Trap¨ªo
Ya era hora: sali¨® el toro. El viernes hubo un avance con alg¨²n ejemplar que se dir¨ªa sacado de las estampas de La Lidia y el s¨¢bado pareci¨® que Daniel Perea los hab¨ªa pintado todos. ?Menudos cuernos!, exclamaba la afici¨®n sin ¨¢nimo de se?alar, menos a¨²n de ofender.Ese es el toro y si lo presentan de ah¨ª para abajo habr¨¢ que pedir explicaciones. Ven¨ªan diciendo los taurinos y quienes les hacen coro que el toro grande no sirve. Pues bien se vio que los de Samuel Flores y el sobrero de Murteira serv¨ªan.
La servidumbre del toro es otra de esas argumentaciones que los taurinos (y el coro) se han sacado de la manga para descalificar al toro bravo y seguir enredando. Seg¨²n esa opini¨®n, el toro con trap¨ªo y bravo, que impone respeto por su poderosa codicia y su temible arboladura, no sirve. Sirve, en cambio, el toro chico mocho, de mansa docilidad, aborregado y choch¨®n.
Flores / Tato, V¨¢zquez, Canales Dos toros de Manuela Agustina L¨®pez Flores, 1? tipo utrero, encastado; 2?, con trap¨ªo, devuelto por inv¨¢lido
Cuatro de Samuel Flores, con trap¨ªo, varios de impresionante arboladura, flojos, mansos, boyantes. Sobrero de Murteira Grave, con trap¨ªo, manso, manejable. El Tato: estocada atravesada, cinco descabellos y se echa el toro; se le perdon¨® un aviso (algunos pitos); estocada desprendida (palmas y pitos). Javier V¨¢zquez: estocada corta tendida trasera, dos descabellos y se tumba el toro (silencio); dos pinchazos, se tumba el toro, lo levantan, pinchazo y se vuelve a tumbar (vuelta). Canales Rivera: estocada trasera (ovaci¨®n y protestas tambi¨¦n cuando sale a los medios); pinchazo y estocada corta trasera (silencio). Plaza de Las Ventas, 30 de mayo. 24? corrida de abono. Lleno.
Los toros de Samuel y el Murteira nada ten¨ªan que ver con semejantes capullos. Los samuel y el murteira ten¨ªan lo que hay que tener. Impresionante presencia para empezar y varios de ellos fueron ovacionados el aparecer en la arena. Debi¨® salir entonces el ganadero a recibir los parabienes de la afici¨®n. S¨ª se?or: as¨ª se viene a Madrid.
Luego los toros que habr¨ªa pintado Perea empezaban a pavonearse por todo el redondel y esa era otra cuesti¨®n. Pues no se dedicaban a lucir el palmito en la pasarela sino que iban abantos, recelaban de los capotes, galopaban a la querencia de chiqueros y s¨®lo sal¨ªan de ella correteando al hilo de las tablas.
En la prueba de varas tampoco mostraron bravura; antes al contrario calamocheaban, echaban la cara arriba, se quitaban con descaro el palo que les hund¨ªa en los lomos traseros la perversa acorazada de picar. No s¨®lo clavaba all¨ª la perversa sino que apalancaba el hierro y rebanaba las carnes en el transcurso de la brutal carioca.
Hubo una excepci¨®n. S¨®lo un picador pic¨® en lo alto e hizo la suerte por derecho. Se trataba de Luis Miguel Leiro -a la saz¨®n uno de los escasos varilargueros buenos del momento-, que en cumplimiento exacto de su funci¨®n ahorm¨® al toro.
Y el toro, que hac¨ªa quinto, qued¨® lo suficientemente ahormado para que pudiera desarrollar su encastada nobleza. Lo tore¨® Javier V¨¢zquez, al principio sin encontrar el sitio ni cogerle el temple, despu¨¦s cuajando sendas tandas de redondos y de naturales plet¨®ricas de gusto, irreprochables de hondura y, sobre todo, con perfecta ligaz¨®n.
Y as¨ª es: ese es el toreo. No hicieron falta discursos previos ni pruebas algebraicas demostrativas de la autenticidad del canon. En cuanto Javier V¨¢zquez carg¨® la suerte y lig¨® los muletazos, aficionados sabios y p¨²blico lego ya estaban en pie, volcando en ol¨¦s y ovaciones su entusiasmo.
Hubiera alcanzado Javier V¨¢zquez un ¨¦xito sensacional si no llega a pasarse de faena. Pero perdi¨® la medida, a?adi¨® molinetes, le cost¨® cuadrar, ejecut¨® mal el volapi¨¦, el toro acab¨® claudicando y entre pinchazos se le tumb¨® dos veces, perdido el resuello.
La mayor¨ªa de los restantes toros desarrollaron asimismo la boyant¨ªa necesaria para explayarles el toreo de sentimiento y filigrana, y si no lo hubo es responsabilidad de los respetivos autores. Javier V¨¢zquez uno de ellos, por no dominar las ¨¢speras embestidas de su toro anterior, un Murteira sobrero de hermosa l¨¢mina. Tambi¨¦n El Tato, empe?ado en imponer el destoreo de la neotauromaquia insustancial, siempre fuera de cacho, adelante el pico, perdiendo terreno en cada muletazo.
Canales Rivera, que dio dos largas cambiadas de rodillas, no perd¨ªa terreno en su primera faena. Cierto que toreaba de perfil, sin cargar la suerte, pero al rematar los pases se quedaba en el sitio y los ligaba. Seguramente hay madera de torero en este diestro contradictorio. Su voluntariosa faena al sexto se vio perjudicada por las condiciones del toro, que embest¨ªa con la cara alta y result¨® ser el garbanzo negro del corrid¨®n.
De los toros, de su nobleza, de su trap¨ªo y de sus cuernos hablaban los aficionados al terminar, por supuesto sin ¨¢nimo de ofender y sin se?alar a nadie. Quiere decirse: a casi nadie.
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