"Funes el memorioso"
Puesto que todo modo de ver es un modo de no ver, tan malo es olvidarse del pasado (ya se sabe, quien lo olvida est¨¢ condenado a repetirlo) como enfangarse en ¨¦l. Pues no sabr¨ªa decir qui¨¦n es m¨¢s compulsivo, si el que de puro olvido se ve obligado a hacer las mismas cosas una y otra vez o el que, afanado en recordar, jam¨¢s alcanza a ver la luz del presente. Funes el memorioso es mucho m¨¢s que un cuento, como siempre ocurre con los de Borges; es una met¨¢fora o alegor¨ªa del rememorador compulsivo. Para Funes, todo quedaba grabado con precisi¨®n milim¨¦trica; cada gesto, cada brillo, cada matiz estaba ah¨ª esperando a ser recobrado por su memoria prodigiosa. Recordar una hora pod¨ªa llevarle un d¨ªa y un mes era poco para recordar un d¨ªa completo. El brillo de la realidad era tal que Funes se ve¨ªa obligado a vivir a oscuras y retirado, pues era incapaz de soportar la intensidad de la vida ni el peso del presente. Pues bien, como a Funes, hay quien necesita un a?o para rememorar unos d¨ªas gloriosos o incluso un siglo para reconstruir aquel instante del pasado en que fue algo.Sin embargo, y como dec¨ªa Ranke, todos los tiempos de la humanidad est¨¢n igualmente cerca de Dios. Incluso m¨¢s, me atrevo a pensar que al menos el presente tiene la enorme virtud de que vive. Y los historicistas (no dir¨¦ los historiadores) no pueden dejar de caer en el vicio que se?alara Nietzsche primero y Benjamin despu¨¦s: construir la historia como el camino triunfal que conduce al presente, pues los amos eventuales son los herederos de todos aqu¨¦llos que vencieron con anterioridad.
M¨¢s bien debi¨¦ramos estudiar la historia justo como no se estudia: a partir de los contrafactuales, de lo que no ocurri¨® y pudo ocurrir. Hagamos la historia de c¨®mo pudo evitarse la guerra civil, por ejemplo. O de c¨®mo la transici¨®n democr¨¢tica pudo hacerse veinte a?os antes. Pues, bien pensado, la historia s¨®lo interesa como suma o compendio de todas aquellas cosas que hubieran podido evitarse.
Viene esto a cuento de que empiezo a estar ah¨ªto de conmemoraciones y rememoraciones, de C¨¢novas, el 98 o la Restauraci¨®n, para saltar a FelipeII y Lorca. Hace poco fue Guifr¨¦ el Pil¨®s. Qui¨¦n sabe lo que ser¨¢ despu¨¦s. Fidel conmemora negativamente la colonizaci¨®n y recuerda a los viejos m¨¢rtires. Otros piden revisar el franquismo o, por qu¨¦ no, la guerra civil y la Rep¨²blica. Ya no tenemos d¨ªas en el a?o para las conmemoraciones que deseamos hacer, todas ellas, por supuesto, pasadas por el turmix telemedi¨¢tico del marketing cultural. Y, al igual que todos tenemos nuestros 15 minutos de popularidad, todo evento podr¨¢ disponer de sus 24 horas de rememoraci¨®n.
Pero, cuando seamos juzgados -y de ello se encargar¨¢n nuestros hijos- no lo har¨¢n porque supimos reescribir el pasado, sino porque supimos controlar nuestro presente -que ser¨¢, irremediablemente, su pasado- y encauzar su futuro -que ser¨¢ su presente-. Ellos nos recuerdan, a diario, que aferrarse al pasado es cosa de viejos o de acabados, lo que es casi lo mismo. Pues si conmemoramos ahora el 98 es porque ellos cerraron con siete llaves el sepulcro del Cid para mirar al futuro y ocuparse de la despensa y la escuela. Por eso, porque no ten¨ªan nada que conmemorar, sino un desastre, hicieron futuro. Nosotros, sin embargo, estamos tan satisfechos de lo conseguido, tan henchidos de transici¨®n ejemplar y de bienestar econ¨®mico que, como nuevos ricos, s¨®lo pretendemos rebuscar en los papeles familiares para poner en valor nuestros antepasados gloriosos. Espa?a ha avanzado estos ¨²ltimos veinte a?os porque quiso olvidar su pasado y ponerse a trabajar. A este paso, dentro de otros veinte a?os tendremos una buena colecci¨®n de t¨ªtulos de hidalgu¨ªa hist¨®rica, pero se nos habr¨¢ escapado la vida. La mejor conmemoraci¨®n que podemos hacer del 98 -la ¨²nica que ellos hubieran apreciado de veras- es ocuparnos del pr¨®ximo 98, el del 2098. Aunque, bien mirado, nada debe asombrarnos. La principal ense?anza de la historia es que no nos ense?a nada (Hegel dixit).
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