Albania
En el verano de 1994 estuve en Tirana, capital de Albania, y o¨ª contar un chiste: le dice uno a su amigo: ??Qu¨¦ te parece si declaramos la guerra a Estados Unidos? As¨ª, cuando nos ganen, vendr¨¢n a ayudarnos?. Y le contesta el otro: ?Ya, ?y si ganamos nosotros??. Le dirijo a usted esta carta para hacerle una petici¨®n: ?no dejen de informar sobre el drama del pueblo alban¨¦s! ?No esperen a que los muertos se cuenten por cientos o las fosas comunes empiecen a obligarnos a recordar los genocidios de este siglo! Desconozco cu¨¢ntos intereses econ¨®micos hay en la venta de armamento para esta guerra que se avecina. Ignoro si la falta de inter¨¦s internacional se corresponde con el hecho de que m¨¢s del 90% de la poblaci¨®n afectada es musulmana. Pero ?no dejen de informar!, por favor. Desgraciadamente, estamos acostumbrados a que s¨®lo sucede aquello que muestran los peri¨®dicos o la televisi¨®n. El chiste se olvida de que en toda guerra hay muertos y un dolor que es muy dif¨ªcil de olvidar y superar. Y todos los muertos son iguales, porque todos los vivos lo somos tambi¨¦n.-
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