Lizarazu y la 'Marsellesa'
Afectado por la sobredosis de conflicto vasco que a todos nos embarga, no pude menos que observar el sentido entusiasmo con el que el magn¨ªfico defensa vasco de la selecci¨®n francesa, Lizarazu, entonaba la Marsellesa antes de cada partido. Sorprendente, pens¨¦, en alguien que milit¨® en el buque insignia del vasquismo, el Athletic de Bilbao. ?Qu¨¦ contraste con la expresi¨®n ausente y embarazosa de nuestros jugadores vascos, aliviados con toda seguridad de que la Marcha Real carezca de letra conocida! El ¨ªnclito Clemente, de quien se dice que es simpatizante del PNV, ya lo dej¨® muy claro hace tiempo cuando I. Gabilondo le preguntara sobre la aparente paradoja de que un nacionalista vasco ejerciera de seleccionador nacional espa?ol. M¨¢s o menos vino a decir lo siguiente: "Hay muchos vascos que trabajan para empresas (sic) de fuera, que no son vascas". Podr¨ªamos decir entonces que tanto el seleccionador como los jugadores vascos -ignoro si ocurre lo mismo con los catalanes- son profesionales de una multinacional -nuestra selecci¨®n-, mientras que los vascos de nacionalidad francesa son nacionales de la nacional de Francia, por muy multirracial que ¨¦sta sea.El que se adopte una u otra actitud me es indiferente, lo interesante radica en ver c¨®mo ha conseguido Francia alcanzar lo que entre nosotros es ya casi un imposible l¨®gico. Sintetizando lo que es un largo y conocido proceso hist¨®rico, creo que a trav¨¦s de la combinaci¨®n de dos factores: de un lado, el formidable proceso de reforzamiento del Estado tras la Revoluci¨®n, que permiti¨® una gran homogeneizaci¨®n del pa¨ªs, gracias sobre todo a la educaci¨®n laica generalizada, y, de otro -y este factor me parece de suma importancia-, mediante la legitimaci¨®n de este proceso a partir de los principios universalistas de la Ilustraci¨®n, contenidos ya en sus rasgos b¨¢sicos en la Declaraci¨®n de Derechos del Hombre y el Ciudadano de 1789. Se ha dicho, con raz¨®n, que estos principios operaron como mecanismo encubridor de los intereses de la burgues¨ªa y facilitaron su acceso al poder y posterior dominaci¨®n. Pero no es menos cierto que a medida que fueron "tom¨¢ndose en serio" sirvieron para acoger las reclamaciones de las clases excluidas, y a¨²n hoy siguen funcionando como principio moral regulativo en el que apoyar la mayor¨ªa de las reivindicaciones pol¨ªticas.
Algo similar cabe decir de su funcionalidad para integrar en una misma unidad pol¨ªtica la pluralidad de formas de vida ¨¦tnico-culturales que existen dentro de un territorio. Qu¨¦ duda cabe que la inclusividad ciudadana que permit¨ªan sirvi¨® tambi¨¦n de coartada para unificar a los pueblos de Francia desde la visi¨®n nacionalista rom¨¢ntica de mediados del siglo XIX. As¨ª comenz¨® ese proceso de adoctrinamiento nacional -creo que ahora se llama "normalizaci¨®n"- que Eugene Weber describe tan escrupulosamente en su libro De campesinos a franceses. Un punto que deseo destacar es que, si bien las principales armas utilizadas a estos efectos fueron la escuela p¨²blica y la ense?anza de la historia, esto se hizo dentro de un marco liberal democr¨¢tico y bajo el halo universalista de los principios antes aludidos -?recuerdan esa escena de Casablanca en la que todo el bar de Rick entona la Marsellesa frente al jefe nazi?; m¨¢s que como himno franc¨¦s operaba ah¨ª como s¨ªmbolo de la libertad frente a la dictadura-. Este aspecto es fundamental para comparar el ¨¦xito franc¨¦s, o ingl¨¦s o americano, a nuestro fracaso espa?ol, por ejemplo, aunque nosotros lo intent¨¢ramos tambi¨¦n utilizando las mismas armas. En situaciones en las que los individuos no son libres es m¨¢s f¨¢cil trasladar las ansias de libertad hacia los colectivos, ya se trate de clases sociales o naciones.
