Los seis alcaldes
1. La ventaja de la vida municipal es que todos se conocen, e incluso t¨² puedes hablar con el alcalde. Recuerdo un tiempo de la ni?ez en que sol¨ªa pasear por la tarde con mi padre y a cierta hora y por las calles del centro pasaba el alcalde, solo, con buen humor, en mangas de camisa, como si en el paseo de la tarde pasara ¨¦l revista a las decisiones tomadas por la ma?ana. En raz¨®n de su trabajo, mi padre le trataba, y alguna vez en lugar de saludarse nos par¨¢bamos en la calle Mayor y los dos hombres hablaban; la autoridad suprema de la ciudad me impon¨ªa las manos en el pelo al despedirse, en el habitual gesto simp¨¢tico del adulto con el menor (la ciudad Alicante, el tiempo los ¨²ltimos a?os 50 o primeros 60, el alcalde no democr¨¢ticamente elegido Agat¨¢ngelo Soler, farmac¨¦utico de profesi¨®n).2. Otra ventaja es que, pasados 30 a?os y en plena ¨¦poca de la pol¨ªtica internacionalista, desideologizada y macrop¨¦dica, en la ciudad al menos t¨² detectas un estilo municipal. En la ciudad donde vivo, una de las tres m¨¢s inc¨®modas y ruidosas de Occidente, ese estilo es chabacano, automovil¨ªstico, rancio o hasta rupestre, y si yo me encontrara con el alcalde por la calle Mayor, que est¨¢ como es normal junto al Ayuntamiento, creo que se lo dir¨ªa (pero en Madrid nadie se conoce, y el se?or ?lvarez del Manzano va protegido. Pensar que la dulce cercan¨ªa de la vida literalmente popular, el que todos se conozcan, el que los vecinos sepan que el sencillo concejal compra el pan todos los d¨ªas en la misma tienda, hoy facilita la tarea de los asesinos).
3. Fui testigo de las figuras de estilo de otro alcalde, Xerardo Est¨¦vez, uno de los m¨¢s votados, en el c¨®mputo de la naci¨®n, por su ciudad, Santiago de Compostela. Mientras explicaba con un orgullo comprensible las audaces intervenciones urbanas que combinan el concurso de los mejores arquitectos de vanguardia con el fomento vivo del casco hist¨®rico, una mujer humilde se le acerc¨® seguida por su hijo adolescente y de mirada puesta en otro firmamento. En gallego preguntaba la mujer si el Ayuntamiento no podr¨ªa colocar a ex drogadictos como su hijo en un puesto de jardinero o limpiador, que les ayudase a rehabilitarse del todo. En gallego le dijo el alcalde al chico, como si de verdad le conociera: "?Seguro que no has dejado de ponerte la metadona?" (Hoy leo que este alcalde, mal visto desde siempre por el aparato, ha renunciado a la reelecci¨®n).
4. La cultura del aparato. Maragall, que mis amigos barceloneses ponen como un ejemplo de alcalde, al anunciar su candidatura a la Generalitat habla de hacerlo fuera de la marca estricta de su partido. Hace 20 d¨ªas, visitando la exposici¨®n Bernini en la galer¨ªa Borghese de Roma, vi a Maragall haciendo lo mismo con su mujer, su hijo y dos personas m¨¢s. Hablaban entre s¨ª en catal¨¢n y en voz baja, lo cual me pareci¨®, en el vociferante estado actual de los museos, un rasgo superior; los comentarios del matrimonio, dirigi¨¦ndose en castellano a las dos se?oras mayores, sobre el Apolo y Dafne, ten¨ªan un nivel de posgraduado.
5. M¨¢s cultura, m¨¢s aparatos. El duelo Leguina-Mor¨¢n. Hace tiempo que dej¨¦ de votar al PSOE, del que no soy ni simpatizante, pero la posibilidad de ver a Fernando Mor¨¢n como alcalde de mi ciudad me trae esperanzas de lo imposible (y no s¨®lo es la m¨ªstica del outsider frente a las oxidadas poleas del aparato; Mor¨¢n escribe mejor que Leguina).
6. Leo, en un largo comentario a Max Weber, acerca del pol¨ªtico de vocaci¨®n y el funcionario; el primero es "el que quiere dominar a la m¨¢quina para convencerla de que persiga su Sache", esa causa apasionadamente buscada. El segundo "reduce al perfeccionamiento de la misma m¨¢quina la funci¨®n propia, y es responsable s¨®lo de la respuesta puntual a los problemas que ocasionalmente se le imponen". Para el comentarista, que se aleja en esa conclusi¨®n de Weber, ¨²nicamente el pol¨ªtico que en vez de administrarla tienta a la utop¨ªa, mantiene el objetivo de lo imposible (L'arcipelago, Adelphi, 1997, p¨¢ginas 111-112). Autor del comentario, Massimo Cacciari, fil¨®sofo y alcalde de Venecia, otro afortunado que puede ir sin escolta y el pasado s¨¢bado, a ra¨ªz de un incendio sin graves consecuencias en la iglesia de San Jerem¨ªas, pon¨ªa arremangado cart¨®n y papeles en el contiguo Palazzo Labia, para evitar que el agua de los bomberos se filtrase al techo magistralmente pintado por Tiepolo.
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