?Hacia la vieja Europa de taifas?
Corren tiempos dif¨ªciles para el europe¨ªsmo. La reciente cumbre de Cardiff ha puesto sobre la mesa el creciente designio albergado por muchos Gobiernos de caminar hacia una Europa de las naciones y renacionalizar pol¨ªticas que ya son comunes. O al menos, de reexaminarlas con vistas a un nuevo reparto de competencias m¨¢s inclinado hacia el intergubernamentalismo que hacia la comunitarizaci¨®n.El fen¨®meno viene de lejos. Apunt¨® claramente hace un a?o, cuando el Consejo Europeo de Amsterdam seg¨® la hierba a cualquier avance en las tomas de decisi¨®n por mayor¨ªa cualificada en el nuevo Tratado -renunciar al veto es renunciar a soberan¨ªa- y aplaz¨® la reforma institucional de la Uni¨®n, imprescindible para emprender la ampliaci¨®n al Este. Pero ahora el retroceso ha recibido un gran impulso: hay que hacer menos Europa y por tanto, dedicarle menos presupuesto, dicen. Menos poder, menos dinero.
?De d¨®nde surge el ruido de fondo? Una hip¨®tesis: del neo-nacionalismo de los ricos. Se ha trasladado al conjunto de Europa el complejo de la Italia padana, la rebeli¨®n de las regiones pr¨®speras, como la Padania frente al Mezzogiorno, o Flandes contra Valonia. (No diremos Catalunya contra Extremadura, que en Espa?a el grado psicol¨®gico de cohesi¨®n territorial, y sus resultados pr¨¢cticos, resultan a¨²n envidiables.) Con el falaz argumento de siempre: el Sur succiona poder y dilapida los recursos que se le transfieren.
Si ese s¨ªndrome ha cuajado en Europa es porque su locomotora, Alemania, se ha impregnado de ¨¦l. Y desde ah¨ª ha contagiado a otros contribuyentes netos, Holanda, Suecia y Austria, la llamada banda de los cuatro. Injustamente denominada as¨ª, porque el apelativo esconde situaciones distintas. Alemania exhibe algunos argumentos en la campa?a contra el exceso de su contribuci¨®n al presupuesto com¨²n: su alcance (casi un tercio del mismo); los largos a?os en que viene reiter¨¢ndose esa situaci¨®n; y su discriminaci¨®n respecto a otros pa¨ªses florecientes, como Francia o Dinarmarca. Mientras que los dem¨¢s, o son reci¨¦n llegados, o apenas acaban de acceder a la noble condici¨®n de paganos.
En un espacio econ¨®mico articulado existe una doble regla de oro: super¨¢vit comercial de los m¨¢s desarrollados, compensado por su d¨¦ficit fiscal-financiero. O sea, el precio que los ricos pagan por la ocupaci¨®n de los nuevos mercados de los pa¨ªses menos boyantes es el volumen de transferencias financieras que inyectan a ¨¦stos para estimular su desarrollo end¨®geno.
Esa doble regla ha venido funcionando en los Estados-naci¨®n al uso, pongamos Espa?a, donde Catalunya y Madrid, pongamos por caso, reequilibran su hegemon¨ªa comercial respecto a Andaluc¨ªa, Extremadura o Asturias, mediante el pago del peaje de sus altas transferencias fiscales redistributivas. Funciona tambi¨¦n en los proyectos regionales integrados, como el de la Uni¨®n Europea (UE), hacia adentro y hacia afuera: entre Alemania y Espa?a y entre la UE y el Magreb. Pero no adopta carta de naturaleza en los espacios invertebrados, como el del Tratado de Libre Comercio entre EEUU, Canad¨¢ y M¨¦xico, donde como norma las transferencias financieras reequilibradoras brillan por su ausencia, salvo en casos excepcionales de salvamentos de urgencia, como el requerido a ra¨ªz de la crisis tequila.
?Por qu¨¦ se cansan los ricos? Dom¨¦stica e individualmente, por la presi¨®n fiscal interna, continuada durante a?os: ah¨ª nacen los movimientos en pro de reformas del IRPF. Nacionalmente, porque las rentas de situaci¨®n tienden a digerirse r¨¢pidamente -como la victoria de Churchill sobre los nazis- mientras que sus peajes financieros reverberan pesadamente, ejercicio tras ejercicio. As¨ª, a nivel europeo, el dominio norte?o del mercado ib¨¦rico se presenta como cosa adquirida, pero su factura financiera anual tiende a ser discutida e impugnada, porque se repite a?o tras a?o. Si a eso le a?adimos la reducci¨®n del margen de maniobra que provoca el rigor presupuestario derivado de la pol¨ªtica de convergencia macroecon¨®mica, tendremos el cuadro casi completo.
Casi. En el caso de Alemania, que es el fundamental, hay que a?adirle un ciclo econ¨®mico algo diverso -el despegue ha tardado m¨¢s que en otros pa¨ªses y se ha generado un imprevisto coste de cuatro millones de parados- y sobre todo, la dif¨ªcil absorci¨®n de los empobrecidos l?nder orientales. Hace poco menos de diez a?os, los otros europeos tem¨ªan que la unificaci¨®n alemana desembocase en una Europa alemana m¨¢s que en una Alemania europea, seg¨²n la sugerente s¨ªntesis dicot¨®mica de Karl Lammers, el ide¨®logo europeo del canciller Helmut Kohl.