Y -no se sorprendan- esto me lleva ya a Esperanza Aguirre y su intento de reforma de las humanidades. Creo que la ministra y sus cr¨ªticos se equivocaron en sus planteamientos respectivos. La primera, por hacer recaer las bases de la reforma sobre la ense?anza de la historia, y los cr¨ªticos, por pensar que el problema resid¨ªa exclusivamente en una mayor o menor capacidad negociadora. Dar¨¦ un peque?o rodeo te¨®rico para que se entiendan mejor mis argumentos. Con su finura habitual, A. Hirschmann distingue entre dos tipos de conflictos: conflictos divisibles y conflictos indivisibles. Los primeros presuponen el enfrentamiento de intereses sobre una base competitiva y giran en torno a la b¨²squeda de una maximizaci¨®n del beneficio. En ¨²ltima instancia, sin embargo, se orientan hacia el logro de un compromiso, pues de lo que se trata en el fondo es de obtener "m¨¢s" o "menos" de un determinado bien; operan sobre bienes "divisibles" y sobre el trasfondo de un consenso m¨ªnimo en torno a ciertos valores fundamentales que unifican a todos los actores sociales, ya se trate de individuos o grupos.
El otro tipo de conflictos afecta ya a cuestiones identitarias -¨¦tnicas, ling¨¹¨ªsticas, nacionales o religiosas- que por definici¨®n son "indivisibles" y no se prestan, al menos en principio y por parte de los que as¨ª lo sienten, a una componenda entre un "m¨¢s" o un "menos"; son inmunes a la negociaci¨®n o a la fragmentaci¨®n de la identidad: s¨®lo es "aut¨¦nticamente" vasco, por ejemplo, quien expulsa de s¨ª a todo lo espa?ol. Nuestros nacionalistas, ya sean espa?oles o vascos o catalanes, podr¨¢n negociar -"estrat¨¦gicamente", en t¨¦rminos de "divisibilidad"- m¨¢s o menos transferencias administrativas, pero se resistir¨¢n siempre, si de verdad lo son, a negociar las esencias identitarias, que necesariamente requieren la posibilidad de poder imponer las respectivas narraciones hist¨®ricas patrias. Al igual que antes hicieran los Estados nacionales, no pueden prescindir ya de ese uso adoctrinador de la historia, es "innegociable", porque de ¨¦l depende la posibilidad misma de asentar y reproducir en el tiempo la afirmaci¨®n identitaria.
En sus Consideraciones sobre Polonia, Rousseau aconsejaba a los nacionalistas polacos que se apoyaran en la "educaci¨®n" para afianzar el sentimiento de pertenencia a una patria polaca. No se trataba de "crear hombres", sino "polacos". Para ello, todo ni?o -hasta los 16 a?os- deb¨ªa ser imbuido del conocimiento de todo lo relativo a su pa¨ªs: sus productos, sus provincias y ciudades y las bellas acciones de sus hombres ilustres. Rousseau no hubiera hecho estas afirmaciones de pensar que el yo nacional hund¨ªa sus ra¨ªces en la naturaleza y se desplegar¨ªa espont¨¢neamente; no compart¨ªa entonces la idea de esa supuesta plasticidad de las identidades nacionales. ?stas se "imbuyen" y se "crean", no "emanan" espont¨¢neamente del esp¨ªritu de los pueblos; el adjetivo "normal" no se aplica a algo que fluya naturalmente de una cultura, sino que se transforma en un verbo de estirpe foucaultiana que se con-
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juga en activa: "normalizar". Con cierta iron¨ªa, Habermas lo identifica a la "preservaci¨®n de las especies culturales por la v¨ªa administrativa", que atentar¨ªa contra la tendencia -y ¨¦sta s¨ª que es "natural"- ¨ªnsita en los procesos de cambio social por cuestionar permanentemente nuestra herencia y no hacerla cristalizar en dogmas preconcebidos.
Con todo mi respeto y acuerdo hacia la b¨²squeda de una docencia rigurosa de la historia, creo que se equivocaron en no darle el valor que merece a la filosof¨ªa. Aqu¨ª los protagonistas no son ya los polacos, vascos o espa?oles, sino la persona humana como tal y su capacidad para hacer uso de su capital m¨¢s valioso: la raz¨®n, el pensamiento, la argumentaci¨®n, el di¨¢logo. Completado con ciertas dosis de cultura c¨ªvica democr¨¢tica, el manejo de estas habilidades es lo ¨²nico que nos permitir¨¢ acceder alguna vez a un control y enjuiciamiento sensato de nuestra herencia cultural. Pero tambi¨¦n a saber gestionar los conflictos "indivisibles", algo que tanto en Espa?a como en Europa sigue siendo una asignatura pendiente. Para ello habremos de moldearlos bajo el paradigma de la "divisibilidad", habr¨¢ que hacer posible su "negociaci¨®n". Podremos no estar de acuerdo en que se ense?e una determinada concepci¨®n de la historia, pero nadie puede oponerse con buenas razones al desarrollo de la misma capacidad de ofrecer buenas razones, a saber argumentar y aprender a contemplar al otro, no como adversario, sino como interlocutor. Quiz¨¢ sea ¨¦ste el mensaje b¨¢sico que se oculta tras el sonido de la Marsellesa.
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