Fabada y m¨²sica de c¨¢mara
Si para ser escritor es necesario, como se dec¨ªa antes, hacerse una firma, voy d¨¢ndome cuenta de que para llegar a algo en la abogac¨ªa es necesario hacerse una voz. En este juicio, donde al principio yo s¨®lo apreciaba una pesada monoton¨ªa de togas y ret¨®ricas, ahora he aprendido a distinguir a quienes tienen hecha una voz de quienes todav¨ªa se la est¨¢n haciendo, y tambi¨¦n me he dado cuenta de que hay quien nunca llegar¨¢ a tenerla, igual que hay gente que escribe y carece de la mirada o del metal de voz que vuelven inconfundible un estilo. Olga Tubau, la abogada de Segundo Marey, tiene una voz n¨ªtida y catalana, con una sonoridad en la que siempre hay un matiz de cortes¨ªa, de invariable buena educaci¨®n. ?nica mujer togada entre tantos varones, Olga Tubau, con su pelo corto y sus cejas alzadas por encima de las gafas, sobre el perfil atento de p¨¢jaro, parece m¨¢s que abogada una instrumentista en una orquesta de c¨¢mara donde su voz equivaldr¨ªa a un sonido de viola. Otra de las grandes voces es sin duda la de Jos¨¦ Mar¨ªa Stampa, que ha ejecutado algunos solos en¨¦rgicos, amenazadores, espectaculares, como un Rostropovich que tocara con aspavientos calculados de virtuosismo el violonchelo de su propia voz.Pero la voz que parece m¨¢s hecha, la que alcanza sonoridades m¨¢s profundas, es la del abogado Cobo del Rosal, que representa y defiende a Rafael Vera. Cobo del Rosal tiene la corpulencia hinchada y solemne y la voz honda de un contrabajo, una voz de resonancia c¨®ncava, oreada de tabaco, con una vibraci¨®n poderosa de madera y de cuerda en las notas m¨¢s bajas, una voz que se corresponde tan perfectamente con su figura tras el pupitre del estrado como la forma y el peso de un contrabajo con los sonidos que le arranca el arco. Cobo del Rosal tiene las cejas negras y el pelo blanco, con una ondulaci¨®n enf¨¢tica de gal¨¢n envejecido que a¨²n conserva los rasgos fuertes de su masculinidad en la cara carnosa, una cara de gal¨¢n retirado hace tiempo al que el pelo ya empieza a clarearle y las gafas que antes no usaba se le deslizan por la nariz con un punto de negligencia que tiene algo de tard¨ªo dandismo.
Si el solo m¨¢s consumado hasta ahora de Jos¨¦ Mar¨ªa Stampa fue el interrogatorio de Rafael Vera, Cobo del Rosal emplea m¨¢s a fondo que nunca su presencia y su voz en su asedio en¨¦rgico al ¨²nico testigo relevante del d¨ªa, Francisco ?lvarez Cascos. ?lvarez Cascos tambi¨¦n se ha hecho una voz, pero no para la ac¨²stica severa de los salones judiciales, sino para los espacios anchos y broncos del mitin pol¨ªtico, para la palabrer¨ªa deslenguada de los titulares y la gresca de las tertulias que inyectan cada ma?ana en las radios de los taxis la cafe¨ªna y la nicotina de la inveterada mala leche espa?ola. ?lvarez Cascos tiene una voz fuerte y clara que propende al bocinazo mitinesco, y que incluso en la solemnidad del Tribunal Supremo adquiere enseguida un filo de arrogancia impaciente. ?lvarez Cascos entra a declarar como testigo con una sonrisa suficiente en la cara un poco abotargada y una cartera de ante bajo el brazo, una cartera de gran importancia, que parece uno de esos regalos conyugales, lujosos y pr¨¢cticos, que se hacen a maridos muy ocupados, a maridos tan importantes como el propio ?lvarez Cascos.
La imagen casi nunca retrata: enaltece o deforma. A algunas personas las fotograf¨ªas y las c¨¢maras de televisi¨®n tienden a agravarles sus rasgos m¨¢s infortunados. Visto al natural, Francisco ?lvarez Cascos es menos amenazante o caricaturesco que en los peri¨®dicos y en los noticiarios: el gesto de la boca no es tan exagerado, no tiene esa hinchaz¨®n de ira sangu¨ªnea en la cara. ?lvarez Cascos tiene el pelo extraordinariamente negro, con un corte tan p¨¦treo y anacr¨®nico como su superior inmediato, esculpido a navaja, como se dec¨ªa antes, con una de esas barbas que ya azulean a las pocas horas de haberse afeitado. A los lados de la doble arruga velluda que le divide la frente, sus cejas negras son dos semic¨ªrculos exactos. Mientras Cobo del Rosal lo interrogaba, era imposible verle la cara, as¨ª que no puedo saber en qu¨¦ medida se transparentaron en ella la impaciencia o la ira, la tentaci¨®n del poderoso de callar a quien empieza a importunarle. Cuando abandona la sala, despu¨¦s de un interrogatorio tortuoso en el que nadie llega a saber de qu¨¦ habl¨® en cierto encuentro con el abogado de Amedo y Dom¨ªnguez y con el director del diario El Mundo, ?lvarez Cascos tiene la misma expresi¨®n de complacencia que cuando entr¨® en ella, m¨¢s alto y menos rudo de lo que muestran las fotos y las c¨¢maras, la americana ahora desabrochada sobre la prominencia abdominal, la cartera de ante bien apretada bajo el brazo, una sonrisa y un brillo en los mofletes como de disfrute f¨ªsico del poder, tan rotundo como la somnolencia feliz que debe de quedarle al vicepresidente despu¨¦s de zamparse una fabada en las fraternales comilonas pol¨ªticas de su tierra.
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