La conexi¨®n saud¨ª
Las promesas rotas de EE UU a los ¨¢rabes y su apoyo ciego a Israel propiciaron el ambiente id¨®neo para las atrocidades del viernes
La clave de la identidad y los motivos que inspiraron a las personas que el viernes atentaron contra las embajadas de Estados Unidos en Nairobi y Dar es Salam se encuentra en las profundidades de la naci¨®n que los estadounidenses consideran su principal aliado en el golfo P¨¦rsico: Arabia Saud¨ª. El ataque, que se cobr¨® la vida de m¨¢s de 200 hombres y mujeres, reflej¨® la furia creciente de miles de saud¨ªes -incluidos algunos miembros de la familia real- contra la continuada presencia militar y pol¨ªtica de EEUU en la tierra que alberga a dos de los m¨¢s importantes santuarios del islam: La Meca y Medina.La resistencia por parte de algunas de las figuras m¨¢s influyentes del reino a esta presencia estadounidense en Arabia Saud¨ª ha venido siendo ignorada por Occidente, incluidos los vigilantes del terrorismo y los llamados expertos en espionaje que, durante las ¨²ltimas horas, nos han venido entreteniendo con una supuesta culpabilidad potencial de Ir¨¢n, Irak, Libia, Sud¨¢n o, empleando su ex¨®tica frase, "el terror isl¨¢mico internacional". A ninguno se le ha ocurrido apuntar al pa¨ªs cuya tremenda crisis de identidad est¨¢ en el coraz¨®n de la actual crisis del Golfo. No fue una casualidad que las bombas explotasen en Kenia y Tanzania, coincidiendo con el octavo aniversario de la llegada de las primeras tropas de EEUU a Arabia Saud¨ª, en 1990, a consecuencia de la invasi¨®n iraqu¨ª de Kuwait. Las Fuerzas Armadas de Estados Unidos llegaron al reino invitadas por el ahora enfermo rey Fahd, que insisti¨® en que los militares tendr¨ªan que retirarse una vez que la amenaza de una agresi¨®n iraqu¨ª hubiese acabado. Los estadounidenses faltaron a su promesa: hoy miles de soldados del Ej¨¦rcito de EEUU siguen en las bases de Arabia Saud¨ª, y con elementos clave dentro de los ministerios de Defensa e Interior de aquel pa¨ªs, como ocurriese en Ir¨¢n antes de la caida del sha.
Incluso en una de las ¨²ltimas reivindicaciones de los atentados, el autodenominado Ej¨¦rcito de Liberaci¨®n de los Santuarios Isl¨¢micos suger¨ªa un origen saud¨ª a los ataques. Nada nuevo para los servicios de seguridad egipcios, que llevan tiempo creyendo que, mientras Sud¨¢n puede ser el trampol¨ªn de las operaciones militares en contra suya, los saud¨ªes son el principal apoyo financiero a la Gamaa Islamiya (Asamblea Isl¨¢mica), cuyos objetivos han incluido a polic¨ªas, turistas, campesinos cristianos e incluso al mism¨ªsimo presidente Mubarak.
El dinero saud¨ª financia a la furiosamente antifeminista milicia talib¨¢n en Afganist¨¢n, de la misma forma que el dinero saud¨ª lleg¨® a Argelia para apoyar al Frente Isl¨¢mico de Salvaci¨®n (FIS), cuya ilegalizaci¨®n lanz¨® al pa¨ªs a una salvaje guerra interna.
Hay, por ejemplo, vuelos regulares de carga con destino al feudo talib¨¢n de Jalalabad. Despegan desde el emirato ¨¢rabe de Sharya pero sus planes de vuelo, que no figuran en las listas de los Emiratos, sit¨²an su punto original de despegue en el puerto saud¨ª de Yeda. Las armas han venido llegando a los talib¨¢n desde Arabia Saud¨ª en aviones provenientes de Uzbekist¨¢n. La estructura del cruel Ministerio para la Propagaci¨®n de la Virtud y Supresi¨®n del Vicio -responsable de lapidaciones, amputaciones y otras atrocidades judiciales- est¨¢ moldeada a imagen y semejanza de la mutaya, polic¨ªa religiosa saud¨ª. Muchos de los miembros de la familia real de este pa¨ªs, entre la que se cuentan miles de pr¨ªncipes, son mucho m¨¢s conservadores que el rey Fahd y se resienten con ferocidad ante lo que consideran una traici¨®n estadounidense hacia el mundo ¨¢rabe, ejemplificado recientemente por su rechazo a forzar a Israel a cumplir los acuerdos de paz de Oslo.
