Pol¨ªticos mojados por Lorca
Federico le habr¨ªa divertido el agua que desluci¨® los actos p¨²blicos previstos para celebrar su centenario. Pocas cosas le parecer¨ªan hoy m¨¢s "chorpat¨¦licas" que ese nutrido conjunto de autoridades, cr¨ªticos y curiosos, empapados por una lluvia que parec¨ªa caer s¨®lo frente a su casa natal. Es m¨¢s, estoy convencido de que a ¨¦l mismo se le habr¨ªa ocurrido organizar el chaparr¨®n de haber podido hacerlo. Que le habr¨ªa encantado imaginar c¨®mo candidatos, alcaldes, licenciados, charlatanes, momias y deudos soportaban, estoicamente, semejantes goterones en sus lentes y sobre sus calvas, mientras se dirig¨ªan a homenajear, oficialmente por supuesto, a la cuna que meci¨® sus primeros sue?os. No digo que la celebraci¨®n fuera inadecuada. Tampoco la critico. Yo mismo habr¨ªa acudido, tan solemne como me hubiera sido posible, si aquella fuera la circunscripci¨®n por la que he obtenido mi esca?o en el Senado. Lo considerar¨ªa, en ese caso, una obligaci¨®n propia de mi cargo y de la estaci¨®n administrativa en la que estamos. S¨®lo digo que a Federico le habr¨ªa divertido y que, por eso, no cupo mejor celebraci¨®n que la del ag¨¹illa de junio sobre la p¨²rpura figurante. Un presidente, entre tantos presidentes, descubri¨® una placa en la que su propio nombre anteced¨ªa, con letras de igual tama?o, al de Garc¨ªa Lorca y tuvo que ser un nubarr¨®n quien pusiera a cada uno en su sitio, al pol¨ªtico a cubierto y a Federico en la risa. Como en un retablo de marionetas, la capa del poeta pose¨ªa una magia capaz de desnudar a quien, sin versos que decir, osara presumirla, y alguien lo intent¨® y se cubri¨® el cielo. ?Qu¨¦ risa, los pol¨ªticos sin paraguas como un rey sin ropa! Como a los malos cantantes, a los falsos rapsodas les llueven ranas y moscas, ?qu¨¦ risa para los ni?os, qu¨¦ d¨ªa para Federico! Otro excelent¨ªsimo se?or se dirigi¨® a los medios de comunicaci¨®n, que por un segundo hab¨ªan dejado de recitar el romance de La casada infiel, para decirles que el autor era de todos, pero de unos m¨¢s que de otros. Tambi¨¦n ¨¦ste se moj¨® y, sin embargo, ten¨ªa algo de raz¨®n. Lorca es m¨¢s de mademoiselle Teresita Guill¨¦n, de la monja gitana, de los despoblados con jinete, de los negros de Nueva York, del sue?o sin sue?o y de la barba llena de mariposas de Walt Whitman, y menos de las autoridades de cualquier pelaje o condici¨®n. La muerte de Lorca, sin embargo, si es que por ah¨ª iba el tiro, no es de nadie, es fruto de una locura que no dej¨® piedra sobre piedra por muchas edades. De nadie. Una locura militar, peninsular, hist¨®rica, pobre, ciega y miserable, de la que no se escap¨® nadie, ni los que murieron, ni los que sobrevivieron, ni los que no hab¨ªamos nacido. Despu¨¦s de todo, una locura pol¨ªtica que deber¨ªa habernos ense?ado a no politizar nunca m¨¢s la muerte de los poetas, a no volver a separarnos como s¨®lo los pol¨ªticos sabemos separarnos. Dicho de otro modo: la lluvia fue tambi¨¦n un enjambre de puntos de interrogaci¨®n para las declaraciones solemnes. Yo le debo el descubrimiento de Federico a mi adolescencia y a un poeta de derechas, el valenciano Rafael Duyos, a mi coraz¨®n indomable de muchacho y a su alameda de San Antonio de Requena. Despu¨¦s vinieron Alberti, B¨¦cquer, Salinas, Cernuda, Neruda, Blas de Otero y Colinas, entre otros, pero Lorca fue el primero y, como tal, s¨¦ que no le perdonar¨ªa, al senador que hoy me encarna, que olvidase que una vez compart¨ª con todos ellos esa insensatez que llamamos poes¨ªa. Por eso, este art¨ªculo. Para decir que la necesidad de inauguraciones que angustia a las autoridades y el espacio infinitamente blanco que se abre a las ediciones dominicales de los peri¨®dicos, nos lleva muchas veces a celebrar lo que no necesita otra celebraci¨®n que la de su existencia cotidiana. Nos lleva, como recordaba Federico, a colocar un le¨®n de marmolina sobre la tumba de Rub¨¦n Dar¨ªo, "como esos leones que los ricos ponen en los portales de sus casas". Nos lleva, lujo de rico dem¨®crata, a ponerles un parque, una calle, una plaza, un busto o una corona, como a una querida o a un querido se les pone un piso, a cientos de poetas a los que les har¨ªamos m¨¢s bien ley¨¦ndoles de vez en cuando. Por eso, este art¨ªculo. Porque yo tambi¨¦n merezco la coz de la lluvia sobre Fuente Vaqueros. Porque, si hubiera sabido que iba a llover, deber¨ªa haber tenido el valor de estar all¨ª, dejando que se empapase de intemperie la dignidad de mi cargo p¨²blico, haciendo re¨ªr a Federico, moj¨¢ndome por lo que fui y debiera ser. Ay, feliz tambi¨¦n de hacer re¨ªr a los ni?os.
Esteban Gonz¨¢lez Pons es senador del PP por Valencia.
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