La compra
A pesar de frenar actividades y movernos amodorrados bajo ese sopor de siesta que provoca el calor, algunas veces llevamos la prisa puesta sin la menor justificaci¨®n, por costumbre y por inercia; nos levantamos con el nervio desatado y cualquier espera nos sube la tensi¨®n y el nivel de adrenalina casi hasta la congesti¨®n. As¨ª sal¨ª el otro d¨ªa de casa y recorr¨ª varias tiendas de ultramarinos buscando canelones infructuosamente, pues en verano no los trabajan porque se ponen tiesos con el calor. Bastante contrariada con el cambio de men¨², entr¨¦ en una tienda de peque?¨ªsima superficie pero tan bien aprovechada que s¨®lo hab¨ªan dejado un estrecho pasillo en el centro para que la clientela pudiera llegar hasta el fondo, donde estaba la caja sobre un peque?o mostrador tambi¨¦n atiborrado de cajas y chismes. El tendero, un hombre robusto, charlaba con una se?ora mientras le cobraba. Criticaban la comunidad de vecinos a la que ambos pertenec¨ªan. Lleg¨® un se?or de edad seguido de una joven cargada de paquetes que solt¨® en el suelo entorpeciendo el pasillo. Para matar el tiempo y mi impaciencia me entretuve examinando a mi alrededor todo tipo de objetos variados, desde una barra de labios hasta un ventilador. Cuando recuper¨¦ mi atenci¨®n, el tendero y la primera clienta comparaban los colegios y la inteligencia de sus hijos. "?Tiene ladrones para tres enchufes?", pregunt¨¦ para recordar mi presencia. "S¨ª, enseguida la atiendo", me contest¨® el tendero amablemente, y continu¨® charlando, esta vez sobre un m¨¦dico naturista que le hab¨ªa curado varias piedras en un ri?¨®n. Hab¨ªan entrado varias personas y el pasillo estaba lleno cuando la primera clienta se acord¨® que necesitaba un bote de laca para el pelo y el tendero sali¨® de detr¨¢s de la caja para buscarlo, empresa harto dif¨ªcil con tantas cajas y tanta gente, por lo que hubo de emplear un buen rato. Pens¨¦ en marcharme, pero la dificultad en atravesar el pasillo me hizo desistir. No tengo prisa, me repet¨ªa mientras tamborileaba con los dedos en el bolso y cambiaba el peso del cuerpo de una a otra pierna sin cesar. Cuando por fin me toc¨® el turno, la cola llegaba hasta la calle; algunos hablaban y otros esperaban pacientemente, sin la menor protesta. Como el ladr¨®n que hab¨ªa en la tienda ten¨ªa las clavijas horizontales y yo las necesitaba verticales, el tenderlo me explic¨® con todo lujo de detalles c¨®mo ten¨ªa que darle media vuelta al enchufe empotrado en la pared. Ya para entonces hab¨ªa decidido integrarme en aquel ambiente de compra sin prisas y sin tiempo y le hice varias preguntas hasta que consegu¨ª enterarme a la perfecci¨®n. A continuaci¨®n pagu¨¦ y sal¨ª saltando sobre las bolsas de la joven y pidiendo perd¨®n por apretujar a los dem¨¢s clientes. Me pregunto por qu¨¦ dir¨¢n los psiquiatras que no nos arrepentimos tanto de los errores cometidos como de lo que no hemos hecho. Al fin y al cabo, si dejamos de hacer algo es porque estamos ocupados con otra cosa. Es posible que se refieran a personas frustradas por no haber culminado grandes ambiciones con ¨¦xito. Personas de pa¨ªses fr¨ªos o que van al psiquiatra en invierno.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.