Vida y sida
IMANOL ZUBERO Se habla muy poco de ello, pero existe una enfermedad degenerativa, incurable y mortal que amenaza a todos los seres humanos, independientemente de cu¨¢les sean sus caracter¨ªsticas o sus h¨¢bitos personales: se trata de la vida. Nacer es, si se mira bien, empezar a morir. Es cierto que hay quienes se esfuerzan por acelerar la degeneraci¨®n de la vida jugando a favor de la entrop¨ªa destructora de la energ¨ªa vital. No es menos cierto que la amenaza de la muerte no es igual para todos. Se puede morir sin haber vivido o tras una vida larga y plena: el lugar del planeta en el que empezamos a vivir puede ser un vertiginoso tobog¨¢n hacia la muerte o un lento y pausado descenso hasta el mismo fin. Pero es la vida misma quien lleva en su centro la muerte. Sin embargo, nadie promociona el no nacimiento como la ¨²nica prevenci¨®n cierta contra la muerte. Existe otra enfermedad degenerativa, hoy por hoy incurable y mortal, que aparece asociada a diversas pr¨¢cticas humanas, algunas tan humanas como la sexualidad. Se trata del sida. No pensemos en t¨¦rminos de pr¨¢cticas naturales y pr¨¢cticas perversas, de pr¨¢cticas normales y pr¨¢cticas aberrantes. La caracter¨ªstica m¨¢s definitoria de las pr¨¢cticas sexuales que pueden abrir la puerta al sida no es la homosexualidad o la heterosexualidad de la relaci¨®n en cuyo marco tienen lugar, ni la mayor o menor originalidad de las mismas, ni su frecuencia o forma legal. La caracter¨ªstica m¨¢s definitoria de tales pr¨¢cticas es su inestabilidad: existen menos posibilidades de ser afectados por el sida en el marco de una relaci¨®n de pareja estable. La mejor defensa contra el sida no es la abstinencia sexual, sino la estabilidad en la relaci¨®n sexual. Pero la aspiraci¨®n a una desea-ble estabilidad no puede dejar de contemplar la realidad de una sociedad en la que diversos procesos de fondo generan un contexto favorecedor de las relaciones fr¨¢giles e intermitentes. No estamos hablando de la tan tra¨ªda y llevada "promiscuidad" (concepto valorativo donde los haya, cuya capacidad para describir la realidad es nula), sino de algo mucho m¨¢s simple: vivimos una cultura cuya relaci¨®n con el tiempo y el espacio se ha modificado radicalmente, lo que lleva consigo una no menos radical modificaci¨®n de las relaciones interpersonales. Y esto es algo que nos afecta a todos; no a unos determinados tipos de personas, sino a todos. Muchas relaciones de pareja que con el tiempo se han mostrado estables y duraderas surgieron bajo la forma de un encuentro sexual insospechado y sin previsible continuidad. A¨²n m¨¢s relaciones de pareja que se pretend¨ªan para siempre han acabado por romperse tras estrellarse contra el muro de la incomunicaci¨®n, la rutina o la violencia. Toda relaci¨®n duradera ha tenido su primera vez. Toda relaci¨®n que se quiere duradera puede tener su hasta aqu¨ª hemos llegado. En este contexto, el uso del preservativo se convierte en el medio m¨¢s eficaz para evitar el sida: bien sea en esa relaci¨®n sexual que pudiera ser ¨²nica o convertirse en la primera de una relaci¨®n de pareja larga y estable, bien sea en esa relaci¨®n sexual que sucede a la ruptura de una pareja, el preservativo es garant¨ªa de vida frente al riesgo de muerte asociado a la fragilidad de las relaciones sexuales. En 1972, la Sociedad Teol¨®gica Cat¨®lica de Am¨¦rica encomend¨® a un grupo multidisciplinar de especialistas el estudio en profundidad de la sexualidad humana. En dicho estudio conclu¨ªan lo siguiente: "Habremos de acudir a la raz¨®n ilustrada por los datos de las ciencias contempor¨¢neas y guiada por los ideales y las motivaciones de la fe cristiana. No podemos limitarnos a tomar las respuestas elaboradas por la tradici¨®n o por la revelaci¨®n, como si este problema hubiera quedado resuelto de una vez para siempre por un decreto divino fulminado a orillas del Mar Muerto". Pase que la Iglesia no sea un espacio democr¨¢tico en sentido estricto; pero esto no deber¨ªa servir a nadie, ni siquiera a un arzobispo, para convertirlo en un perverso espacio de inhumanidad.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.