La hora de Cenicienta
Sus hermanastras, Las Arenas y La Malva-rosa, coqueteaban con miles de pretendientes en ba?ador y disfrutaban de una vida famosa y placentera de balnearios, restaurantes y pubs. En cambio, la arena de La Patacona apenas se utilizaba para acondicionar las pocilgas del cerdo ib¨¦rico y como vertedero de hortalizas, enseres y animales muertos que los agricultores de L"Horta arrojan a las acequias. S¨®lo unas decenas de veraneantes plantaron sus casetas de madera en aquel rinc¨®n inh¨®spito y olvidado del litoral, achacoso por los escombros y la actividad de una industria papelera. La Patacona empezaba a pensar que su hada madrina no exist¨ªa cuando, hace tres o cuatro a?os, Alboraia se convenci¨® del potencial tur¨ªstico de su franja de cuatro kil¨®metros de costa. Durante siglos, sus vecinos vivieron de espaldas al mar, cavando surcos en la huerta. Apenas se acercaron a la playa en la posguerra para burlar la hambruna cargando en sus mulas productos de contrabando. Con su nuevo credo de sol y playa, el Ayuntamiento rastrill¨® su traje de arena, puso rejillas en las acequias y construy¨® con subvenci¨®n del Gobierno un coqueto paseo con palmeras y farolas futuristas. La operaci¨®n de limpieza revaloriz¨® los terrenos y el Ayuntamiento aprovech¨® para alterar su plan de urbanismo y autorizar la construcci¨®n de un millar de viviendas en primera l¨ªnea de playa. La varita m¨¢gica hab¨ªa transformado las calabazas que se pudr¨ªan junto al mar en apartamentos y adosados. La oferta de arena abundante y agua de calidad aceptable empieza a atraer ba?istas. Movi¨¦ndose unos centenares de metros al norte disfrutan de una playa similar a las de Valencia con menor densidad de toallas. Y el toque xufero de Alboraia: una horchater¨ªa en mitad de la arena para combatir el calor con un remedio aut¨®ctono. Los paganos son los viejos inquilinos de la playa, los ¨²nicos que que creyeron hace casi 30 a?os en la arena andrajosa de Cenicienta. Cuando acaben las noches largas y c¨¢lidas del verano, el Ayuntamientos barrer¨¢ las casetas de madera, inc¨®modo recuerdo de un pasado humilde.
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