Peregrinaci¨®n a Santiago
Al pie de las primeras estribaciones de la Sierra Maestra, en una peque?a ensenada situada pocos kil¨®metros al oeste de Santiago de Cuba, todav¨ªa pueden verse los restos de un nav¨ªo de guerra embarrancado, que los locales identifican como el crucero Oquendo, perteneciente a la escuadra espa?ola, destrozada en el combate naval del 3 de julio de 1898. El ca?¨®n de proa emerge del agua y apunta a un lugar indeterminado del cielo. M¨¢s lejos quedan los restos sumergidos de otros dos cruceros, el Vizcaya, acribillado a disparos, y el Col¨®n, el mejor de la flota, que fue al combate sin sus ca?ones de gran calibre y que hubiera podido escapar de haber tenido suficiente carb¨®n de buena calidad. Desde la atalaya del castillo del Morro, que guarda la bah¨ªa de Santiago, es f¨¢cil reconstruir con la imaginaci¨®n c¨®mo los barcos espa?oles fueron abandonando su refugio y convirti¨¦ndose uno a uno en presas de la armada norteamericana.Puesto a lanzar dardos contra el gran sat¨¢n, Fidel Castro proclama ahora a Cervera vencedor moral de la batalla, pero es dif¨ªcil hablar de victoria aun moral cuando lo que tuvo lugar fue, como escribiera P¨ªo Baroja, una cacer¨ªa. Lo cierto es que los cubanos siempre se mostraron muy respetuosos hacia sus adversarios espa?oles -"hermanos" los llam¨® M¨¢ximo G¨®mez-, y la celebraci¨®n reci¨¦n acabada, con sus salvas y flores lanzadas al mar por los marinos muertos, se inscribe en esa actitud generosa. ?nico lunar: la forma en que la exposici¨®n del Ateneo santiaguero exhibe, colgado de una pared, el sable del "se?or Vara del Rey", equ¨ªvoco de mal gusto pensando en el general que protagoniz¨® en El Caney una defensa tan heroica como eficaz frente a un enemigo abrumadoramente superior en n¨²mero y medios.
Para el r¨¦gimen cubano, 1898, y el fin de la que llama guerra hispano-cubano-norteamericana, no son motivos de regocijo sino de confirmaci¨®n de sus valores revolucionarios. En el pr¨®logo del Congreso de historia con que la Universidad de Santiago de Cuba celebr¨® hace unos d¨ªas el centenario de "los sucesos", no falt¨® el recordatorio, en la original forma de un ballet, del doble origen, espa?ol y africano, de la nacionalidad cubana. Pero sobre todo un espl¨¦ndido orador, Eusebio Leal, historiador y pol¨ªtico en alza dentro del r¨¦gimen, resumi¨® de modo brillante para los congresistas los grandes temas de la interpretaci¨®n oficial sobre el 98, destacando el hero¨ªsmo de los insurrectos, su car¨¢cter de precursores de la revoluci¨®n de Castro, la estima hacia los espa?oles -reconcentraci¨®n de Weyler excluida- y el papel de los Estados Unidos, guiados siempre por intereses imperialistas.
Es una visi¨®n del pasado de Cuba que tiene m¨¢s de historia sagrada que de otra cosa. Las casi seis d¨¦cadas de Rep¨²blica, con sus altibajos de periodos constitucionales y golpes de Estado, no cuentan salvo para la descalificaci¨®n, siendo borrada toda huella de una vida social y cultural que tuvo poco que ver con los desmanes de Machado o de Batista. Ni siquiera en los puestos de libros usados en La Habana se encuentran las producciones de esa ¨¦poca, salvo cuando tienen car¨¢cter hist¨®rico y se refieren a la independencia. La atenci¨®n se centra obligadamente en el paralelismo entre las tres d¨¦cadas de lucha por la independencia, de 1868 a 1898, y la etapa revolucionaria que desde 1959 resuelve las frustraciones de aqu¨¦lla.
