Ideolog¨ªa, telefobia y videopoder
Sostiene el t¨®pico que la ideolog¨ªa de nuestro tiempo es el pensamiento ¨²nico, entendido como catecismo neoliberal. Pero cabe dudarlo, pues, al margen del pu?ado de expertos interesados en la estabilidad presupuestaria y el equilibrio de los mercados, nadie razona en t¨¦rminos neocl¨¢sicos. La gente no piensa en costes o precios (valores de cambio), sino en satisfacciones o beneficios (valores de uso). Por tanto, conviene reservar la unificaci¨®n del pensamiento para designar aquello que obsesiona de verdad a la gente, que al parecer es la dichosa televisi¨®n. ?sto es lo que sostienen, al menos, conspicuos pensadores como Bourdieu y Sartori, que han publicado airados panfletos (Sobre la televisi¨®n y Homo videns, respectivamente) donde se alerta contra los nefastos efectos causados por el fat¨ªdico medio. Y si les crey¨¦ramos a pies juntillas, deber¨ªamos deducir que la ideolog¨ªa de nuestro tiempo (entendiendo por tal la falsa conciencia inducida que permite recabar nuestro consentimiento al vigente orden dominante) es la cultura audiovisual. Sus argumentos son considerables y no me propongo rebatirlos: pero s¨ª matizarlos, haciendo ver que se equivocan de blanco, al apuntar contra los medios como ¨²ltimos responsables. En realidad, la televisi¨®n s¨®lo es una pantalla distractiva (en el sentido de cortina de humo, cabeza de turco o biombo de camuflaje), destinada a entretenernos para que no nos fijemos en los aut¨¦nticos responsables. Por eso me parece m¨¢s apropiado identificar la ideolog¨ªa dominante no con la televisi¨®n, que s¨®lo es un f¨²til juguete infantil, sino con la telefobia. El verdadero pensamiento ¨²nico impuesto por nuestros mandarines culturales es el odio a la televisi¨®n. Y tanto nos preocupa nuestra telefobia que dejamos de ocuparnos de quienes ejercen el poder a su costa. Pues se nos domina no por medio de la televisi¨®n, sino por miedo a la televisi¨®n. Obsesionados por nuestro temor reverencial al poder medi¨¢tico, olvidamos cuestionar el ejercicio real del poder efectivo, que no es precisamente cultural, sino pol¨ªtico.
Como la hospitalidad de estas p¨¢ginas es breve, debo reducir al m¨ªnimo mi argumentaci¨®n. Por eso resumir¨¦ en dos las acusaciones telef¨®bicas de Bourdieu y Sartori, para centrarme despu¨¦s s¨®lo en la segunda. Ante todo, se supone que la telelatr¨ªa (el culto id¨®latra o ideol¨®gico a la televisi¨®n) erige la espectacularidad como ¨²nico imperativo categ¨®rico al que debe someterse tanto la cultura como la opini¨®n p¨²blica: y esto es malo porque censura la informaci¨®n cr¨ªtica (principio de realidad), que es seleccionada s¨®lo en funci¨®n de su espectacularidad (principio de placer). Bien, esto es verdad. Pero presenta una implicaci¨®n indirecta que no resulta despreciable. Como ha demostrado Norbert Elias, el origen brit¨¢nico de la democracia parlamentaria y del deporte moderno se bas¨® en la presencia de un p¨²blico de espectadores que exig¨ªa limpieza en la contienda electoral y deportiva: el fair play o respeto a las reglas de juego, de cuya p¨²blica vigilancia se encarg¨® la naciente prensa. Por eso, el que hoy la pol¨ªtica se haya convertido en un espect¨¢culo puede parecer lamentable a los puristas, pero es que s¨®lo as¨ª se garantiza la lucha contra la corrupci¨®n, pues los espectadores imparciales rechazan airados el aborrecible tongo que los militantes partidistas aplauden con indulgencia. Adem¨¢s, cuando la democracia no es directa, sino representativa, s¨®lo su conversi¨®n en espect¨¢culo p¨²blico permite incentivar la entusiasta participaci¨®n ciudadana en la fiesta del poder.
