Ermua: final del sue?o
No fue s¨®lo el horror ante el asesinato de Miguel ?ngel Blanco Garrido lo que impuls¨® a los ciudadanos a echarse a la calle, aquellos d¨ªas de julio del pasado a?o, en la mayor movilizaci¨®n popular de la historia reciente de Espa?a. Una gran parte de la poblaci¨®n comprendi¨® entonces que ETA representaba la m¨¢s grave amenaza a las libertades de todos, y reclam¨® de sus representantes pol¨ªticos un compromiso sin ambig¨¹edades con la defensa de las mismas. Quiz¨¢ por eso, las primeras declaraciones de los dirigentes pol¨ªticos -en particular, las de los vascos- tuvieron un marcado sesgo autocr¨ªtico. No debe olvidarse que el secuestro y la muerte del joven concejal de Ermua se produjeron en un contexto de divisi¨®n y enfrentamiento entre los partidos democr¨¢ticos de la Comunidad Aut¨®noma Vasca, a causa del apoyo del PNV, Eusko Alkartasuna e Izquierda Unida a la exigencia etarra de que el Gobierno de Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar trasladase los presos de la banda a las c¨¢rceles de Euskadi: el mismo motivo que ETA aleg¨® para asesinar a Miguel ?ngel Blanco.Antes de preguntarse por las razones o sinrazones del fracaso de aquel despertar sin precedentes de la conciencia c¨ªvica, conviene recordar un hecho que antecedi¨® en varios meses a los sucesos de julio. En enero de 1997, 22 ciudadanos -profesores de universidad, escritores, cineastas y empresarios- dirigimos al lehendakari Ardanza un escrito en el que, respetuosamente, le rog¨¢bamos que diese muestras de una m¨ªnima voluntad pol¨ªtica para poner t¨¦rmino a la violencia callejera de los fascistas abertzales, que se hab¨ªa ensa?ado esos d¨ªas con la librer¨ªa Lagun, de San Sebasti¨¢n. El lehendakari declin¨® darse por enterado, toda vez que -aduc¨ªa- se le hab¨ªa enviado dicho escrito en forma irregular (por fax y por correo) y an¨®nima (con 22 firmas). El verdadero acuse de recibo vino directamente del PNV, y consisti¨® en una profusi¨®n de insultos y descalificaciones contra los remitentes, a cargo de Xabier Arzalluz, I?aki Anasagasti y Javier Atucha, presidente del Bizkaia Buru Batzar. No era ¨¦sta una actitud ins¨®lita en el partido de Ardanza, que siempre ha tratado a los no nacionalistas como chusma sin derecho a levantar la voz, pero en la virulenta respuesta de Arzalluz a los "autocalificados universitarios" (entre ellos, al rector de la Universidad del Pa¨ªs Vasco) aparec¨ªa un tema nuevo, que, en apenas a?o y medio, se ha convertido en el t¨®pico central del discurso nacionalista: la conspiraci¨®n de los intelectuales. Es necesario tener presente esta circunstancia a la hora de reflexionar sobre el desvanecimiento del llamado "esp¨ªritu de Ermua".
