr¨ªamos que revisar teor¨ªas y aspiraciones democr¨¢ticas, y volver a leer a Max Weber, el antidem¨®crata que supo dise?ar la teor¨ªa de la democracia de masas que mejor encaja en la sociedad contempor¨¢nea.
Para aprovechar el efecto saludable que las primarias han producido, tanto en el partido como en los sectores sociales que a¨²n conservan una cierta sensibilidad pol¨ªtica, los mismos que defendieron hasta su consunci¨®n el superliderazgo de Gonz¨¢lez han ido publicando en las ¨²ltimas semanas sesudos art¨ªculos sobre los males de una concentraci¨®n excesiva del poder en la c¨²spide. Los que persiguieron a los pocos que desde hace a?os criticaron tama?a concentraci¨®n de poder, es decir, los mismos que limpiaron el PSOE de dem¨®cratas activos, bien se encontrasen en la fracci¨®n guerrista m¨¢s combativa, sobre todo a la hora de propalar calumnias, o bien en el silencio c¨®mplice de los llamados felipistas, unos y otros elevan hoy su voz para adherirse solemnemente a los principios democr¨¢ticos que combatieron o negaron hasta el derrumbe final del l¨ªder y del partido. Ahora bien, en vez de pedir excusas y de reivindicar a los que les precedieron con las mismas exigencias, se escudan en el argumento de que, si han trastocado el discurso, es porque las circunstancias han cambiado. Mientras que funcion¨®, y c¨®mo, el superliderazgo, poco sentido ten¨ªa el criticarlo; adem¨¢s constituy¨® la soluci¨®n ¨®ptima para un periodo de nuestra historia en el que la democracia no estaba todav¨ªa bien asentada. En la etapa actual conviene seguramente una democratizaci¨®n interna que en etapas anteriores hubiera podido tener efectos disolventes y hasta letales.
Obs¨¦rvese que en cuanto el poder, alcanzarlo y conservarlo, se eleva al ¨²nico objetivo concebible, la democracia se denigra a mero instrumento para conseguirlo: a tenor de las circunstancias, la concentraci¨®n del poder o su reparto democr¨¢tico se mostrar¨ªan m¨¢s o menos operativos para alcanzar este fin. Esta instrumentalizaci¨®n de la democracia interna al ¨²nico objetivo de llegar al poder tiene la virtud de que justifica tanto el comportamiento anterior como el actual. Hicimos bien en concentrar todo el poder en el superl¨ªder, lo que nos permiti¨® detentar el Gobierno casi 14 a?os, y hacemos bien en convocar las primarias, ahora que es preciso movilizar al partido para sacarlo de su marasmo y a la sociedad para recuperar su apoyo. Pero se paga al alt¨ªsimo precio de haber convertido a la democracia, como quiere el formalismo reduccionista que priva hoy, en un instrumento m¨¢s o menos v¨¢lido para conquistar el poder, y no en un fin en s¨ª mismo, que fija las normas de la convivencia pac¨ªfica de personas libres e iguales.
La corrupci¨®n de la etapa socialista, que lleg¨® a saltarse hasta los principios m¨¢s elementales del Estado de derecho, no fue consecuencia inevitable de unos cuantos canallas que emergen hasta en las mejores familias, sino el efecto necesario de la falta de transparencia democr¨¢tica. La corrupci¨®n, tomada en el sentido m¨¢s amplio, es siempre expresi¨®n n¨ªtida de un d¨¦ficit democr¨¢tico: a mayor dictadura, mayor corrupci¨®n. Todo poder incontrolado termina salt¨¢ndose hasta sus propias normas. Importa recalcar una y otra vez -el nuevo conservadurismo antepone el Estado de derecho a la democracia- que no cabe un Estado de derecho que funcione sin instituciones y controles democr¨¢ticos.
La corrupci¨®n de la etapa de Gobierno socialista fue producto de una concentraci¨®n de poder que lamentablemente se sigue ensalzando como adecuada para aquella etapa. De otra forma no se tendr¨ªan argumentos para justificar lo que, por acci¨®n u omisi¨®n, con contad¨ªsimas excepciones, hab¨ªa consentido todo el partido: apoyar sin la menor cr¨ªtica la concentraci¨®n del poder mientras que sirviese para permanecer en ¨¦l. Ello ha llevado a la aberraci¨®n de haber defendido a capa y espada a los condenados por robar en beneficio del clan, o a los todav¨ªa procesados por horrendos cr¨ªmenes, cometidos cumpliendo ¨®rdenes. Hasta ahora, nadie en el PSOE, ni entre los partidarios del secretario general ni entre los del candidato vencedor, ha puesto en relaci¨®n lo que es obvio: que la corrupci¨®n y la vulneraci¨®n del Estado de derecho han sido consecuencia directa de la concentraci¨®n caudillista del poder y que, por tanto, no cabe defenderlo para la etapa anterior y criticarlo ¨²nicamente para la actual.
Es muy pronto para dar un veredicto sobre las primarias. Conviene no olvidar la demagogia que hizo el PSOE con el refer¨¦ndum sobre la OTAN, alegando que era altamente democr¨¢tico que el pueblo diese su opini¨®n en las grandes cuestiones de Estado, y luego, una vez que logr¨® el portento de hacer lo contrario de lo que hab¨ªa prometido y salir encima fortalecido, nunca m¨¢s se supo. En el PSOE nadie defiende ya la democracia plebiscitaria. Veremos cu¨¢nto se tarda en tildar a las primarias de asamble¨ªsmo. El hecho es que hasta ahora s¨®lo han servido para dar un buen susto a la c¨²spide, con el resultado de tener que integrar a Borrell en el aparato federal, y para que las direcciones regionales inventen distintas estrategias para intentar obviarlas.
Como Almunia, seguro de su victoria, convoc¨® las primarias para adquirir la legitimidad y holgura que le permitiera avanzar en la renovaci¨®n del partido, queda un resquicio para la esperanza de que ambos candidatos unan sus esfuerzos con este objetivo, pero lo que es seguro es que lo tendr¨¢n muy dif¨ªcil. El candidato ganador, en su af¨¢n de consolidar primero su posici¨®n, ha desaprovechado ?el efecto sorpresa?, tan capital para ganar la batalla cuando se es el m¨¢s d¨¦bil, con lo que el llamado efecto Borrell se est¨¢ desinflando a gran velocidad.
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