La novela se queda sin ¨¦pica
Hace poco m¨¢s de un a?o, en el transcurso de una entrevista que yo cre¨ªa ef¨ªmera y de muy escasa repercusi¨®n, se me ocurri¨® sacar a colaci¨®n el viejo tema del estado de salud de la novela. Por lo visto hice algunas afirmaciones que han provocado cierto debate, lo que me lleva a pensar que mi intervenci¨®n, aunque de poco calado, fue oportuna. Igualmente, el inter¨¦s que parece haber suscitado el tema contradice en buena medida el sentido de mi presunto diagn¨®stico. En realidad, yo no pretend¨ªa hacer un diagn¨®stico sobre la novela en general, y menos a¨²n dictaminar su defunci¨®n. Yo s¨®lo me refer¨ª a un determinado g¨¦nero, mejor dicho, subg¨¦nero de novela, y m¨¢s concretamente, al que yo mismo he venido practicando desde que empec¨¦ a publicar, hace 25 a?os, y al que creo recordar que llam¨¦ entonces "novela de sof¨¢". Luego me he dado cuenta de que la expresi¨®n "novela de sof¨¢" no fue un acierto. Por definici¨®n toda novela est¨¢ hecha para ser le¨ªda en un sof¨¢ o en un mueble equivalente cuyo rasgo distintivo sea el confort. Es probable que la novela y el sof¨¢ o la butaca aparecieran simult¨¢neamente y con interdependencia. Si no es para leer novelas, ?para qu¨¦ sirve un butac¨®n? Por lo dem¨¢s, la imagen de una persona leyendo en un sof¨¢ (o en un sill¨®n) una novela "de sof¨¢" me suscita m¨¢s sentimientos de nostalgia que de censura,sobre todo en una ¨¦poca en la que abunda la novela "de tumbona" e incluso la novela "de toalla y sombrilla". Lo opuesto a una novela "de sof¨¢", pues, no ser¨ªa otro tipo de novela, sino otro tipo de libro, el de "mesa y codos", al que no era mi intenci¨®n referirme, pero en el que deb¨ªa de estar pensando cuando me met¨ª en el l¨ªo del sof¨¢. Lo que sucedi¨® fue que aquella reflexi¨®n fue entendida como un anuncio de la muerte de la novela, cosa que provoc¨® un debate que, por lo que se ve, a¨²n contin¨²a. Como desconf¨ªo de mis opiniones, y muy en especial cuando se trata de generalizaciones, he le¨ªdo y escuchado con sumo inter¨¦s todo lo que se ha dicho (o al menos a cuanto he tenido acceso) y he podido advertir con asombro que parece haber un acuerdo casi un¨¢nime al respecto. Eso no tiene nada de particular ni el fen¨®meno es nuevo. La muerte de la novela se ha dictaminado varias veces, y siempre con raz¨®n. Al fin y al cabo, un g¨¦nero literario, a diferencia de lo que ocurre con quienes lo practican, se puede morir varias veces. Y ¨¦sta es una de esas veces. Ahora, a riesgo de resultar pretencioso, intentar¨¦ explicar por qu¨¦.
Nadie sabe muy bien lo que significa la palabra "posmoderno", de modo que la dejar¨¦ de lado. En su lugar, y a los efectos de esta reflexi¨®n, utilizar¨¦ el t¨¦rmino "posvanguardia". Uno de los resultados m¨¢s notorios de las llamadas vanguardias art¨ªsticas fue el de convertir a todas las personas relacionadas con el arte, tanto creadores como espectadores, en cr¨ªticos. Con la novela sucedi¨® lo mismo. Algunos hacen coincidir el suceso con la aparici¨®n del Ulyses, otros lo retrotraen a la de Madame Bovary. Da lo mismo: probablemente la cosa se produjo de un modo gradual; lo que es seguro es que alcanz¨® su apogeo con la novela experimental de los a?os cincuenta y sesenta de este siglo. Lo importante, a mi parecer, es que, como en las otras artes, aquellos experimentos, encaminados a forzar los l¨ªmites de las convenciones narrativas, pusieron en evidencia lo limitado de los l¨ªmites y lo convencional de las convenciones. El mecanismo del juguete qued¨® a la vista, y lo primero que se vio fue el enorme grado de participaci¨®n que la novela, como cualquier otro arte, reclamaba del lector. El viejo s¨ªmil de la novela como espejo de la vida sigui¨® en pie, pero ahora ese espejo s¨®lo reflejaba una persona leyendo una novela. A partir de ese momento, la novela perdi¨® la autoridad que hab¨ªa tenido, como no pod¨ªa ser de otro modo. Al hablar de autoridad me refiero a la novela, no al novelista. El novelista no era considerado un ser superior, ni siquiera a los ojos de sus lectores m¨¢s devotos. Bien