Desde el comienzo estuvo claro que las grandes manifestaciones de julio desagradaban profundamente al PNV. La televisi¨®n auton¨®mica se apresur¨® a dar generosa cobertura a las reacciones de los l¨ªderes de HB desde el mismo d¨ªa en que el lehendakari pronunci¨® su en¨¦rgico discurso contra ETA y su brazo pol¨ªtico. As¨ª, los telespectadores vascos pudieron o¨ªr, entre estupefactos y escandalizados, c¨®mo Karmelo Landa declaraba que Ardanza hab¨ªa llevado a Euskadi "a las puertas del fascismo". D¨ªas despu¨¦s, la misma televisi¨®n prestaba sus c¨¢maras a Floren Aoiz para que ¨¦ste se desahogara contra los cientos de miles de manifestantes que condenaron el asesinato de Blanco Garrido. Ni en los momentos de mayor tensi¨®n lleg¨® a romperse la alianza t¨¢cita entre las distintas familias nacionalistas. En rigor, nadie se tom¨® en serio las advertencias a HB del lehendakari, que ya hab¨ªa anunciado su decisi¨®n de no presentarse a las elecciones auton¨®micas de 1998, lo que equival¨ªa a una dimisi¨®n aplazada. Su principal aliado y acompa?ante en las comparecencias p¨²blicas de esos d¨ªas, el entonces consejero de Justicia (y secretario del Partido Socialista de Euskadi), Ram¨®n J¨¢uregui, en espera ¨¦l mismo de un inminente traslado a Madrid como responsable de pol¨ªtica auton¨®mica del PSOE, tambi¨¦n adolec¨ªa de credibilidad, y por similares motivos. En esos momentos fuimos muy pocos los que secundamos al historiador Juan Pablo Fusi cuando sugiri¨® la conveniencia de disolver el Parlamento vasco y anticipar en un a?o las elecciones auton¨®micas previstas para octubre del 98. Creo todav¨ªa hoy que ¨¦sa habr¨ªa sido la medida m¨¢s prudente. Por mucho que Ardanza y J¨¢uregui aseguraran haber entendido el mensaje de la ciudadan¨ªa y estuvieran dispuestos a cantar una discreta palinodia, la posici¨®n del Gobierno tripartito no era muy s¨®lida. No lo suficiente, al menos, para plasmar en una nueva pol¨ªtica los vagos prop¨®sitos expresados por dos l¨ªderes que ten¨ªan los d¨ªas contados en sus respectivos cargos. Fuera o no verdad que la exigencia ciudadana de un compromiso activo del Ejecutivo vasco con la defensa de las libertades contuviera un reproche impl¨ªcito a los gobernantes, lo cierto es que ¨¦stos lo interpretaron as¨ª, y su contrici¨®n coram populo debilitaba a¨²n m¨¢s su posici¨®n. En resumen, ni Ardanza ni J¨¢uregui eran los sujetos id¨®neos para hacer, en aquellos momentos, una declaraci¨®n de intenciones. Pero, por supuesto, a ning¨²n pol¨ªtico vasco le pas¨® por la cabeza adelantar los comicios. J¨¢uregui se fue y Ardanza se desvaneci¨®. Ante un Gobierno auton¨®mico con una patente crisis de liderazgo, el aparato del PNV asumi¨® todo el protagonismo (sus aliados de Gobierno, EA y PSE, se limitaron a verlas venir). Dif¨ªcilmente se le podr¨ªa echar en cara a Arzalluz haber faltado a los compromisos de julio, porque ¨¦l no hab¨ªa asumido personalmente ninguno. Como ya hab¨ªa sucedido en otras ocasiones en que el Gobierno vasco y HB se hab¨ªan enfrentado abiertamente -por ejemplo, a ra¨ªz del asesinato por ETA del sargento de la Ertzaintza Joseba Goikoetxea en 1993-, el PNV se dio prisa en suavizar las contradicciones intracomunitarias y en trasladar el enfrentamiento al seno del fragil¨ªsimo bloque democr¨¢tico surgido de la reacci¨®n c¨ªvica a los sucesos de Ermua (el Pacto de Ajuria Enea era, a estas alturas, poco m¨¢s que un confuso recuerdo). El pretexto fue, en esta ocasi¨®n, la pol¨ªtica antiterrorista del Gobierno de Aznar, y la cabeza de turco, Jaime Mayor Oreja, ministro del Interior. La espinosa cuesti¨®n del traslado de los presos etarras al Pa¨ªs Vasco (el PNV ha preferido siempre el eufemismo "acercamiento") fue r¨¢pidamente resucitada como materia fundamental del contencioso. ETA, por su parte, sigui¨® matando concejales del PP: Iruretagoyena, Caso, Jim¨¦nez Becerril, Caballero, Zamarre?o..., ante la despiadada impasibilidad de un PNV que acusaba a los populares de traficar con sus muertos y pon¨ªa todo su esfuerzo en vender la especie de que la nueva direcci¨®n de HB supon¨ªa la irrupci¨®n en el escenario vasco de una sensibilidad in¨¦dita hasta entonces en la izquierda abertzale, lo que hac¨ªa de ella un interlocutor potencial m¨¢s flexible que la anterior direcci¨®n, hoy en la c¨¢rcel. El acercamiento del PNV y HB (esta vez sin eufemismos) ven¨ªa precedido y, en cierto modo, avalado por el pacto entre los dos sindicatos nacionalistas, ELA y LAB, que ya hab¨ªan recorrido juntos un trayecto de radicalizaci¨®n no disimulada, perfectamente visible en su com¨²n impugnaci¨®n del Estatuto y en su apoyo a la vieja guardia de HB durante el juicio a la Mesa Nacional.
