Abbey Lincoln y Maria Jo?o multiplican la voz Se consolida la secci¨®n "Jazz de c¨¢mara"
Cuando se afronta con sentido del equilibrio y amplitud de miras un festival, lo normal es que entre una jornada y la siguiente diste un mundo. As¨ª sucede en este festival, que para cruzar su ecuador confeccion¨® un cartel con un pianista en austera f¨®rmula de solo absoluto y dos cantantes de talante nada condescendiente, Lincoln y Maria Jo?o, que multiplican sus voces.
La secci¨®n Jazz de c¨¢mara, consagrada a?o tras a?o a convocar a esos privilegiados pianistas capaces de aguantar el tipo en su intenso cara a cara con el instrumento rey, va camino de convertirse en un cl¨¢sico. A estas alturas, el p¨²blico fiel al festival ya debe de ser todo un especialista en esta modalidad, cruda pero apasionante, que resalta las virtudes y acusa los defectos como ninguna otra, de modo que es posible que la atenta audiencia del sal¨®n de plenos del Ayuntamiento donostiarra concluyera que Harold Mabern es un pianista de vocaci¨®n orquestal y virtuos¨ªstica, como casi todos los disc¨ªpulos de la peculiar escuela de Memphis.Harold Mabern disimul¨® de entrada su origen cantando un blues a?ejo con buen estilo y desarrollando una versi¨®n de la fenomenal You don"t know what love is en tempo mucho m¨¢s r¨¢pido de lo habitual, pero, tras un Boogie Boogie en homenaje al gran Jay McShann, acudi¨® sol¨ªcito a la llamada del terru?o y se enfrasc¨® en el recuerdo de Phineax Newborn, hijo predilecto de Memphis y maestro de maestros. Result¨® un pianismo corret¨®n, resonante y por momentos algo ansioso, como si Mabern quisiera doblegar todo el teclado demasiado deprisa y demasiado pronto. ?stos fueron los ¨²nicos reproches que se le pudieron hacer a la espl¨¦ndida jornada.
Estallido sonoro
Maria Jo?o, ganadora en 1985 del concurso de grupos de aficionados que entonces organizaba el festival donostiarra, llegaba dispuesta a demostrar que su flamante disco Cor se queda un poco alicorto sin el complemento visual. La cantante portuguesa bail¨®, escenific¨® gestos rituales y hasta insinu¨® con elegante descaro artes amatorias con su percusionista. Cant¨® en ingl¨¦s, en portugu¨¦s y en dialecto mozambique?o, y su prodigiosa voz multicolor se desgarr¨® crecida para llegar a registros masculinos y se ani?¨® para despertar ternura. Sus compa?eros, el estupendo pianista portugu¨¦s M¨¢rio Laginha, el introspectivo guitarrista austr¨ªaco Wolfgang Muthspiel y el sutil percusionista argentino Marcio Doctor, le ayudaron a tender con vigorosa delicadeza el puente entre lo secular y lo contempor¨¢neo. El repaso a la m¨²sica del ?ndico dej¨® el list¨®n muy alto y Abbey Lincoln, plato fuerte de la noche, ten¨ªa por delante una peliaguda situaci¨®n, que resolver.
La segunda cantante de la noche, dedicada a artistas del sello Verve, triunf¨® con pasmosa facilidad. Hier¨¢tica, con el gesto decidido de una madre coraje, fue desgranando t¨ªtulos favoritos de sus ¨²ltimos discos con majestuosa parsimonia. Se mantuvo inm¨®vil, apretando los dientes entre frase y frase y aferr¨¢ndose con las manos a los bordes de su blus¨®n negro sobre el mismo escenario que Jo?o hab¨ªa recorrido 100 veces. Tal econom¨ªa de medios y tan alta concentraci¨®n cal¨® como un arrullo oscuro y ancestral. Hizo el esfuerzo de cantar en espa?ol un estremecedor Somos novios antes de que su pianista, el prometedor Marc Cary, cediera la banqueta a Randy Weston para hacer sabias diabluras con Blue Monk y Hi-fly ?para cu¨¢ndo un disco a d¨²o de estos dos colosos?
A sus 67 a?os, Abbey Lincoln parece seguir creyendo en un mundo mejor, pero no se fija plazos, y mientras llega prefiere seguir cantando con ese escepticismo amargo de su maestra Billie Holiday: el negro sigue siendo para ella el color de la esperanza.
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