Pues bien, apenas nadie intu¨ªa entonces que las poblaciones pr¨®speras de Renania y Baviera se rebelar¨ªan contra la subvenci¨®n a los l?nder orientales. Y la rebeli¨®n social se ha producido, aunque sea en forma parapol¨ªtica, de menosprecio o despecho. El resultado no es halagador para un Estado-naci¨®n que cuenta apenas con un siglo de vida. La f¨¦rrea Alemania de Bismarck aparece hoy como una magm¨¢tica federaci¨®n de regiones levantiscas entre s¨ª. Nada bueno para el pa¨ªs l¨ªder de Europa. Nada bueno en consecuencia para Europa.
Como la pol¨ªtica exterior, y desde luego la europea, no es sino un trasunto derramado hacia afuera de la pol¨ªtica interna, la fatiga del donante alem¨¢n se traslada autom¨¢ticamente al ¨¢mbito de la UE. Y se plantea una -falseada- batalla entre pobres y ricos, cuando lo que de verdad se requiere es simplemente un ajuste de las aportaciones de los ricos entre s¨ª. Dicho de otra manera: el forcejeo debiera plantearse -a iguales requerimientos de cohesi¨®n econ¨®mica y social- no entre menos y m¨¢s pr¨®speros, sino entre distintas categor¨ªas de pa¨ªses desarrollados.
No importa. Lo socialmente veros¨ªmil es m¨¢s eficaz que lo cient¨ªficamente plausible. De modo que Bonn ha buscado una doctrinilla general en la que escudar las demandas de sus reinos de taifas, la genial ambig¨¹edad del principio de subsidiariedad. Entendido adem¨¢s en su sentido m¨¢s cateto, la distribuci¨®n de competencias entre las Administraciones seg¨²n el criterio de la proximidad (?f¨ªsica?, ?mental?, ?caciquil?) al ciudadano, y no el ortodoxo de la adecuaci¨®n al objetivo que se persigue. Es el inicio de todo provincianismo, de todo localismo, de una Europa microsc¨®pica. De las viejas taifas.
Al desfallecimiento alem¨¢n se le une una Francia sumida en acerva crisis de identidad, una Italia que todav¨ªa bracea para recuperar el sentido de Estado y un Reino Unido que -despojado de los desvar¨ªos thatcherianos- sigue pensando Europa en t¨¦rminos de amplio mercado m¨¢s que de profunda integraci¨®n. Si todo eso ocurre entre los cuatro grandes de la UE, sucede en los Quince que la pasi¨®n europe¨ªsta pierde fuelle, quiz¨¢ porque tras la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn no parece tan urgente construir una alternativa frente a la de un enemigo ya inexistente.
?Desembocar¨¢ as¨ª la UE en un proyecto para embridar a Europa en vez de expandirla? ?En un proyecto de patrias que comparten s¨®lo lo accidental? ?Habr¨¢ sido la derrota de la EFTA inventada en 1959 por el Reino Unido para oponerse a la Comunidad Econ¨®mica Europea de 1957, y absorbida por ¨¦sta con la ampliaci¨®n n¨®rdica de 1995, un simple caballo de Troya dentro de la Uni¨®n?
No est¨¢ tan claro. Para triunfar, la Europa de Cardiff debe dome?ar a la Europa de la moneda ¨²nica. El discurso de la devoluci¨®n de competencias se enfrenta, en la batalla cotidiana, a una dif¨ªcilmente sujetable l¨®gica de federalizaci¨®n, a causa de la din¨¢mica del euro. Los mismos que se afanan en regatear doctrinalmente las competencias de la Comisi¨®n o del Tribunal de Justicia, propugnan perfeccionar el mercado interior; consumar la pol¨ªtica monetaria unificada; complementarla con la armonizaci¨®n fiscal, laboral y casi presupuestaria; dotar de contenido a una a¨²n embrionaria pol¨ªtica com¨²n de empleo. Incluso pugnan por completar todo eso con las exigencias surgidas de la opini¨®n en pro de una pol¨ªtica exterior com¨²n (Bosnia, Albania, Kosovo). El deseo de menos Europa contrasta con la realidad que tiende hacia m¨¢s Europa, como el agua con el aceite.
Hasta tal punto es as¨ª, que cuando los Quince discuten de subsidiariedad en Cardiff, deben otorgar buena parte de raz¨®n al te¨®rico adversario, la Comisi¨®n, quien por boca de Jacques Santer les recuerda que son ellos, y no Bruselas, los reglamentistas, los intervencionistas, los hiperlegisladores, los bur¨®cratas. Y les cambia el terreno de juego. La min¨²scula y triste esperanza adicional estriba en que tengan raz¨®n quienes alegan que la UE s¨®lo sabe hacer bien una cosa al mismo tiempo y ahora, enfrascada en el euro, atraviese s¨®lo un momento de d¨¦biles voluntades.
?Y Espa?a? Harina del mismo costal, por lo menos. Otrora preocupada por estas lides comunes y en pleno vendaval federalista, sac¨® de Europa lo mejor de sus ubres democr¨¢ticas y solidarias, a fuer de c¨®mplice con la Alemania que se enfrentaba al tardo-sovietismo (la doble decisi¨®n) y que se unificaba. Hac¨ªa pi?a y lograba a cambio para s¨ª -y para todos- la cohesi¨®n, la ciudadan¨ªa europea y la pol¨ªtica mediterr¨¢nea. Ahora, incapaz de gui?os convincentes hacia Bonn -el meollo-, ha permitido, con la exang¨¹e apelaci¨®n a unos intereses nacionales puros y duros expresados a lo contable, que el canciller frag¨¹e junto a s¨ª un frente de pitufos. Demasiado numerosos, por desgracia.
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