La formaci¨®n de lo que algunos han comenzado a llamar una nueva mayor¨ªa nacionalista ha resultado, sin duda, favorecida por el s¨ªndrome de Stormont; es decir, por el deseo mim¨¦tico que ha inducido en amplios sectores de la sociedad vasca el pacto entre los dos partidos representativos de la comunidad nacionalista norirlandesa y los unionistas de Trimble. El programa m¨ªnimo para un Stormont vasco, suscribible en principio por las fuerzas abertzales e Izquierda Unida, podr¨ªa muy bien surgir del proyecto para la pacificaci¨®n de Euskadi que el lehendakari present¨® como propuesta de discusi¨®n a los
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partidos del pacto de Ajuria Enea y que retir¨® apresuradamente ante las primeras objeciones de fondo que le plantearon el PP y el PSE. Est¨¢ claro que, en esta en¨¦sima parodia irlandesa en la historia del nacionalismo vasco, ETA o los irreductibles de ETA ocupar¨ªan el lugar del Continuity IRA, y los "espa?olistas" del PP y del PSE, el de los unionistas opuestos al tratado. Ahora bien, en un ambiente enrarecido por los juicios del GAL, y con un PNV que mantiene sus pactos con el PP en Madrid y que ha gobernado con el PSE hasta hace unos d¨ªas (lo sigue haciendo, de hecho, en las diputaciones y ayuntamientos), es arduo imaginar qu¨¦ nexo podr¨ªa unir a los populares y a los socialistas en un frente com¨²n contra el Stormont nacionalista.
Arduo, desde luego. Pero no imposible para el PNV. En febrero del presente a?o, trescientos ciudadanos vascos suscribieron un manifiesto a la opini¨®n p¨²blica en el que declaraban su voluntad de oponerse a cualquier negociaci¨®n con ETA y HB que supusiera un menoscabo de las libertades democr¨¢ticas. La presencia del Foro Ermua en los medio de comunicaci¨®n, a lo largo de los ¨²ltimos meses, ha sido muy espor¨¢dica (y no exenta de desgarramientos internos). Pero ha bastado para que el PNV airee de nuevo el fantasma de la conspiraci¨®n de los intelectuales como supuesto catalizador de una conspiraci¨®n antinacionalista m¨¢s extensa, en la que no s¨®lo participar¨ªan el PP y el PSE, sino tambi¨¦n "poderosos grupos medi¨¢ticos del Estado espa?ol". Cuando escribo estas l¨ªneas, el portavoz parlamentario del PNV, I?aki Anasagasti, acaba de imputar al Foro Ermua la principal responsabilidad en la ruptura del consenso democr¨¢tico en el Pa¨ªs Vasco.
En general, la situaci¨®n presente suscita el recuerdo de otras anteriores, como el periodo que precedi¨® a las elecciones auton¨®micas de 1986. Entonces, como ahora, el PNV acudi¨® a socorrer a una HB en crisis. Sin embargo, el proceso electoral no desemboc¨® en un Gobierno de frente nacionalista (la escisi¨®n entre el PNV de Arzalluz y el EA de Carlos Garaikoetxea era a¨²n demasiado reciente), sino en el primer Gobierno de coalici¨®n PNV-PSOE. No es probable que la nueva mayor¨ªa de que algunos hablan d¨¦ origen a un Gobierno frentista, cualesquiera que sean los resultados de las elecciones de octubre. Seguramente, volver¨¢ a ensayarse la f¨®rmula del tripartito PNV-EA-PSE. Es decir, se volver¨¢ al punto de partida, como si nunca hubiesen existido las movilizaciones de julio de 1997. Se habr¨¢ perdido -se ha perdido ya- la oportunidad de consolidar un bloque democr¨¢tico frente a la amenaza totalitaria. Se habr¨¢n perdido tr¨¢gicamente varias vidas m¨¢s y se perder¨¢n otras, no menos tr¨¢gica y est¨²pidamente. De momento, los violentos han vuelto a adue?arse de las calles y de las noches de Euskadi, y los vascos que salieron entre el 12 y el 14 de julio de 1997 a exigir libertad, a pleno d¨ªa y a pleno pulm¨®n, permanecen ahora en sus casas, amedrentados una vez m¨¢s, mientras el sue?o de Ermua se disuelve en el aguafuerte del terror.
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