Los ¨²ltimos hornos mineros
No es el ¨²nico municipio de la comarca vizca¨ªna de las Encartaciones en donde ha desaparecido por completo la miner¨ªa: tambi¨¦n en Galdames y en Muskiz son notables las huellas de una pr¨¢ctica que lleg¨® a crear barrios enteros, con su iglesia, sus tabernas, tiendas de comestibles y hasta burdeles y plaza de toros, al m¨¢s puro estilo de las mejores pel¨ªculas del g¨¦nero. Pero Sopuerta es quiz¨¢s el pueblo donde la huella minera resulte m¨¢s dif¨ªcil de rastrear, tan s¨®lo treinta a?os despu¨¦s de que dejaran de funcionar alguna de sus minas. Aunque el periodo de esplendor de la miner¨ªa en las Encartaciones se puede situar entre 1890 y 1920, los ¨²ltimos hornos de calcinaci¨®n se levantaron, en los a?os sesenta, en la llamada Mina Catalina del barrio de El Casta?o de Sopuerta. Sin embargo, hoy de todo aquello s¨®lo queda el recuerdo de los mayores y los restos de una industria, como esos hornos, que fueron orgullo de los vecinos del pueblo. La mayor parte de los que se dedicaban a escarbar en la tierra en busca de la veta preciada se tuvieron que marchar a otra parte con el cierre de las minas. Y los que se quedaron en Sopuerta regresaron a las ocupaciones que desde decenas de generaciones anteriores hab¨ªan caracterizado a los habitantes de las Encartaciones: la agricultura y la ganader¨ªa. Seg¨²n cuenta Carmelo Uriarte, juez de paz de Abanto y uno de los impulsores del futuro museo de la miner¨ªa, en la comarca natural que forman Muskiz, Galdames, Arcentales, Ortuella, Abanto y Zierbana y Sopuerta, las minas fueron durante decenios la principal, si no la ¨²nica, fuente de riqueza. Pero ha sido en Sopuerta donde el esplendor que le dieron aquellas "veinte o treinta minas en sus mejores tiempos", como recuerda Carmelo Uriarte, ha pasado a mejor vida y s¨®lo los restos que estudia la llamada arqueolog¨ªa industrial mantienen viva la fiebre del oro, que aqu¨ª se llamaba hierro. La Mina Catalina es, en esto de la arqueolog¨ªa industrial, un excelente enclave para llevar la imaginaci¨®n cien a?os atr¨¢s, cuando a la llamada de la riqueza r¨¢pida, aunque trabajosa, cientos, miles, de desheredados acudieron hasta estas poblaciones a ganarse la vida. El dinero sal¨ªa de los bolsillos con la misma facilidad con la que entraba en los barrios construidos con la aparici¨®n de las minas de Labarrieta o de El Sel, en la falda del monte Al¨¦n, y que se desmontaron con id¨¦ntica facilidad cuando la vena f¨¦rrea desaparec¨ªa o se hac¨ªa tan delgada que no merec¨ªa la pena explotarla. En el barrio de El Sel todav¨ªa quedan algunos restos de las casas de aquellos mineros que trabajaron en Mina Catalina o alguna de sus hermanas. Uno de los ingredientes de estas minas era la laguna que surg¨ªa de la perforaci¨®n de la tierra al tocar un r¨ªo subterr¨¢neo, que ahora aparece como un paisaje fantasmag¨®rico, sin el martilleo de los cientos de picos hiriendo la roca, el estampido de los barrenos, los chirridos de las vagonetas y los rebuznos de las mulas. Esas vagonetas llegaban luego hasta alguno de los trenes que un¨ªan las minas con los cargaderos de la r¨ªa o la costa. Hasta all¨ª bajaba el mineral para acabar en las bodegas de los cargueros de vela o vapor que lo esperaban para llevarlo a Gran Breta?a. De todos aquellos tendidos ferroviarios s¨®lo queda el final, el cargadero de mineral: las v¨ªas fueron engullidas por la naturaleza o vendidas a los chatarreros cuando se termin¨® con la explotaci¨®n minera. Sin embargo, los que no se pudieron vender y tampoco han conseguido caer bajo el peso del tiempo han sido los hornos de calcinaci¨®n, como los que todav¨ªa se conservan en la Mina Catalina de Sopuerta. El mineral que cargaban los barcos (o el que