El otro gran argumento aducido por la cruzada telef¨®bica es la p¨¦rdida de autonom¨ªa de la pol¨ªtica (y de las dem¨¢s esferas culturales, como el arte o la ciencia, que para Bourdieu debieran ser inaccesibles torres de marfil, cuando hoy aparecen sometidas a la definici¨®n medi¨¢tica de la realidad). Al decir de Sartori, la televisi¨®n ha colonizado y sometido la cosa p¨²blica por partida doble, pues si por un lado los medios suplen y expropian a los actores pol¨ªticos y a las instituciones democr¨¢ticas (definiendo la agenda, formando la opini¨®n p¨²blica, etc¨¦tera), por otro lado sustituyen y suplantan a los l¨ªderes de opini¨®n y a los grupos de referencia. As¨ª es como, parafraseando a McLuhan, Sartori ha podido decir que "los medios son los partidos" (ya que desempe?an su funci¨®n y ocupan su lugar), a lo que podr¨ªa a?adirse con la misma l¨®gica que los medios son, ya, la sociedad civil.
Este argumento parece s¨®lido y consistente, y suele rebatirse sosteniendo que la pol¨ªtica, en democracia, no debe ser aut¨®noma, sino que ha de estar controlada por la opini¨®n publicada: de ah¨ª la necesidad del cuarto poder, capaz de reequilibrar a los otros tres de acuerdo a Montesquieu. Bien, esto es verdad, pero no anula la fuerza del argumento de Sartori: ?han roto los medios esa necesaria separaci¨®n de poderes, al invadir la esfera de la pol¨ªtica sometiendo y anulando su capacidad de decisi¨®n e iniciativa? Aqu¨ª es donde me atrevo a introducir un matiz. Si los medios han podido invadir con tanta facilidad la esfera pol¨ªtica, ?no ser¨¢ (como en la invasi¨®n ¨¢rabe de la pen¨ªnsula Ib¨¦rica) porque en ¨¦sta se hab¨ªa producido un vac¨ªo de poder que facilitaba la invasi¨®n (dado el descr¨¦dito de lo p¨²blico y la corrupci¨®n de la democracia), o porque desde la misma esfera pol¨ªtica se ha invitado a los medios a que invadan y desempe?en sus propias competencias? Vistas as¨ª las cosas, puede plantearse una hip¨®tesis clausewitzeana de continuidad entre medios y democracia. La videopol¨ªtica (tal como la llama Sartori) no ser¨ªa sino la continuaci¨®n de la vieja lucha pol¨ªtica por otros medios, ayer s¨®lo caciquiles y hoy adem¨¢s audiovisuales de masas. Y si en la lucha por el poder hay continuidad entre la lucha pol¨ªtica y la lucha medi¨¢tica, para despejar la inc¨®gnita planteada por Sartori s¨®lo hay que averiguar, como en la Alicia de Carroll, qui¨¦n es el que manda. Aqu¨ª es donde puede introducirse el ejemplo espa?ol como an¨¢lisis de caso: la llamada guerra digital que tuvo lugar el a?o pasado ?representaba una invasi¨®n de la pol¨ªtica por los medios o a la inversa? No s¨¦ qu¨¦ pensar¨¢ Sartori, pero me parece evidente que el caso espa?ol demuestra no s¨®lo la plena autonom¨ªa de la pol¨ªtica, sino lo que es m¨¢s: el total sometimiento de los medios, televisi¨®n incluida, a la l¨®gica pol¨ªtica de la lucha por el poder.
Y eso no s¨®lo ahora, durante la reciente batalla digital, sino tambi¨¦n mucho antes. V¨¦ase, para el caso, la cruzada medi¨¢tica contra el felipismo desatada desde el 93, o incluso la actuaci¨®n entera de la prensa durante el franquismo tard¨ªo y toda la transici¨®n. De siempre, los medios espa?oles han estado alineados en funci¨®n del poder, participando en la lucha pol¨ªtica como aparatos ideol¨®gicos de propaganda. Y hoy, bajo Aznar y Ram¨ªrez, tanto como antes, bajo Franco y Fraga. Lo cual desmiente y refuta la hip¨®tesis de Sartori, pues el caso espa?ol no parece una excepci¨®n. Nada, pues, de telefobia, pues el problema no reside en Rodr¨ªguez, L¨®pez-Amor o Sainz de Buruaga. La clave, como siempre, s¨®lo arraiga en el abuso de poder.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.