Una bella palabra h¨²meda
El t¨ªtulo de esta pel¨ªcula desorienta. Deber¨ªa (y no en love sino en amour , porque aunque procede de una novela inglesa tiene mirada francesa en todas sus evidencias) aludir a amor sin etc¨¦tera alguno, amor a secas, una bella y antigua palabra h¨²meda.Su escritora y directora (casi una desconocida, pero presumo que no por mucho tiempo), absorbe como una esponja y hace suyo el relato literario de donde toma prestado el viejo juego del amor triangular y da indicios de que se ha quemado las pesta?as en cinematecas y se las arregl¨® para sacar im¨¢genes propias de pantallas calentadas por prodigios ajenos de la misma variante del juego que ella despliega aqu¨ª: el que arde en esquinas del rizo de cuernos c¨ªnicos del ?ngel de Marlene Dietrich conducida por Ernst Lubitsch y el que Jeanne Moreau utiliza para embaucar a aquellos dos tipos, Jules y Jim, que Fran?ois Truffaut le puso en bandeja. No hablo de indicios plagiarios, ni de la bobada cin¨¦fila del homenaje al maestro, sino de parentescos naturales de la mirada de una aprendiza dentro de dos modelos perfectos de cine amoroso cl¨¢sico.
Love, etc
Direcci¨®n: Marion Vernoux. Gui¨®n: Marion Vernoux y Dodine Herry, seg¨²n la novela de Julian Barnes. Francia, 1998. Int¨¦rpretes: Charlotte Gainsbourg, Yval Attal y Charles Berling. Madrid: cines Princesa y Renoir Cuatro Caminos.
La pel¨ªcula tiene tempo y tono propios, pese a algunas interferencias modales con pinta de aprendidas, como un par de movimientos de la c¨¢mara huecos y arbitrarios, uno de ellos arrancado de Carl Dreyer y otro de Jean-Luc Godard; y varias detenciones, o respiros, de la tensi¨®n emocional que la cineasta resuelve en forma facil de estampita. Pero son s¨®lo adherencias fugaces y de poco o ning¨²n alcance, que se caen de los ojos nada m¨¢s pasar y no desv¨ªan la atenci¨®n de lo que importa: el suceso, su preciso desarrollo y el elegante comportamiento en la pantalla de los personajes, admirablemente compuestos, que ocupan las esquinas del ring triangular, campo convenido de la vieja batalla, que Vernoux conduce con singular tacto para frenar o acelerar acontecimientos sin que nos percatemos de ello de antemano, lo que significa que sabe adelantarse con astucia a la velocidad adivinadora del espectador.
Aunque se saben de antemano (est¨¢n m¨¢s que averiguadas) las reglas del juego triangular, cualquiera de los estupendos giros que la cineasta introduce en su desarrollo nos cogen siempre desprevenidos. Este sentido de la anticipaci¨®n deja ver que Vernoux mira con ojos libres situaciones no libres, sino hipercodificadas, reinvent¨¢ndolas, sobre todo cuando hace saltar el hilo de la convenci¨®n desde la ligereza a la gravedad y descubrimos que la comedia se transforma, en transiciones sutil¨ªsimas y s¨®lo perceptibles despu¨¦s de vistas, en un inesperado, severo y oculto, drama.
El tri¨¢ngulo protagonista est¨¢ trabajado con seda, no s¨®lo porque Charlotte Gainsbourg, Ivan Attal y Charles Berling logran cada uno por su cuenta magn¨ªficas composiciones, sino porque, aunque Vernoux les da (y por ello nos da) libertad, su mano hace y deshace con ellos hilos y m¨¢s hilos, enlazando y conjuntando, sin perder las riendas del relato, eficacia convencional y gusto por el riesgo, lo que dispara hacia arriba un asunto que se presum¨ªa (despu¨¦s de tan sobado en incontables pel¨ªculas, dramas y novelas) con la puerta cerrada a cualquier originalidad.
Y un archirrepetido asunto de lealtades e infidelidades conyugales, de s¨¢banas planchadas y s¨¢banas corneadas, recupera la frescura de lo reci¨¦n inventado, eso que debi¨® tener en tiempos de Arist¨®fanes. Divertida, viv¨ªsima e inteligente pel¨ªcula, que cuando se comienza a ver uno cree haber visto, pero que, a medida que avanza, resulta que no, que era in¨¦dita, pendiente de estreno.
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