No se trata de analizar procesos y figuras hist¨®ricas sino de ensalzar mitos y enterrar toda complejidad, por lo menos en la historia pol¨ªtica. M¨¢s que ap¨®stol, Mart¨ª es una deidad solar cuyos rayos iluminan la figura del actual l¨ªder supremo, en tanto que, hoy por hoy, las exigencias de movilizaci¨®n desde el sacrificio llevan a primer plano las figuras hermanadas de Maceo y del Che. La exaltaci¨®n de todos ellos no admite reserva alguna, y para evitar desviaciones, pasadas o presentes, ah¨ª est¨¢n los (y las) inquisidores de oficio que no se recatan en cerrar sus veredictos de condena con profesiones de amor hacia el H¨¦roe Nacional (Mart¨ª) o el Tit¨¢n de Bronce (Maceo). Nadie debe recordar que Mart¨ª era un dem¨®crata convencido, que le her¨ªa y repugnaba el militarismo de Maceo o que ¨¦ste era juzgado por M¨¢ximo G¨®mez como "hombre sin inteligencia pol¨ªtica". Los actores pol¨ªticos que en la historia cubana no encajan en el manique¨ªsmo revolucionario son denostados como "antinacionales", o simplemente silenciados. Por supuesto, no cabe hablar de los costes que para el nivel de vida de los cubanos supuso la aplicaci¨®n a la econom¨ªa -mejor ser¨ªa decir, contra toda econom¨ªa- de las ideas del Che sobre el "hombre nuevo", con su entusiasmo ut¨®pico por aquella cat¨¢strofe que fue el Gran Salto Adelante mao¨ªsta. Sobre nada de lo hecho en los ¨²ltimos cuarenta a?os cabe la menor cr¨ªtica. El diario Granma sigue siendo un bolet¨ªn de s¨®viet. En la revoluci¨®n redentora de Castro no existen los puntos negros y, si los hay, del m¨ªsero nivel de abastecimiento a la sarna, la culpa es del bloqueo.
Los opositores dem¨®cratas del interior de Cuba piensan que el castrismo ha entrado en una fase terminal, de anquilosamiento definitivo, y ello es indudable si repasamos sus manifestaciones ideol¨®gicas. En su ¨²ltimo discurso extenso, pronunciado el 20 de junio en el teatro Karl Marx ante una asamblea de educadores, Castro no encuentra mejor recurso que resucitar una vez m¨¢s al hombre nuevo, declarando que en Cuba se est¨¢ preparando al ser humano del ma?ana. Menos mal que no habla de la mujer cubana, que desde la adolescencia, para sobrevivir, ha de prostituirse con a?osos turistas llegados para degustar carne barata, sin que los guardianes de la Revoluci¨®n, omnipresentes en lo que a la supresi¨®n de libertades se refiere, intervengan para nada en el asunto. "Lo que Cuba ha hecho por el hombre", a?ade Castro, "lo ha hecho con m¨¦todos extraordinariamente humanos". Comentario: claro que no hay escuadrones de la muerte, pero s¨ª ha habido fusilamientos sin garant¨ªas y hay detenciones, malos tratos e interminables prisiones preventivas sin juicio alguno. Pero su discurso ya no tiene que guardar relaci¨®n con la realidad; es pura exaltaci¨®n de s¨ª mismo, cargada de acentos defensivos.
En este sentido se ajusta a la calificaci¨®n de terminal, pero no ser¨¢ f¨¢cil hacer saltar los mecanismos de represi¨®n consolidados en estos cuarenta a?os, y hoy reforzados por la amalgama de intereses de la burocracia con la inversi¨®n ex-
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terior. Castro ciega las fuentes de un capitalismo que surgiera desde abajo, al modo de la China de Deng, y condena a sus ciudadanos desprovistos de d¨®lares a sufrir un curioso modo de producci¨®n neoesclavista, donde los salarios de miseria -diez a veinte d¨®lares al mes- contrastan con la venta a buen precio de la isla al capitalismo internacional no estadounidense. Aquellos que en el r¨¦gimen se benefician de tal situaci¨®n se resistir¨¢n a abandonar el privilegio alcanzado.
En esta circunstancia, la historia se repite. No hacen falta ceremonias oficiales de centenario; ah¨ª est¨¢ el ministro Piqu¨¦ al frente de sesenta empresarios para consolidar la penetraci¨®n en ese ¨¢rea econ¨®mica privilegiada que es hoy la Cuba de Castro para Espa?a. Anguita, la gran cadena hotelera y el cazador de mulatas y prietas est¨¢n de acuerdo: gracias a Castro, Cuba is different. La poblaci¨®n cubana desesperada no importa. Al borde de cumplirse cien a?os del fin efectivo de la guerra, el 16 de julio de 1898, con la capitulaci¨®n del Ej¨¦rcito espa?ol en Santiago bajo la majestuosa Ceiba de la Paz, asistimos a una curiosa revancha de la dominaci¨®n espa?ola. Hasta que los Estados Unidos despierten y vuelvan a desplazarnos. Nos lo tendremos bien merecido. Como entonces.
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