Una curiosa torre de Babel
No hab¨ªa ni un espa?ol en la plaza. Bueno, hab¨ªa dos o tres, no m¨¢s, y eran oriundos de C¨®rdoba, heroicos aficionados que pretend¨ªan deslumbrarse con los ¨¦xitos de sus paisanos Jos¨¦ Mu?oz y Alejandro Castro.La inmensa mayor¨ªa de los espectadores formaba una curiosa torre de Babel en la que se mezclaban europeos, americanos, asi¨¢ticos y ¨¢rabes. Los turistas reciben con gritos emocionados la salida de los toros, abuchean con sorna a los picadores, se tapan la cara con el programa oficial para no ver lo que no hay que ver, se lo pasan en grande cuando un novillo persigue a un banderillero, y se enfadan hasta el insulto ante un puntillero sin acierto.
Lo dem¨¢s tiene poco que contar. Atr¨¢s quedaron ya, los novillos bravos y codiciosos de anta?o; los de ahora, como los de Mart¨ªn Pe?ato, son insoportables hasta para los turistas: bien presentados, pero mansos, descastados, de feo comportamiento y sin emplearse nunca.
Pe?ato / Garc¨ªa, Mu?oz, Castro
Novillos de Mart¨ªn Pe?ato, bien presentados, mansos y muy descastados. Pepe Luis Garc¨ªa: ovaci¨®n y vuelta. Jos¨¦ Mu?oz: ovaci¨®n y palmas tras aviso. Alejandro Castro: silencio en ambos.Plaza de la Real Maestranza. 23 de agosto. Un cuarto de entrada.
Y los novilleros tambi¨¦n son hijos de su ¨¦poca. La vida se la juegan porque el peligro siempre est¨¢ presente, pero su disposici¨®n parece cogida con alfileres. Pepe Luis Garc¨ªa fue el ¨²nico que entendi¨® que el toreo es decisi¨®n y valor. Y lo intent¨® con todas sus fuerzas ante el manso y deslucido cuarto, al que le rob¨® pases con la mano derecha a base de exponer mucho. Una gran estocada rubric¨® una meritoria faena. No consigui¨® sin embargo la oreja, porque los turistas no saben que hay que sacar el pa?uelo, y el presidente demostr¨® que es un mal aficionado. Garc¨ªa, que nada pudo hacer ante su primero, muy manso, se gan¨® lo que el presidente le neg¨®. Mu?oz no tuvo novillos c¨®modos, pero tampoco mostr¨® excesivas cualidades toreras. Con su primero se desinfl¨® tras un comienzo vibrante, y en el quinto lo intent¨® con m¨¢s decisi¨®n, pero tampoco emocion¨®. Su paisano Castro qued¨® in¨¦dito ante su soso primero y su buena voluntad se estrell¨® en el ¨²ltimo, reparado de la vista y de feo estilo.
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