al contrario; como el pintor o como el m¨²sico, el escritor era un simple artesano, de cuyas manos, por una serie de causas dif¨ªciles de precisar, sal¨ªan objetos de rango superior. La novela, en cambio, s¨ª ostentaba un rango eminente en el terreno social porque era la encargada, ni m¨¢s ni menos, de representar la realidad. Por supuesto, no representaba la realidad, pero s¨ª la concepci¨®n que la sociedad se hac¨ªa de la realidad. Y en la medida en que reflejaba esa realidad, la pod¨ªa modificar. Ahora no sucede nada de esto. No digo que hayamos salido ganando ni perdiendo. En cualquier caso, la novela surgida de ese proceso experimental, exonerada de la grave responsabilidad de formalizar la realidad, era libre de utilizar cualquier convenci¨®n a su antojo; todos los g¨¦neros, que unos a?os antes se consideraban agotados en la medida en que ya no pod¨ªan cumplir con su cometido, porque hab¨ªan perdido su antigua vitalidad, volv¨ªan a tener plena vigencia, pero s¨®lo a modo de juego. Entre el novelista y el lector se hab¨ªa establecido una relaci¨®n de complicidad. Y al amparo de esta nueva relaci¨®n, la novela vivi¨® en las d¨¦cadas de los setenta y ochenta un nuevo periodo de esplendor. En cierto modo, porque su actitud tambi¨¦n defin¨ªa nuestra forma de concebir la realidad: distanciada e ir¨®nica. Pero fue s¨®lo el canto del cisne. Hoy la novela se ha convertido en una forma honesta, civilizada e instructiva de entretenimiento (sobre todo en comparaci¨®n con otras formas de entretenimiento, puramente mec¨¢nicas o directamente embrutecedoras) y los lectores de novela, en simples consumidores de novela.
Pues bien, volviendo al inicio, ¨¦sta es la novela que, a mi modo de ver, ya no da m¨¢s de s¨ª. Sin duda se seguir¨¢ leyendo y sin duda se seguir¨¢ escribiendo (tal vez yo mismo lo vuelva a hacer, porque no s¨¦ hacer otra cosa) pero no ser¨¢ novela, o no ser¨¢ lo que hasta hace poco hab¨ªamos entendido por novela.
Nada de ello resta m¨¦rito a la novela cl¨¢sica, a la novela decimon¨®nica. Todo lo contrario. Justamente porque esa novela es excelente, una vuelta a sus modos s¨®lo puede ser imitativa. Pero tampoco hay que negar que la novela cl¨¢sica, incluidos los t¨ªtulos m¨¢s excelsos, adolecen a ratos de una cierta prolijidad que pone a prueba la paciencia del lector, no porque el ritmo sea espacioso (nadie se lo echa en cara a Proust), sino porque apela a un tipo de inter¨¦s que el lector actual no siente.
Este razonamiento me parece suficiente para determinar la situaci¨®n actual del g¨¦nero, pero todav¨ªa hay un par de ideas m¨¢s, que he recogido en el transcurso del debate y que merecen consideraci¨®n.
La primera, apuntada por Ignacio Echevarr¨ªa durante el coloquio en que ambos participamos hace poco en la Universidad Internacional Men¨¦ndez Pelayo, en Santander, y reiterada luego por otras personas, es ¨¦sta: que el sustrato ¨²ltimo de la novela es la ¨¦pica y nuestra ¨¦poca no produce situaciones ¨¦picas. Seguramente debemos felicitarnos por ello, pero el balance es abrumador cuando pensamos en la tem¨¢tica de la novela. ?Cu¨¢ntas novelas que hoy consideramos cl¨¢sicas nos quedar¨ªan si elimin¨¢ramos de la lista las que tienen como eje argumental las campa?as napole¨®nicas, la guerra civil americana o las dos guerras mundiales? Insisto en que no vale la pena organizar una hecatombe para salvar la novela, pero creo tambi¨¦n que la ausencia de un trauma colectivo y lo relativamente previsible de los destinos individuales no permite echar al vuelo la imaginaci¨®n. De ah¨ª la sobreabundancia de novelas hist¨®ricas, en busca de ¨¦pocas m¨¢s movidas, y de ah¨ª tambi¨¦n, como apuntaba alguien, que en las ¨²ltimas d¨¦cadas la novela se haya desplazado hacia la periferia del mundo occidental: Am¨¦rica Latina, la India, etc¨¦tera, aunque en algunos casos se trate m¨¢s de un fen¨®meno de asimilaci¨®n que de otra cosa. Tampoco faltan sucesos b¨¦licos horripilantes, pero en ellos, o al menos as¨ª me lo parece, no se ventilan cuestiones que afectan al resto de la humanidad, como en los casos que he citado.
