Universalidad de Unamuno
Llegu¨¦ en enero de 1946, procedente de M¨¦xico, a la Universidad de Princeton, cercana a Nueva York, para estudiar con Am¨¦rico Castro. Conversando con un compa?ero le pregunt¨¦ si sabr¨ªa qui¨¦n era el autor de un libro (El otro Cristo espa?ol) que acababa de rese?ar en una revista mexicana John Mackay. La respuesta de mi nuevo amigo fue r¨¢pida y gozosa, pues lo conoc¨ªa muy bien, ya que era el rector del Seminario Presbiteriano de Princeton (ajeno a la Universidad). Luis Hutton me propuso que fu¨¦ramos inmediatamente a visitar al Dr.Mackay, y as¨ª nos encontramos aquella tarde de 1946 en la casa rectoral del seminario, donde vi a Unamuno. Esto es, la sala principal era una amplia habitaci¨®n de paredes blancas, sin ornamento alguno, como correspond¨ªa al estilo presbiteriano escoc¨¦s. ?Mas una enorme fotograf¨ªa de Unamuno (hecha en altamar) destacaba en la desnudez de la sala! Apareci¨® el rector Mackay, con traje de calle, y me ampli¨® lo que hab¨ªa escrito en El otro Cristo espa?ol (Nueva York, 1932; traducci¨®n espa?ola, M¨¦xico, 1952). Hab¨ªa venido a Madrid en el oto?o de 1915, aloj¨¢ndose en la reci¨¦n estrenada Residencia de Estudiantes (en su actual ubicaci¨®n) para seguir cursos de espa?ol en el Centro de Estudios Hist¨®ricos, Almagro, 26, dirigido por Men¨¦ndez Pidal. Y en la Residencia conoci¨® a Unamuno, que, adem¨¢s, tuvo la gentileza de invitarle a pasar la Navidad siguiente en Salamanca con su familia. John Mackay (1889) regres¨® a Escocia y se traslad¨® luego al Per¨², donde inici¨® sus actividades docentes en la Am¨¦rica Latina. No volvi¨® a ver a Unamuno hasta 1929, en Hendaya, donde se hab¨ªa establecido para perseguir (como dec¨ªa humor¨ªsticamente) al general dictador Primo de Rivera. "Fue aqu¨¦lla la oportunidad que yo hab¨ªa so?ado durante tantos a?os -escrib¨ªa Mackay-, la de compartir un breve espacio de la vida del hombre cuyos escritos hab¨ªan estimulado mi mente m¨¢s que los de cualquier otro pensador contempor¨¢neo". Iba Mackay a estudiar un curso en Alemania con el original te¨®logo suizo Karl Barth (1886-1968), a quien Unamuno admiraba: revel¨¢ndole una vez m¨¢s su vasto conocimiento de los pensadores protestantes. Aquella maravillosa tarde de Princeton comprob¨¦ c¨®mo Unamuno hab¨ªa sido el escritor espa?ol de mayor significaci¨®n espiritual m¨¢s all¨¢ de las fronteras de la lengua espa?ola. Me record¨® el doctor Mackay que cuando lleg¨® a la Residencia de Estudiantes en 1915 hac¨ªa algo m¨¢s de un a?o de la destituci¨®n arbitraria de Unamuno del rectorando salmantino. Se vio as¨ª obligado a multiplicar sus colaboraciones period¨ªsticas en Espa?a y las Am¨¦ricas (de honorarios muy superiores a los de su patria) y las conferencias provinciales. Gan¨® as¨ª Unamuno una extensa reputaci¨®n como intelectual independiente: y cabr¨ªa afirmar que fue la voz m¨¢s respetada de todos los pa¨ªses de lengua espa?ola (?y portuguesa!).Adem¨¢s, la universalidad de Unamuno proven¨ªa tambi¨¦n de sus ambiciones espirituales transnacionales. En una de sus muy reveladoras cartas a su buen amigo Leopoldo Guti¨¦rrez Abascal (hermano mayor de Juan de la Encina) escrib¨ªa Unamuno: "A usted se lo puedo decir, soy paciente y terco y f¨ªo en la conquista de Europa". A?adiendo: "Sin transigir, sin adularla, sin ir a Par¨ªs, ?sin salir de Salamanca!". No pod¨ªa sospechar Unamuno entonces (26 de agosto, 1913) que once a?os m¨¢s tarde llegar¨ªa a Par¨ªs con la aureola de intelectual perseguido por un r¨¦gimen dictatorial. Y en Par¨ªs mismo realiz¨® su prop¨®sito de "conquistar Europa" con el libro all¨ª escrito, en 1924, La agon¨ªa del cristianismo. Que un escritor cat¨®lico franc¨¦s, Emmanuel Mounier (1905-1950), llam¨® "un brulote espa?ol": refiri¨¦ndose a los diminutos barcos, cargados de materias inflamables que se lanzaban contra los nav¨ªos enemigos para incendiarlos. Y, en verdad, La agon¨ªa del cristianismo fue una explosi¨®n incendiaria en la Europa de 1925 (a?o de otra bomba, la del Mein Kampf). En Salamanca (capital de los facciosos de 1936, y de la Legi¨®n C¨®ndor alemana), Unamuno, el 12 de octubre de 1936, tuvo el gesto que dio la vuelta al mundo, d¨¢ndole una perenne significaci¨®n verdaderamente planetaria. Gracias al libro del profesor Patrocinio R¨ªos S¨¢nchez (El reformador Unamuno y los protestantes espa?oles, Barcelona, 1993) se puede precisar que Unamuno hab¨ªa tratado de salvar al pastor evang¨¦lico de Salamanca, Atilano Coco Mart¨ªn, encarcelado en la prisi¨®n provincial desde mediados del verano. Fue fusilado el 9 de diciembre de 1936, mas Unamuno hab¨ªa recibido una carta de su esposa, poco antes del 12 de octubre: y la guard¨® en un bolsillo de su americana al dirigirse al Paraninfo de la Universidad, para la ceremonia oficial del llamado D¨ªa de la Raza. Aunque no se propon¨ªa hablar (en tanto que rector vitalicio), comenz¨® a escribir en el env¨¦s de la carta aludida notas que dio a conocer Emilio Salcedo en su Vida de don Miguel. Tras esa tarde, Unamuno sab¨ªa que no habr¨ªa esperanza para el Rrverendo Atilano Coco (de 34 a?os, natural de Guarrate, Z5mora). El profesor R¨ªos pudo obtener copia de la carta que hab¨ªa escrito a Unamuno (fechada el 6 de septiembre de 1936) Atilano Coco, "pidiendo constantemente a Dios en mis oraciones que todos los espa?oles depongan las armas y se amen como hermanos". Concluyendo: "Los primeros en dar el ejemplo hemos de ser los cristianos".
En aquella terrible ocasi¨®n, Unmuno volvi¨® a ser ¨¦l mismo y qued¨® para la historia como la encarnaci¨®n misma de la valent¨ªa moral. "?Qu¨¦ grande es Unamuno!" (dec¨ªa Federico Garc¨ªa Lorca en 1934). "Se abre una puerta en cualquier parte, sale Unamuno por ella y se ve enseguida: es el Espa?ol, el primer Espa?ol". Palabras aplicables al mismo Federico, la v¨ªctima m¨¢s universal del monte de odio de 1936.
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