El tribunal de los victorinos
Los victorinos, constituidos en tribunal, se pusieron a medir toreros e hicieron una limpia. Hubo dos ex¨¢menes: uno de estilo, otro de lo que hay que tener. El de estilo lo pasaron todos; en el de lo que hay que tener, uno qued¨® para septiembre.
El triunfador, el n¨²mero uno de la oposici¨®n, fue Vicente Barrera. Y dec¨ªan que no...
•Dec¨ªan que si los victorinos, llegaban a salir desarrollando la casta que les proclama la fama, Vicente Barrera podr¨ªa sucumbir v¨ªctima de su coraz¨®n sensible y de su escasa experiencia. Con Luis Francisco Espl¨¢, lidiador nato, y con Enrique Ponce, el diestro a quien todos los toros sirven, ser¨ªa distinto.
Arreglados iban los profetas: porque al victorino de casta dulce Vicente Barrera le hizo un toreo exquisito, y al bronco de intenciones aviesas lo ret¨® pis¨¢ndole los terrenos, le sac¨® muletazos a veces inveros¨ªmiles con riesgo de su integridad f¨ªsica, y lo mat¨® en el momento preciso de un estoconazo. Luis Francisco Espl¨¢ y Enrique Ponce, en cambio...
Victorino / Espl¨¢, Ponce, Barrera
Jorge Ben Jor (voz y guitarra), Eduardo Helbourn (bater¨ªa), Joao Lucrecio (bajo el¨¦ctrico), Lorival Costa (Teclados), Josemar Oliveira y Nenen da Cuica (percusi¨®n), Jean Arnoult (saxo) y Roberto da Silva (tromb¨®n). La Riviera. Madrid, 24 de julio.
Toros de Victorino Mart¨ªn, tres primeros chicos, de encastada nobleza; resto tercia dos aunque con trap¨ªo, mansos, con genio y desarrollando sentido
Enrique Ponce: dos pinchazos ¡ªaviso-¡ª-, estocada ca¨ªda y rueda de peones (ovaci¨®n y salida al tercio); dos pinchazos, otro hondo, rueda insistente de peones y descabello (silencio). Vicente Barrera: pinchazo y estocada tendida perdiendo siempre la muleta, y rueda insistente de peones (aplausos y sale a los medios); estocada ca¨ªda y rueda de peones (oreja).
Luis Francisco Espl¨¢: estocada tendida muy atravesada y descabello (ovaci¨®n y salida al tercio); pinchazo, media muy tendida y descabello (ovaci¨®n y tambi¨¦n algunos pitos cuando saluda)
7 corrida de feria. Cerca del lleno.
Luis Francisco Espl¨¢ hizo gala de su reconocido oficio y salv¨® la papeleta. Hab¨ªa dos: no desmerecer ante el noble torito que abri¨® plaza, no amilanarse frente al dificultoso que hizo cuarto. Y la verdad es que cumpli¨®. Al noble, tras banderillearlo bastante mal, le instrument¨® con buena t¨¦cnica y escaso arte pases de diversas marcas, derechazos y naturales incluidos. Al innoble —las paradojas de la vida—, tras banderillearlo bien en un alarde de facultades y de valor —sendos pares reuniendo por junto a tablas pusieron al p¨²blico en pie— lo mulete¨® con vista y ¨¢gil pie para librar toreramente lasta rascadas, sacar partido incluso de sus defectos, y acabar domin¨¢ndolo. El toro segundo result¨® una maravilla. El toro segundo constitu¨ªa el paradigma de la casta brava. Era el toro so?ado. El toro id¨®neo no s¨®lo para interpretar el toreo hondo desde la inspiraci¨®n y la fantas¨ªa, sino la lidia entera, los sucesivos tercios, con toda la gama de suertes a caballo y a pie. Pero no hubo manera. Ponce lance¨® correteando por all¨ª; el picador peg¨® le?a perpetrando la carioca salvaje; algunos de los miembros de la que llaman "la mejor cuadrilla de Espa?a", en el primer tercio se colocaban a la derecha del percher¨®n, en el segundo clavaban a cabeza pasa da. Y el matador, le su turno, se puso a pegar pases.
Peg¨® pases Ponce de excelente factura y de mediocre concepci¨®n; peg¨® pases alivi¨¢ndose mediante el pico de la muleta en alternancia con otros cadenciosos, reunidos y bell¨ªsimos. Peg¨® pases a manta. Lo que no hizo, sin embargo, fue ligar esos pases. La boyant¨ªa excelsa del victorino le inspiraba los mismos modos que suele aplicar a los borregos inv¨¢lidos de cada tarde: el unipase. Y acab¨® recibiendo un aviso. Probablemente sea Enrique Ponce el matador que ha o¨ªdo m¨¢s avisos en toda la historia del toreo.
El quinto victorino desarroll¨® sentido y ah¨ª se habr¨ªa de ver si pasaba Ponce el examen del valor y del poder¨ªo. No lo pas¨®. Ni ¨¦l ni los subalternos. La "mejor cuadrilla de Espa?a" peg¨® el petardo. All¨¢ Mariano de la Vi?a en franca huida tras tirar donde cayera un palo, all¨¢ Jean Marie Boumret pasando las de Ca¨ªn.
El toro no aceptaba los derechazos y alg¨²n natural que Enrique Ponce intent¨® con las debidas precauciones. La bronquedad del toro amilan¨® al torero, que no supo aportar ning¨²n recurso lidiador.
Rebrincando aparatosamente su fiereza en la pelea de varas el sexto, manso por a?adidura, duro de pezu?a y con un sentido peligroso, Vicente Barrera le pis¨® los terrenos, le sac¨® derechazos y tambi¨¦n naturales ce?id¨ªsimos, adem¨¢s los lig¨®, y no renunci¨® nunca a imponer su t¨¦cnica y su estilo pese a los acosos y derrotes del toro, que se revolv¨ªa en un palmo de terreno. Fue la faena de la feria. La faena m¨¢s emocionante e intensa de la feria.
Una faena que le val¨ªa a Vicente Barrera el t¨ªtulo de torero cabal, con todos los honores. Y el presidente se la premi¨® con una oreja. A varios pega pases se las dio tambi¨¦n d¨ªas atr¨¢s, incluso por partida doble. Pero esa de Vicente Barrera hab¨ªa sido la ¨²nica oreja aut¨¦ntica. Una oreja de torero.
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