Otra causa, menos importante pero no desde?able, de la decadencia irreversible de la novela es la ense?anza escolar. La antigua asignatura de Literatura, con sus largas listas de autores y obras y algunos ejemplos intemperantes, como La canci¨®n del pirata, era bastante absurda,
Pasa a p¨¢gina 24
Viene de la p¨¢gina 23
pero lo que la ha reemplazado, con su empe?o por mostrar el aspecto pr¨¢ctico de la lectura, parece encaminado a ser a¨²n menos fruct¨ªfero. Pero ¨¦ste es un tema que nos llevar¨ªa muy lejos.
El an¨¢lisis que antecede no es pesimista: cuando algo ha cumplido su ciclo vital es l¨®gico que deje sitio a lo que viene detr¨¢s, y, por otra parte, yo no digo que la novela haya desaparecido o vaya a desaparecer. Eso nunca se sabe. Nadie ignora que el Quijote naci¨® de la constataci¨®n de que la novela al uso, la novela de caballer¨ªas, estaba dando las boqueadas. Es m¨¢s, creo que si la novela puede renovarse, lo har¨¢ desde dentro, y no a partir de art¨ªculos confusos como ¨¦ste. Pero tampoco ignoro que g¨¦neros literarios que en otras ¨¦pocas gozaron de gran predicamento hoy s¨®lo son una reliquia. Lord Byron, uno de los escritores m¨¢s le¨ªdos y apreciados del siglo XIX, basaba su ¨¦xito exclusivamente en unos poemas narrativos de extraordinaria longitud, que hoy, sin menoscabo de su calidad intr¨ªnseca, s¨®lo leen los especialistas y los curiosos. Y no hace muchos a?os gozaban de gran estima dos g¨¦neros que ya nadie recuerda: el serm¨®n y el discurso. Con la novela puede suceder esto. O no. Cuando apareci¨® el cine muchos predijeron la muerte del teatro, que ahora parece gozar de cierta vitalidad, a diferencia del cine, que no sabe muy bien por d¨®nde va.
?Han de afectar estas consideraciones puramente te¨®ricas a los novelistas? Yo creo que s¨ª. Y no en lo que se refiere a la vanidad, sino al contrario. Una de las propiedades de la vanidad es blindar al vanidoso contra la sospecha de que su autoestima se funda en un error de apreciaci¨®n. A quien afectan es al escritor que ambiciona realizar algo m¨¢s que un producto repetido. Al fin y al cabo, el escritor es, antes que nada, lector, y como tal deben de afectarle los fen¨®menos propios de su tiempo. Con este lloriqueo indigno no pretendo zanjar la cuesti¨®n. En realidad, yo soy el primero en estar sumido en un mar de dudas. Cuando hace tiempo dije que a la novela (o al menos un cierto tipo de novela) le hab¨ªa sonado la hora del retiro lo hice porque, como suele suceder en muchos casos, esa noci¨®n se me hab¨ªa presentado como un convencimiento m¨¢s que como el resultado de una serie de razonamientos encadenados. Ten¨ªa algunas ideas sueltas, que el tiempo y las cosas que he o¨ªdo y le¨ªdo han contribuido a corregir o perfilar. Pero sigo careciendo de una teor¨ªa completa y cabal. Sea como sea, quiero insistir en que nunca he hablado de lo que iba a suceder con la novela en el futuro. S¨®lo pretend¨ª decir c¨®mo ve¨ªa yo las cosas en el presente, y no por lo que respecta a mi propia producci¨®n, sino en t¨¦rminos generales.
Queda, por supuesto, una ¨²ltima cuesti¨®n, que podr¨ªa formularse en estos t¨¦rminos: Todo este galimat¨ªas, ?a qui¨¦n le importa? Para esta pregunta no tengo respuesta, pero conf¨ªo en que quien pudiera hacerla habr¨¢ abandonado la lectura de este art¨ªculo hace un buen rato.
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.