se suministraba a las siderurgias de la Margen Izquierda) no se encontraba en el mismo estado en que hab¨ªa salido de la veta preciada: era m¨¢s rico en hierro y conten¨ªa menos suciedad. Ya nada m¨¢s salir a la superficie se limpiaban las primeras impurezas arcillosas en los lavaderos, en balsas de decantaci¨®n o por otros medios. Pero hab¨ªa un paso m¨¢s antes de que se cargara en las vagonetas: el mineral se calentaba en los hornos de calcinaci¨®n, como los que orgullosamente a¨²n se mantienen en pie en la Mina Catalina, para depurarlo de materias vol¨¢tiles como el di¨®xido de carbono o el agua. Los males nunca vienen solos o, como se dice hoy en d¨ªa, en Mina Catalina tambi¨¦n se cumpli¨® la ley de Murphy. No s¨®lo se estaba agotando la veta de hierro en los montes de Sopuerta, sino que tambi¨¦n comenz¨® a subir el precio del carb¨®n con el que se calentaban estos hornos, raz¨®n que llev¨® a que instalaciones como las de Mina Catalina, casi reci¨¦n estrenadas, tuvieran que abandonarse. Los hornos m¨¢s antiguos estaban construidos con sillarejo y se asemejaban a los caleros tradicionales que todav¨ªa se pueden ver en otras zonas de Euskal Herria como Legazpi. Pero los de la ¨²ltima ¨¦poca, como los que a¨²n se mantienen en esta zona de Sopuerta, son conos de ladrillo en los que se puede observar parte de la pasarela (dotada de ra¨ªles para facilitar el traslado de las vagonetas) que llevaba hasta el tercio superior del horno, donde se volcaba el mineral. El complemento a esta visita de la ¨²ltima construcci¨®n minera de Sopuerta y del resto del Pa¨ªs Vasco est¨¢ en los barrios situados a la sombra del monte Al¨¦n, una de las cimas de la zona encartada a la que se llega despu¨¦s de una hora de camino por una pista que no es otra cosa que el recorrido por donde iban las v¨ªas del ferrocarril. Una gran m¨¢quina de vapor y 24 vagones acarreaban el mineral desde el monte hasta la costa del Cant¨¢brico por un paisaje que ahora es fundamentalmente agrario, totalmente ajeno a aquel fervor minero de entonces. El Al¨¦n recoge tambi¨¦n en sus laderas restos de las batallas que se libraron en esta zona durante la guerra civil, sobre todo en la retirada de las tropas republicanas hacia Santander. En los barrios de Labarrieta y El Sel todav¨ªa quedan en pie algunas casas, testigos mudos de un fragor minero y guerrero dif¨ªcil de imaginar si no fuera por los hornos de calcinaci¨®n, las lagunas artificiales y esas viejas trincheras en las que se vivieron escenas de violencia, pero tambi¨¦n de di¨¢logo entre los dos frentes, como todav¨ªa recuerda alg¨²n veterano de aquellas escaramuzas.
Datos pr¨¢cticos
C¨®mo llegar: En Sopuerta se pueden visitar los restos de distintas minas, pero los de la mina Catalina son de los m¨¢s interesantes. Se encuentran en el barrio El Casta?o. Para llegar hay que tomar la A-8 hasta la salida de Somorrostro y de ah¨ª, hasta el centro de Sopuerta. Entonces se toma la desviaci¨®n hacia El Casta?o y luego son dos kil¨®metros hasta la mina. Alojamiento: En todas las Encartaciones son numerosas las casas rurales; ya en Sopuerta se encuentran Andima Zahar Baserria (tel. 94 6504077) y Lezamako Etxe (94 6504237). Si quiere alojarse en hoteles, en Balmaseda, el hotel San Roque (94 6102268) o el hostal Bego?a (94 6102326). Comer: Esta zona se destaca por ofrecer excelentes alubiadas con todos sus sacramentos en la mayor parte de los establecimientos. En Sopuerta, se puede acudir al restaurante Valent¨ªn (94 6504201) o al restaurante Izaguirre (94 6504102). Adem¨¢s, en Balmaseda, destacan restaurantes como Abellaneda (94 6801674) o Iza (94 6102268), mientras que en Galdames destaca El Puente (94 6104662).
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