Pandora y la esperanza
Hace unas semanas, dos pa¨ªses asi¨¢ticos que desgraciadamente no se llevan bien, India y Pakist¨¢n, organizaron un alucinante torneo nuclear, no s¨¦ si para ense?arse los dientes y medir sus fuerzas o para qu¨¦. El caso fue, de todos modos, que entre tirios y troyanos hicieron explotar como una media docena de bombas at¨®micas, de una potencia parecida a las dos que utiliz¨® el presidente Truman para abrasar Hiroshima y Nagasaki, con sus habitantes dentro.En esta ocasi¨®n no hubo masacre, ni se abrasaron ciudades. Pero el presidente Clinton propuso la aplicaci¨®n de unas sanciones, acaso para evitar un nuevo experimento y que los mismos que la han organizado ahora, o los que en el futuro se animen a seguir su ejemplo, no se conformen ya con celebrar unas justas incruentas y usen las bombas para ajustarse las cuentas. Esperemos que no, pero el primer paso ya est¨¢ dado. Con este incidente, cuyo valor simb¨®lico es mayor de lo que parece, la apocal¨ªptica espada de Damocles que pende sobre nuestras cabezas nos ha dado un nuevo toque de atenci¨®n. El aldabonazo todav¨ªa no ha sonado en la escalera, pero ha retumbado bien.
Por supuesto, los medios, la prensa, la radio y la televisi¨®n se hicieron eco del asunto, aunque yo dir¨ªa que con moderaci¨®n. Hubo, s¨ª, comentarios, entrevistas y alg¨²n que otro art¨ªculo -recuerdo uno de Vargas Llosa que me pareci¨® en su punto-, pero enseguida el Mundial de f¨²tbol, los careos de los GAL y otras noticias taparon el incidente, de modo que la cuesti¨®n decay¨® antes de tiempo. Pienso que el asunto provoc¨® una irritaci¨®n y una inquietud mayores de lo que se dej¨® traslucir, porque para el emperador de Occidente no debe de ser f¨¢cil admitir que unos pa¨ªses de color, reci¨¦n llegados como quien dice a la modernidad, se hayan atrevido a romper la baraja del equilibrio at¨®mico, jugando a mojarle la oreja al vecino a base de explosiones nucleares. Es verdad que Francia tambi¨¦n se pas¨® de la raya no hace mucho; pero no es lo mismo. Los franceses son demasiado racionales para dejar que estas cosas se les vayan de las manos. El verdadero peligro llegar¨¢ si los fundamentalismos disponen alg¨²n d¨ªa de armamento nuclear.
A m¨ª toda esta historia me suena a que el experimento indo-paquistan¨ª ha pillado por sorpresa a unas gentes convencidas de que s¨®lo las sociedades avanzadas podr¨¢n llevar a buen puerto el proyecto de la modernidad. Ciertamente, la idea de proyecto y el desarrollo de la Edad Moderna han sido b¨¢sicamente occidentales. Pero eso no quiere decir que vayan a serlo siempre. Hubo un momento en que yo tambi¨¦n lo pens¨¦ as¨ª; pero el camino que ha tomado el progreso en este siglo me ha hecho cambiar de opini¨®n.
Es cierto que el mundo antiguo nunca alcanz¨® los niveles de poder, eficacia y precisi¨®n que posee la sociedad t¨¦cnica. A diferencia de lo que ocurre hoy, cuando el proyecto es el modo racional que tiene el hombre de ordenar sus actos, la humanidad antigua era temerosa de los dioses y contaba siempre con su eventual intervenci¨®n en la vida de los mortales. Los dioses paganos jam¨¢s vieron con buenos ojos la curiosidad humana, y menos a¨²n su autonom¨ªa. E1 destino era la forma en que los dioses recordaban a los hombres la fragilidad de su condici¨®n mortal, o sea, el destino era la forma de poner a la humanidad en su sitio. E1 destino se conceb¨ªa como una fuerza a la vez sutil e irresistible, que dominaba el curso de las cosas, el de la vida humana y hasta los actos de los propios dioses.
E1 destino estaba encargado de abrir camino a las acciones de los hombres -fata viam invenit, escribi¨® Virgilio- sin que se percataran de ello, para que al final, hicieran lo que hicieran, se cumpliese "lo dicho", el fatum. E1 hado jam¨¢s se dejaba ver mientras estaba de servicio; s¨®lo mostraba su enigm¨¢tica faz una vez cumplida su misi¨®n: nada ni nadie pod¨ªa escapar, pues, a su poder. Esquilo, el primero de los grandes poetas tr¨¢gicos de Grecia, cre¨ªa que ni aun permaneciendo sentado junto al fuego del hogar podr¨ªa el hombre escapar a la sentencia de su destino. En Prometeo encadenado el protagonista se atreve a enga?ar a Zeus para traer a la Tierra las semillas del fuego, pero ello le cuesta, ya se sabe, que un ¨¢guila le devore eternamente las entra?as. S¨®lo que Zeus idea luego una trampa para castigar de una vez por todas la impertinencia de los humanos que quieran parec¨¦rsele. Zeus ordena que Pandora baje a la Tierra con una caja que no debe abrir bajo ning¨²n concepto, pero la curiosidad puede m¨¢s, y cuando la enviada abre la caja, los males que hab¨ªa dentro, que eran todos, se esparcen para siempre por el haz de la Tierra.
No muy diferente es la versi¨®n de la expulsi¨®n del para¨ªso, y lo mismo cabr¨ªa decir de muchos mitos. En todos ellos, el Ser no tolera que los seres se le igualen demasiado. Habr¨ªan de transcurrir muchos siglos antes de que el racionalismo moderno intentase desalojar del hombre -aunque nunca, ni siquiera ahora, lo haya logrado del todo- la creencia en el destino. Fue ya en los albores de la modernidad, cuando Shakespeare puso en boca de Casio aquellas memorables palabras que susurra al vacilante Bruto: "Hay momentos en que el hombre es realmente due?o de su destino, pero el fracaso no debe buscarlo en las estrellas, sino en el apocamiento de su ¨¢nimo".
En suma, el hombre del Renacimiento se sali¨® del tapiz teol¨®gico en que la humanidad hab¨ªa estado prendida durante tantos siglos. Los grandes humanistas -Marsilio Ficino, Pico della Mirandola, Leonardo- decidieron por fin que el hombre pod¨ªa llegar a ser lo que quisiera. Para convertir su ilusi¨®n en un proyecto les faltaba un saber m¨¢s efectivo que la magia, y eso signific¨® la nueva ciencia que la Ilustraci¨®n convertir¨ªa en el instrumento preferido de la raz¨®n moderna. As¨ª fue c¨®mo la creencia en el destino fue dejando paso a la idea de progreso. La operaci¨®n la instrument¨® una ciencia apta para explicar, prever y modificar los fen¨®menos de la naturaleza y, en principio, hasta para controlar la sociedad y sus costumbres.
No s¨¦. Vistas as¨ª las cosas, uno se siente tentado de creer que la historia del hombre ha concluido. No estoy tan seguro. Cuando todos los males se escaparon de la Caja de Pandora, en el fondo del cofre qued¨® olvidada la esperanza. Podemos tal vez recuperarla. Al entrar en el Infierno, contaba Dante, se les dec¨ªa a los condenados que abandonasen la esperanza. Diab¨®lica mentira. La esperanza no se pierde por entrar en el infierno. Se entra en el infierno por haber perdido la esperanza.
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