En este contexto, la remota pero intrigante figura de Osama Bin Laden, el millonario saud¨ª refugiado en Afganist¨¢n, cobra m¨¢s sentido. Lejos de ser un proscrito en su pa¨ªs, Bin Laden est¨¢ en continuo contacto con las autoridades saud¨ªes por medio de su Embajada en Islamabad. De hecho, en 1996 recibi¨® a un emisario de la familia real saud¨ª que dijo que Bin Laden podr¨ªa recuperar la ciudadan¨ªa saud¨ª y que le ofreci¨® un regalo de 339 millones de libras (unos 84.000 millones de pesetas) a su familia si a cambio abandonaba su yihad (guerra santa) p¨²blica contra la presencia occidental en el reino.
"Si a liberar mi tierra se le llama terrorismo, lo considero un gran honor para m¨ª", me dijo el a?o pasado. Para ¨¦l, las fuerzas estadounidenses e israel¨ªes son lo mismo, una opini¨®n que se habr¨¢ visto reforzada tras las noticias de que agentes del espionaje israel¨ª han llegado a Nairobi para ayudar a los estadounidenses en la b¨²squeda de los autores de los atentados. Pero Bin Laden es s¨®lo el ¨²ltimo de una larga lista de figuras del odio sobre las que Occidente ha proyectado toda su ira (como los palestinos Abu Nidal y Wadi Haddad, el coronel Gaddafi, el ayatol¨¢ Jomeini, Carlos, el Chacal, o, m¨¢s recientemente, Sadam Husein). Lo que los llamados expertos en terrorismo contin¨²an sin querer abordar son las razones que hay tras la frustraci¨®n musulmana: el desposeimiento palestino, la dominaci¨®n de EEUU sobre el mundo ¨¢rabe, el apoyo ciego de Washington a Israel, el cerco estadounidense al mercado petrolero del Golfo y el vicioso conflicto entre los servicios de espionaje de Estados Unidos y los grupos musulmanes en Oriente Pr¨®ximo.
Los islamistas egipcios aseguran ahora que los operativos de espionaje norteamericanos aleccionaron a la polic¨ªa egipcia en su creciente uso de complejas t¨¦cnicas de tortura, como ense?aron una vez a la SAVK, la polic¨ªa secreta del sha, a torturar a las mujeres (despu¨¦s de la revoluci¨®n, los iran¨ªes encontraron pel¨ªculas de la CIA con estas lecciones). Los grupos islamistas han ido enfureci¨¦ndose con las operaciones puestas en marcha por los estadounidenses para secuestrar a los sospechosos m¨¢s buscados de pa¨ªses musulmanes. En el pasado ocurri¨® en Malaisia, Pakist¨¢n, L¨ªbano. Y ahora en Albania. Muchos de los combatientes saud¨ªes y de otros pa¨ªses ¨¢rabes que resistieron frente a la ocupaci¨®n sovi¨¦tica de Afganist¨¢n, ayudados por la CIA, se encuentran hoy con el rechazo de sus propios Gobiernos y sin pasaporte. Hace algunos d¨ªas, un personaje cercano a Bin Laden en la guerrilla afgana se present¨® a un saud¨ª en las puertas de una mezquita de Estambul para decirle que ya no ten¨ªa ninguna ciudadan¨ªa.
?Qui¨¦n dirige en Arabia Saud¨ª la resistencia frente a la presencia de Estados Unidos? Seguro que no son los tres musulmanes shi¨ªes saud¨ªes decapitados por atentar en 1996 contra la base de EEUU de Dhahran, donde murieron 19 norteamericanos. La CIA no consigui¨® permiso para entrevistarlos antes de su ejecuci¨®n. Los estadounidenses sospechan incluso que los tres pod¨ªan haber ca¨ªdo en una trampa organizada por poderosas personalidades del reino. Seguro que tampoco es Bin Laden. Entre los cr¨ªticos m¨¢s vociferantes a la presencia estadounidense en Arabia Saud¨ª se encuentra el pr¨ªncipe heredero Abdul¨¢. No, ¨¦l no es quien est¨¢ detr¨¢s de Terror, SA. Ni tampoco es el Gobierno saud¨ª. No lo necesita. Y es que Arabia Saud¨ª est¨¢, ante nuestros ojos, en plena metamorfosis hacia una naci¨®n antiestadounidense. Pero, claro est¨¢, sobre esto no se nos dice nada. Lo que explica por qu¨¦, para la mayor¨ªa del mundo, el atentado de la semana pasada contra las embajadas de Estados Unidos en Kenia y Tanzania ha sido presentado como un asalto de los locos musulmanes de siempre. Detengan a los sospechosos habituales.
?The Independent/EL PA?S.
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