Despu¨¦s de subir al cieloJOSEP RAMONEDA
?Qu¨¦ tendr¨¢n las alturas que atraen tanto a los pol¨ªticos de un pa¨ªs con fama de mirar poco al cielo? No fueron la Pica d"Estats ni Montserrat, es decir, ni el excursionismo ni el catolicismo, que tanto han aportado al discurso de la identidad nacional, pero Maragall, que siempre ha preferido la fertilidad de la llanura a las iluminaciones de las cumbres, no resisti¨® a la llamada de las alturas. Subi¨® a la torre de Foster, emblema tecnol¨®gico de la Barcelona 92, y su candidatura virtual se hizo carne. Nunca una candidatura se hab¨ªa hecho esperar tanto. Unas dosis de duda, otras de coqueter¨ªa, algo de pereza y bastante de estrategia fueron retrasando una decisi¨®n que, precisamente por haberla entretenido tanto tiempo, ya no pod¨ªa ser negativa. La pol¨ªtica cada vez se parece m¨¢s al f¨²tbol: todo juicio est¨¢ en funci¨®n de los resultados. Si Maragall gana, la larga espera habr¨¢ sido un acierto estrat¨¦gico; si pierde, un gran error. Afortunadamente, Pasqual Maragall y Jordi Pujol son dos pol¨ªticos que tienen una cosa en com¨²n: desbordan a los asesores de imagen. Tienen suficiente personalidad como para que ser ellos les sea m¨¢s rentable que dejarse llevar por los criterios del asesor de turno empe?ado en vender candidatos como si fueran jabones o compresas. Los asesores de imagen son ¨²tiles para los pol¨ªticos mediocres: personajes, por insignificantes, tan moldeables que cuando caen desaparecen sin dejar rastro ni recuerdo. Con Pasqual Maragall y Jordi Pujol est¨¢ garantizado que se mostrar¨¢n como son. La campa?a podr¨ªa tener unas dosis de verdad que no es habitual en unas contiendas cada vez m¨¢s comerciales. Quiz¨¢ por esta raz¨®n la prensa ha se?alado con unanimidad el car¨¢cter competitivo de estas elecciones. Tambi¨¦n aqu¨ª ocurre como en el f¨²tbol: los medios de comunicaci¨®n tienen bastante responsabilidad en determinar la trascendencia del partido. Me he referido alguna vez al car¨¢cter de agentes m¨²ltiples de los medios informativos. Son instrumentos de muchas lealtades: comunicativas, pol¨ªticas, empresariales, personales. Se conoce que en este mundo s¨®lo la multiplicaci¨®n de referentes asegura espacios de libertad. La personalidad de Maragall, la sensaci¨®n de que poco a poco la idea de cambio, despu¨¦s de 18 a?os, empieza a tener eco en la ciudadan¨ªa y las ganas de vivir por fin un duelo de verdad que d¨¦ emociones period¨ªsticas y haga vender m¨¢s, aseguran que la prensa apostar¨¢ fuerte por este partido del siglo. Maragall se ha puesto autoexigente. Ha abandonado el peligroso periodo de diletancia en que se interrogaba sobre la voluntad de cambio del pa¨ªs por la autoproposici¨®n como l¨ªder del cambio posible. Al anunciar sin ambig¨¹edades su voluntad de plantear una alternativa que trascienda a su partido se ha impuesto un examen de acceso a la contienda electoral nada f¨¢cil. Tiene por delante unos meses de contactos con partidos pol¨ªticos y con otras asociaciones c¨ªvicas y sociales que le exigir¨¢n mucha capacidad de persuasi¨®n y de seducci¨®n. Un candidato federador tiene dos caminos: partiendo del apoyo de su partido, dirigirse directamente a la ciudadan¨ªa recabando el apoyo en las urnas sin dar formalizaci¨®n pol¨ªtica a un electorado tan diverso (es el modelo utilizado por Felipe Gonz¨¢lez y por Pujol) o construir primero un movimiento plural, a partir de su partido pero con otras fuerzas pol¨ªticas y sociales, para dar estructura pol¨ªtica al electorado potencial. Maragall ha escogido este segundo camino. Un rechazo por parte de las fuerzas pol¨ªticas de izquierda y centro izquierda tendr¨ªa, sin duda, efectos negativos, por lo menos en el campo medi¨¢tico. Los medios, siempre necesitados de cierto dramatismo narrativo, pasan con gran facilidad de las expectativas a las frustraciones. Para que la bola de nieve crezca y la alternativa tome cuerpo, por fin, despu¨¦s de 18 a?os de inmovilismo, el otro desaf¨ªo de Maragall es concretar su propuesta. No basta con hablar de las ideas de Tony Blair y del coraz¨®n de Lionel Jospin: hay que traducirlo al caso catal¨¢n y a la articulaci¨®n de Catalu?a con Espa?a. La idea de una Catalu?a abierta (no s¨®lo hacia el exterior, sino tambi¨¦n hacia el interior) puede dar la perspectiva de lo que se pretende. Pero est¨¢ todav¨ªa por amueblar. No es f¨¢cil encontrar el m¨ªnimo com¨²n denominador de lo que Maragall quiere federar: de Obiols a Borrell, del Foro Babel a los independentistas de Rahola, de los capitanes a Iniciativa per Catalunya, de los empresarios progresistas a los j¨®venes radicales. Aunque casi todos los proyectos se hacen contra algo, ser¨ªa insuficiente y tendr¨ªa pocas posibilidades de ¨¦xito que el ¨²nico factor unificador fuera el antipujolismo. Las expectativas generadas por la candidatura de Maragall han llegado tambi¨¦n fuera de Catalu?a. La izquierda socialista ve en las elecciones catalanas un posible punto de partida para reiniciar el camino hacia el poder. Los equilibrios en la relaci¨®n entre Maragall y Borrell (dos trenes con objetivos comunes pero que parten de estaciones opuestas) ser¨¢n seguidos con especial atenci¨®n. Por la otra parte, la coalici¨®n parlamentaria que gobierna Espa?a se someter¨¢ a una prueba importante, aunque sea a trav¨¦s de uno de sus l¨ªderes perif¨¦ricos: Jordi Pujol. Una derrota de Pujol ser¨ªa un mal augurio para el Gobierno. Pujol deber¨¢ hacer milagros si quiere evitar que las auton¨®micas tengan tambi¨¦n car¨¢cter de primarias. Llega la ocasi¨®n de medir el verdadero valor del liderazgo de Pasqual Maragall en unas elecciones en las que no sale como campe¨®n, sino como aspirante. ?Sabr¨¢ federar como se ha propuesto fuerzas pol¨ªticas diversas? ?Ser¨¢ capaz de demostrar que es posible un proyecto para Catalu?a distinto del nacionalismo pujolista? ?Sabr¨¢ hacer comprensible fuera de Catalu?a su propuesta de autonom¨ªa fuerte y lealtad federal? Maragall quiere ser m¨¢s que un candidato, un federador; Pujol quiere ser m¨¢s que un presidente, un estadista. De esta elecci¨®n saldr¨¢ quiz¨¢ la oportunidad de que Catalu?a sea m¨¢s que un club.
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