El "derby" del rey y la reina
Entre los muchos argumentos que se me ocurren contra la supuesta excelsitud emocionante de un partido de f¨²tbol, empezar¨ªa por mencionar su insoportable duraci¨®n. Nada puede ser sublime ininterrumpidamente durante hora y media, aunque se haga un descanso a los 45 minutos para inspirarse de nuevo. Se me dir¨¢ que, en efecto, abundan los momentos de languidez, pero se soportan en espera de los animados ramalazos de genialidad balomp¨¦dica en la que unos u otros dan lo mejor de s¨ª mismos. Pamplinas. Despu¨¦s de esperar tanto rato entre carreras arriba y abajo, empujones mal disimulados y pelotazos a las nubes, raro ser¨ªa que el atontado espectador no percibiera la maravilla prometida en cuanto se intercambian tres zapatazos un poco mejor orientados. Admitamos que puede haber alg¨²n atisbo ocasional de poes¨ªa en movimiento en un partido de f¨²tbol -ya ven que no soy dogm¨¢tico-, pero habr¨¢n de reconocerme que la mayor parte del inacabable episodio es mera prosa y mala prosa, prosa prosaica. El soplo po¨¦tico suele estar m¨¢s presente en los comentaristas del evento -Segurola, Mar¨ªas, Valdano et alii- que en el campo.Comparen ese jadeante y largu¨ªsimo purgatorio sin m¨¢s esperanza que las demoradas indulgencias que vengan a redimir su pena con la gloria fulminante de una carrera de caballos. Es como equiparar las 300.000 p¨¢ginas de una novela de G¨¹nter Grass (quiero ser de nuevo generoso) con un cuento perfecto de Borges: la tarta de boda versus el tocino de cielo. La carrera dura aproximadamente un par de minutos, algo m¨¢s que el cl¨ªmax er¨®tico y algo menos que la agon¨ªa, la verdadera medida del hombre que no ha venido a este mundo para hacer de pasmarote. Es la eternidad a nuestro alcance porque la eternidad es tiempo intenso, no extenso. Pura poes¨ªa de esfuerzo, fracaso y triunfo. Sin enmienda, sin aplazamiento. No hay segundo ocioso, nada se repite. Lo que pasa ya est¨¢ pasando y ya ha pasado, para siempre. Claro que si lo que ustedes buscan es dale que te pego, entre bostezos y reca¨ªdas, por m¨ª no se priven. A lo mejor en la pr¨®xima convocatoria el Mundial dura tres meses...
Pero dejemos el f¨²tbol y hablemos de cosas serias. El derby de este a?o un¨ªa a los atractivos habituales de la gran carrera un inter¨¦s a?adido: en ¨¦l iban a competir por primera vez desde hac¨ªa m¨¢s de 70 a?os el ganador de las Dos Mil Guineas y la ganadora de las Mil Guineas. Ambas pruebas se corren en Newmarket la primera semana de mayo, en d¨ªas sucesivos, sobre la distancia de una milla (1.600 metros) en l¨ªnea recta, la primera reservada a los potros de tres a?os y la segunda para las potrancas de la misma edad, a pesos iguales: inician la temporada cl¨¢sica, que culmina en el derby y tiene su colof¨®n en septiembre con el St. Leger. H¨ªpicamente hablando, el mundo se cre¨® en Newmarket. En aquellas praderas suavemente onduladas naci¨® el deporte de los reyes, all¨ª se codific¨® por primera vez un reglamento para el turf, en ese bendito pueblo a¨²n est¨¢n los mejores establos y todo gira en torno al purasangre, como en Lourdes alrededor de la Virgen milagrosa. El hip¨®dromo en s¨ª es casi campo abierto y, como otras palestras inglesas, guarda cierto aire casual, no parece m¨¢s que en sus metros finales una pista propiamente hablando. No es tanto un estadio como un lugar de ejercicio en el que de pronto un caballero le dijo a otro: "?Venga, a ver qui¨¦n llega antes hasta aquel poste!". El juego comenz¨® hace m¨¢s de tres siglos, con los Estuardo. La milla en la que se corren las Guineas se conoce hoy como Rowley Mile, en honor de CarlosII -quiz¨¢ el primer y ¨²ltimo monarca que gan¨® una carrera de caballos seria-, a quien apodaban Old Rowley porque Rowley fue su caballo favorito. En aquellos felices tiempos eran los buenos corceles quienes pon¨ªan su nombre a los reyes y no al rev¨¦s...
