Amor, justicia, poes¨ªa
Su voz se apasionaba por lo que dec¨ªa, pero era una voz f¨ªsicamente opaca, cansada, como si viniera de otro lado. Era una voz insistente, insobornable, educada para expresar convicciones; acaso porque esa voz opaca le ayudaba poco a explicar su pasi¨®n por la vida y el arte, en la conversaci¨®n se ayudaba de sus manos, con las que dibujaba c¨ªrculos en el aire, pintando sus ideas. Al contrario de lo que sucede con muchos artistas, sus obsesiones no ten¨ªan que ver consigo mismo, sino con su pa¨ªs, con el arte ajeno y con el patrimonio de lo que convivimos. Fue l¨¢tigo de la secular incuria del Museo del Prado, al que sacudi¨® de modorras chovinistas para exponerlo como la gran ocasi¨®n perdida de nuestro patrimonio; fue pintor de pintores, como Picasso y Goya, y pintor de escritores, desde Cervantes a Juan Goytisolo. No era un espectador: participaba, y su compromiso fue constante, pol¨ªtico, art¨ªstico, literario, a favor de la vanguardia, y frente a la falsa vanguardia.Luis Gordillo dec¨ªa, en el momento de la muerte de Antonio Saura, que ¨¦ste era una de las tres grandes personalidades espa?olas de la ¨²ltima parte del siglo, y la verdad de ese juicio se percib¨ªa en su presencia: un hombre de seriedad medieval, recia, inquebrantable, aunque a veces -como en esa foto en la que ve con Picasso bailar a Antonio- esbozara una sonrisa melanc¨®lica y desva¨ªda, como si le viniera, igual que la voz, de otro sitio; y con esa seriedad que escond¨ªa la dignidad espa?ola de la que hablaba Calvo Serraller construy¨® un pensamiento pict¨®rico rabioso, como si le pegara bastonazos a la realidad asumida o preconcebida del comentario actual de las artes.
Esa foto en la que est¨¢ con Picasso viendo bailar a Antonio tiene mucho de la mirada que la vida le construy¨® a Antonio Saura. ?l dec¨ªa que hab¨ªa sufrido desde los trece a?os la espiral ondulada del dolor, esa sinuosa presencia de la enfermedad en la vida, que hace de la convalecencia un momento especialmente feliz, como si uno viviera en lo alto de un bad¨¦n. La enfermedad y la salud, como gemelas de la misma impostura, le hab¨ªan relativizado la pasi¨®n, pero acentuaron la creatividad, la necesidad de estar presente, infatigable pero pudoroso, radical y sensible.
Con Picasso compart¨ªa no s¨®lo la obsesi¨®n por la ra¨ªz sentimental de las im¨¢genes de Espa?a, sino tambi¨¦n ese motor de la melancol¨ªa que les hizo a ambos hiperactivos, como si quisieran prolongar con la actividad de sus manos lo que la vida les neg¨® interiormente. Y en esa foto a Picasso se le ve euf¨®rico, aplaudiendo al famoso bailar¨ªn, y Saura tambi¨¦n aplaude, pero con una lentitud opaca, a media voz, y en su rostro se dibuja la sonrisa como una ausencia que parece destinada a otro lugar, a otra mirada interior que propuso como mano melanc¨®lica de sus ojos.
Desde ese mundo ajeno, incluso cuando estaba en este mundo, hizo Saura sus im¨¢genes, tachaduras en su tiempo y en el tiempo ajeno. Su pintura es una reconstrucci¨®n y destrucci¨®n de s¨ªmbolos propios y de los otros, y sus monstruos eran la explicaci¨®n de sus sue?os a partir de la cultura ajena, que hizo propia con generosidad rabiosa, como si quisiera hacer que el tiempo fuera un solo tiempo, un tiempo universal que no le amenazara. El tiempo como la enfermedad: ¨¦l mismo as¨ª lo relat¨® de los ¨²ltimos d¨ªas de Paul Klee, condenado a la muerte y pintando como si as¨ª fuera a detener los d¨ªas, a prolongar la vida en este mundo.
Sus final fue consecuencia de un car¨¢cter: consciente ya de que viv¨ªa gracias a la ciencia, sigui¨® pintando; nadie se despide nunca, la ilusi¨®n se muere con la muerte y ¨¦se es el motor. ?De d¨®nde le ven¨ªa la fuerza? Anoche, en el programa que Canal+ le dedic¨®, primero de la serie Posdata, el pintor record¨® las palabras sobre las que Bret¨®n quiso construir su manera de ser: amor, justicia, poes¨ªa. Por ese orden las dijo Saura, y explic¨® que por ese orden las hab¨ªa vivido; dichas lentamente, apoyado en su bast¨®n, herido por el cansancio del dolor, el artista expresaba la lucidez recia de su car¨¢cter, la dignidad de quien ha cumplido el prop¨®sito de vivir y no considera bald¨ªo el esfuerzo, y desde esa comprensi¨®n l¨²cida del pasado no deja que se empa?e la ilusi¨®n -amor, justicia, poes¨ªa- con el reproche de que siempre se merece, en su indeferencia, la propia vida, que tiene la indomable libertad de irse cuando quiere.
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