Ya que de reyes estamos hablando, el ganador de las Dos Mil Guineas se ha llamado este a?o King of Kings. Francamente, bautizar as¨ª a un caballo es tentar a la suerte. Si sale un penco, el rid¨ªculo onom¨¢stico puede ser de los que hacen ¨¦poca. Afortunadamente King of Kings dio desde sus primeras carreras a dos a?os pruebas de excelencia, hasta que a finales de temporada una lesi¨®n lo separ¨® de las pistas. Le operaron satisfactoriamente de menisco -?como a cualquier futbolista!- y en su primera carrera con tres a?os gan¨® las Dos Mil Guineas. Supongo que el responsable de su ambicioso nombre respir¨® aliviado... La ganadora de las Mil Guineas (lamento la discriminaci¨®n sexual que encierra la denominaci¨®n de la prueba, aunque la dotaci¨®n actual de ambas carreras nada tenga que ver ya con aquellas venerables cifras) se llama m¨¢s modestamente Cape Verdi, que suena aproximadamente a turismo charter. Pero su tiempo en el recorrido fue a¨²n mejor que el de King of Kings, por lo que su propietario -el principal de los jeques petrol¨ªferos que se han adue?ado del turf europeo- decidi¨® correrla en el derby (?ella sola contra 14 machos!) en lugar de dirigirla hacia el Oaks, la prueba para yeguas que se corre tambi¨¦n en Epsom el d¨ªa anterior. Hac¨ªa 72 a?os que no se ve¨ªa cosa semejante...
Sin embargo, el derby planteaba el mismo problema tanto al rey como a la reina de las Guineas: su distancia, que no es de una milla sino de milla y media, es decir, 800 metros m¨¢s larga que las cl¨¢sicas de Newmarket. Enorme diferencia. Uno (o una) puede ser arrollador en una milla y pedir agua 100 metros m¨¢s all¨¢, lo mismo que hay escritores insuperables en la vi?eta, pero que fracasan a las 100 p¨¢ginas. En tales trances (me refiero a los h¨ªpicos, no a los literarios) el jockey es muy importante, porque es quien debe regular y maximizar las fuerzas del caballo sobre una distancia que conoce ¨¦l pero el caballo no. Los grandes jinetes que han participado en el derby forman una saga especial, desde aquel Samuel Chifney que encandil¨® a los aficionados a finales del siglo XVIII, autor de unas orgullosas memorias con un t¨ªtulo que apreciar¨¢ Cabrera Infante (Genio genuino) y que acab¨® miserablemente en un asilo tras haber sido acusado falsamente de ama?ar una carrera. En este derby a King of Kings lo mont¨® Pat Eddery, excelente veterano irland¨¦s, pero de Cape Verdi se encarg¨® Lanfranco Dettori, uno de los dos astros supremos de la fusta hoy en Europa, hijo de una trapecista y del
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mejor jinete italiano de la pasada generaci¨®n.
?El rey, la reina, Eddery, Dettori? Ninguno de ellos. King of Kings acab¨® ¨²ltimo y cojo la prueba, tras la cual fue retirado de las pistas al hab¨¦rsele reproducido su vieja lesi¨®n. Cape Verdi tuvo un recorrido poco afortunado, se vio emparedada por dos rivales y termin¨® oscuramente s¨¦ptima. Gan¨® High-Rise, un potro que a¨²n no conoc¨ªa la derrota y cuya madre es hermana de El Pa¨ªs, aquel campe¨®n que gan¨® tres veces el Gran Premio de Madrid. Por cierto, ?se acuerda alguien de que una vez hubo un Gran Premio de Madrid y un hip¨®dromo llamado La Zarzuela, cerrado desde hace dos a?os y secuestrado, por el cual piden ahora 500 millones de rescate? Pero ¨¦sta es otra historia, mucho m¨¢s triste. A High-Rise lo mont¨® Olivier Peslier, el otro supremo artista actual de la caballer¨ªa veloz junto con Lanfranco Dettori. Hac¨ªa 35 a?os que un jinete franc¨¦s no ganaba el derby, aunque el caballo que montaba en la presente ocasi¨®n fuese irland¨¦s, su preparador italiano y su propietario ¨¢rabe. Da igual, no estamos en el f¨²tbol, aqu¨ª las pasiones nacionales est¨¢n bastante mitigadas entre los espectadores. Y de los caballos, para qu¨¦ hablar: como ya les tengo dicho, los nobles brutos son muy poco nacionalistas a diferencia de los brutos a secas, que suelen serlo mucho.
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